El Señor se hace presente en la oración en nuestro interior y esto nos anima, nos da paz y aire para pensar, sentir y poder actuar mejor. Ayer comenzábamos esta larga jornada donde Ignacio de Loyola, nuestro maestro espiritual, nos enseña un método en base a su experiencia. El da importancia a la presencia de Dios, a darnos tiempo e ir paso a paso cada día para escuchar su Palabra y dejarla resonar en nosotros. Aquello que nos queda resonando nos llevará a encontrarnos con la voz de Dios y su voluntad. Recordábamos que Ignacio nos dice que a través de los sentimientos y los afectos, Dios, nosotros mismos y “el enemigo de la naturaleza” nos va a ir hablando, y tenemos que aprender a diferenciarlas.
Ayer introducíamos que esa presencia de Dios nos tiene que llevar a un estado de alabanza y agradecimiento, apreciando la marca de Dios para todos los seres humanos. Buscamos no sólo sentirnos amparados sino confiar en Él, tener esa apertura que nos invite a abrir caminos. Sería un hacer reverencia que podríamos decirle nuestro “punto de confianza”. La propuesta de Cristo, tambien nos lleva a decir que el servicio tan venido de Cristo es parte de nuestra venida a la vida. “Alabar, hacer reverencia y servir”, son los 3 puntos fundamentales, el “Principio y fundamento” en el cual tenemos que basarnos para vivir.
Es importante que vayamos escribiendo alguna palabra, frase o imágen que nos vaya llamando la atención. Desde este espacio se les va a proponer algunos textos, pero es importante que ustedes se queden donde sientan gusto interior. Animémonos a sentir y abrir nuestro corazón.
Un camino a la libertad
En este 3º día, vamos a rezar con algo que Ignacio nos sigue remarcando en este “principio y fundamento”. Él nos dice que no sólo nos admiremos, sino que la manifestación de amor de Dios que siempre va primero y se nos adelanta, nos ha marcado un camino de libertad. Esta libertad desde Dios tiene maneras concretas. ¿En qué consiste ésta libertad? ¿cómo elegir el mejor camino para uno y a veces para los demás?. Para San ignacio la libertad se concreta en 3 puntos que definen éste fin para el cual fuimos creados:
1) El tanto y cuanto
Que yo no confunda la vida con las cosas. Tengo que tomar todo lo que tenga a mi alrededor “tanto y cuanto” me ayuden a esa finalidad, y “tanto y cuanto” me alejen de ese fin lo tengo que dejar. Tomo o dejo las cosas, las relaciones, las instituciones en cuanto me lleven al fin para el cual fui creado y me ayudan a crecer. Si esas cosas son un obstáculo y me vuelven mediocre, tengo que dejarlas. Pueden ser buena o malas, pero la pregunta es si me ayudan al fin o no.
Jesús nos señala este peligro y a la vez nos ayuda a que pensemos cómo manejar lo que tenemos alrededor y no aferrarnos. “No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben. Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón” (Mt 6, 19-21)
La pregunta que nos surge y que tenemos que masticar es ¿dónde está el tesoro de mi corazón? ¿a dónde mira mi corazón cuando elijo, decido y tengo que jugarme por algo? ¿por dónde se inclina mi corazón? ¿desde donde elijo a una persona, actividad o compromiso por sí o no?.
Jesús me dice que si ese tesoro coincide con los bienes con los que yo trabajo con y para Dios es una cosa. Y sino me pregunta qué sentido tiene esforzarme para que me reconozcan, que en definitiva no es nada si mi energía está puesta en los bienes materiales que luego desaparecen. Cuando nos centramos en las cosas quedamos vacíos. No hay en nosotros algo valioso y profundo, cuando no hay un amor verdaderamente sólido. Un amor por el cual estamos dispuestos a sacrificar muchas cosas, que nos vincula y nos acerca más, que a veces nos corrige y que si bien no cumple con todo lo que deseamos nos ayuda a descubrir cosas mucho más importantes.
Por eso preguntarnos por el tesoro del corazón tiene dos partes: ¿cuál es mi tesoro actual? No digas rápidamente Dios. Lo que inclina el corazón lo inclina, y hay que ser humildes para reconocerlo. Animate a decir tu verdad. Si para algo sirven estas meditaciones es para encontrarnos con nuestra verdad. No siempre me inclino al señor, no siempre busco lo profundo. Mi tesoro a veces son cositas a las que les pido demasiado…. poder progresar laboralmente o economicamente que no necesariamente me va a dejar más tranquilo. Nadie me va a dar la paz que mi corazón no cultiva, ni me va a hacer ser mejor sino mi propio trabajo sobre la capacidad de amar.
¿Cuál es el tesoro más grande o más valioso?. Podemos ayudarnos con la parábola de los talentos. Esos talentos que yo aporto a los demás, que quizás no todos lo valoren, pero es cuando muestro lo mejor de mi: el saber escuchar, acompañar, en el esmero, en la capacidad de sobreponerse, en la coherencia de vida, en las decisiones importantes en las que sacrifica otras más pequeñas…. hay muchos tesoros, y cada uno tiene uno o varios. No siempre le damos la importancia que merece y esto es lo que Jesús nos quiere resaltar: poné tu tesoro verdadero, el del corazón, el que te acerca al Padre, trabajalo a ese. O como diría San Ignacio, elegilo tanto y cuando te acerque a ese fin.
El Papa en su Exhortación apostólica nos desafía a 4 cosas que nos conducen a la felicidad. Mi felicidad tiene que ver con los otros, porque son ellos los objetos de mi amor y dedicación. Así nos habla de “primerear”, acompañar, fructificar y festejar. Cuatro actitudes que tiene que ver con el tesoro del corazón del cristiano:
– “Primerear” tiene que ver con la creatividad y tomar la iniciativa.
– Acompañar: ¿en qué cosas tus talentos son una orientación y aporte para los otros?.
– También el tesoro tiene que ver con lo que fructifica. ¿Genera algo y da fruto lo que hacés con tu talento?.
– Celebrar. Nos sentimos bien cuando damos lo que verdaderamente podemos dar. ¿Despierta alegría y fiesta tu tesoro?.
2) Ponerse indiferentes
San Ignacio nos propone también una segunda manifestación de la libertad, se llama indiferencia.
“Por lo tanto, es necesario hacernos indiferentes a todas las cosas creadas, en todo lo que es concedido a nuestra libertad y no le está prohibido; en tal manera que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás.” (Ejercicios Espirituales # 23)
“Indiferencia” no en el sentido de apatía, pereza o dejadez o “a quién le importa”, “¿y qué…?”. Por el contrario, “santa indiferencia” realmente significa una apertura total a la voluntad de Dios. Es decir, es un despego de nuestro propio ‘querer’, en pos de querer lo que quiere Dios. Como lo expresa el poeta Dante: “En su voluntad está nuestra paz”.
No se trata que no te importe nada, sino descubrir que por este fin por el cual fui creado, por Dios, soy capaz de renunciar a lo que sea, por elegirlo a Él. Indiferencia, es decir, me da lo mismo si es para… Sano, enfermo, rico, pobre, querido, no querido yo me animo a darme. ¿A qué me animo? ¿tengo esa fuerza? A veces supone pasar por situaciones que no nos gustan pero lo hacemos por otros y por amor.
“No son los que me dicen: “Señor, Señor”, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?”. Entonces yo les manifestaré: “Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal”. Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca. Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande»” Mt 7, 21-28
Acá no se trata de mucha piedad interior, sino lo que en verdad te impulsa a renunciar. ¿Qué es lo que estás dispuesto a dejar? Ahí es donde se va a evidenciar cuanto amás. Así mi palabra se parece “al hombre que construyó su casa sobre la roca”. Cuántas tomentas en nuestra casa interior, perdida de trabajo, la situación de nuestros hijos o seres queridos, cosas que nos obligan a ese desierto. Y si no tengo la casa sobre roca, si no se bien cuál es el horizonte es muy difícil pasar y hasta nos vaciamos. ¿Para qué estoy aca?. Necesitamos claridad en el corazón, no tanto en la cabeza. La claridad del corazón apunta a saber lo que ama y cuánto lo ama, y ayuda a soportar los vientos y las tormentas. Jesús en la Pasión también habrá pensado: ¿por qué tanto? ¿para qué?. Pero Él sabía que ese dolor era el precio que su amor tenía que pagar.
Él nos acompaña y nos invita a que vivamos éstas cosas desde Él, que no nos achiquemos no por nuestros esfuerzo sino por la fuerza de su amor. Pedile a Jesús cimentar tu amor en esta indiferencia que nos pide San Ignacio, que te llegue a dar lo mismo, si es que te lo pide Él, por un amor más grande.
3) Elegir lo más
Por último Ignacios nos invita a la 3º propuesta de esta libertad de quien vive en Jesús: “Solamente elegir lo que más me acerca a tí” el más que nos tira adelante, que nos lleva a levantar la mirada. No achicarse. “Para mí la vida es Cristo y tengo por basura todo lo demás que me aleje de Jesús” (Flp 3, 7) Para mí la vida es Cristo por lo que soy capaz de dejar y despreciar todo lo demás. Sólo buscar a Jesús.
Buscar el más, darle apertura al deseo, no achicarse ni quedarse con poco, porque Él y su amor es inmenso. El más puede ser un pequeño pasito, una pequeña renuncia o gesto que agrande el corazón y nos hace perder las mezquindades. Me saca de las sospechas y me lleva a un deseo grande. Lo más importante que tengo que buscar y ayudar al otro a crecer, y no detenernos en las pequeñeces. También prestar atención a lo pequeño si es que eso en realidad es bien grande. Nos lleva a seguir buscando, a esperar. Abrir el corazón al deseo es dejar que no se detenga en infantiladas, en cosas que nos enredan. Mt 18 Nos recuerda que el reino de Dios tiene que tener el corazón grande de un niño para quien su confianza es inmensa. El niño que se ocupa de lo chiquito pensando en los grandes horizontes.
Pidamos la gracia de un deseo bien grande. Meditemos en éstos textos donde Jesús con palabras simples nos acerca gran sabiduría. Masticarlo, darlo vuelta, pedirle a Jesús. No asustarse ni achicarse, todo lo contrario. Dejate alegrar y animar por este Dios que no se deja ganar en generosidad. Él te va a regalar esta posibilidad de “primerear”, acompañar, fructificar y festejar.
Dejémonos invitar a esta libertad, que no supone desprenderse, sino acentar la vida en las cosas sólidas. Nos confiamos a María, para que nos oriente, anime y no permita que se nos cierre el corazón.
Para tener en cuenta
Durante el fin de semana, es importante continuar con los “ejercicios”. Podemos retomar alguno de los ejercicios de los días anteriores en los que hemos sentido mucha gracia, porque puede haber más, o hacer uno en que estuve particularmente tentado y distraído, porque allí alguna gracia me está esperando.
Revisar las anotaciones que hemos hecho a partir de los ejercicios cada día, lo que nos fue llamando la atención durante ese tiempo de oración.
Resumen del ejercicio de hoy:
+ Pedir gracia de “ponernos indiferentes” para sólo buscar el querer de Dios.
+ Meditar con el “tanto y cuanto” (Mt 6, 19-21); ponerse indiferentes. Ayudarse con el texto Flp 3, 7 y “elegir lo más”.
+ Quedarse donde encuentro gusto interior y ahí gustar interiormente.