En el ejercicio de hoy, San Ignacio nos pone frente al pesebre, donde Dios se hace frágil y pobre. Es un pararnos frente a la pobreza y vulnerabilidad de Dios, y desde ahí, dejarnos invadir de amor y ternura por tanto amor de Dios para con nosotros.
¿Cómo hacer el ejercicio cada día?
Los ejercicios que San Ignacio propone son para la reforma de vida, en el espíritu de discernimiento, en donde intentamos encontrar la voluntad de Dios. Es un tiempo para estar solos con el Señor, meternos en la casa interior donde Jesús quiere habitar. Esta casa que en la experiencia de Ignacio de Loyola hay que trabajar, y a la vez gozarla. Es bueno poder tener estos espacios y darle el tiempo que podamos, para poder estar con Jesús. Disponer el corazón, ofrecer el rato de oración que vamos a tener y seguir el paso que nos invite a dar San ignacio con el ejercicio de ese día. Luego, la gracia que vamos a pedir, que en éstos días es el “conocimiento interno de Jesucristo que por mí se hace hombre para más amarlo y seguirlo”. Cuanto más concreto es nuestro deseo más se clarifica lo que Dios nos presenta por delante para concretarlo o no. Es un Jesús cercano al que soy invitado a amarlo para poder seguirle.
Luego de la petición, vamos a la materia que en ese día tenemos que meditar. Y después, siempre hacemos un coloquio, un diálogo con Jesús, el Padre o María compartiendo con ellos lo que se haya movido en el corazón.
Para conocer a Jesús, necesitamos estar con Él, por eso la invitación de estos días a contemplar. Ponernos en la escena evangélica, “como si presente me hallara”, escuchando lo que dicen, tocando los elementos que haya, imaginar los contextos, dialogar con los protagonistas, intervenir en la escena siempre “como humilde servidor”.
Contemplar el pesebre
Hoy nos vamos a adentar en el Nacimiento de Jesús, meditación a la que San Ignacio le da mucha importancia. Una escena linda, tierna y a la vez fundamental en nuestra fe. No lo dejamos únicamente para el tiempo de Navidad, sino que Ignacio nos hace meternos en este misterio central de la fe. Vamos a dejar que María y José con sus gestos e incertidumbres, nos introduzcan en nuestros propios misterios.
¿Qué nos dice el niño que no habla? La Palabra se hace carne, en un niño que balbucea, que todavía no sabe hablar, pero que su propio ser ya habla de Dios.Es la vida de millones de personas de todo el mundo, donde parece que nadie se fija en las necesidades de cada uno. Corriendo de un lado para el otro trantando de conseguir lo que no puedo, intentando ver quién nos puede dar una mano. María y José, como nosotros, y como millones de personas sin que nadie se de cuenta lo que está por suceder. Cada uno con su lucha, con su historia, nos distraemos y no descubrimos a Jesús presente en todas ellas.
El camino que San ignacnio nos propone es darme cuenta que en lo de todos los días Jesús está presente y a la vez me indica un camino. Por eso en la petición de conocer internamente a Jesús que por mí se hace hombre, nos propone mirar el lugar donde Jesús nace. María y José buscando donde ser recibidos, angustiados, buscnado un sitio. Ponernos al lado como “esclavos indignos” o “humildes servidores”. María pequeña y la grandeza de Dios que viene a encarnarse en un lugar olvidado, sencillo y casi absurdo. Ponernos junto a ellos, como “criados”, para estar disponibles a lo que necesiten. Acompañar la marcha. Es propio de la propuesta de San Ignacio, ser compañeros en el servicio.
Vamos a contemplar la escena descripta en Lc 2, 1 y siguientes. Augusto ordenando un censo, la gente que acude. María y José no se quedan atrás, y se acercan a vivir estas circunstancias propias de todos los de su tiempo. Todos estamos inmersos en las reglas de juego del mundo, pero Dios quiere hacer su juego. Imaginar como golpean las puertas, imaginar que en el momento del nacimiento acercamos agua, y todas las tareas que tienen que ver con el cuidado de la vida. Ignacio busca que contemplemos lo sencillo: los pañales, la comida, la limpieza, apartar los animales. Hoy que tanto insistimos en la calidad de vida, nosotros vemos a un Dios que nace un lugar nada higiénico. Ver cómo Jesús en esa circunstancia empieza a vivir la cruz: pobreza, indiferencia, condiciones mínimas y poco dignas, no por falta de amor de sus padres, sino porque el mundo lo ha decididio así. Dios que trae la esperanza en esas circunstancias. No es una esperanza de “todo va a cambiar y va a ser maravilloso” sino que nada va a cambiar si nuestro corazón no cambia. Servir a Jesús, a María y a José, meternos en su dinámica de amor y de servicio. Nada va a cambiar sino ponemos nuestra mirada en la necesidad del otro, si no ponemos la mirada en lo pequeño, nada será diferente.
Durante este rato de oración estaremos acompañando. Podremos ver los personajes de alrededor: los pastores que acuden al nacimiento. No son gente bonita del campo, sino personas marginales que por lo general son delincuentes y que se les “perdona la vida” yendo a cuidar las ovejas. A ellos Dios les envía el anuncio del ángel. Se dejan llevar por su inquietud interior, se han dejado movilizar. No tenemos que perder la esperanza cuando el pecado y la dificultad nos hace sentir marginados. Dios te pide que sigas tu sentimiento. Conocemos muchos que se sienten lejos de la Igelsia, apartados. A éstos marginados, Dios los llama. Ignacio nos pide ponernos también en su piel y contemplarlos.
Sólo cuando nos ponemos en el lugar de servidores, de pastores apartados, es cuando podemos en la insuficiencia escuchar: va a nacer un Salvador. ¿Te animás a conocer a Dios desde ese lugar? ¿te animás a que Él crezca como niño en tu propia vida? ¿podés creer en la ternura de María y José que creen, en sus gestos? Sino creo en ese amor que Dios mismo nos ha sucitado en el corazón no podré sostener mi servicio ni mi llamado.
El misterio de la fe envuelto en pañales
Razones para irte y no confiar habrá muchas. Las tuvo María, las tuvo José, las tiene el mundo. Pero Dios hace que nuestra fe sea más fuerte y es ahí donde la humanidad se apuntala y la esperanza se engrandece.
El Papa nos llama a creer en nuestra pequeñez y en la fe sencilla. En los números 125 de la exhortación apostólica “La alegría del evangelio”, nos dice algo parecido a lo que Ignacio nos propone para hoy: “Para entender esta realidad hace falta acercarse a ella con la mirada del Buen Pastor, que no busca juzgar sino amar. Sólo desde la connaturalidad afectiva que da el amor podemos apreciar la vida teologal presente en la piedad de los pueblos cristianos, especialmente en sus pobres. Pienso en la fe firme de esas madres al pie del lecho del hijo enfermo que se aferran a un rosario aunque no sepan hilvanar las proposiciones del Credo, o en tanta carga de esperanza derramada en una vela que se enciende en un humilde hogar para pedir ayuda a María, o en esas miradas de amor entrañable al Cristo crucificado. Quien ama al santo Pueblo fiel de Dios no puede ver estas acciones sólo como una búsqueda natural de la divinidad. Son la manifestación de una vida teologal animada por la acción del Espíritu Santo que ha sido derramado en nuestros corazones (cf. Rm 5,5) (…) Las expresiones de la piedad popular tienen mucho que enseñarnos y, para quien sabe leerlas, son un lugar teológico al que debemos prestar atención, particularmente a la hora de pensar la nueva evangelización”.
Es una invitación a acercarnos con una mirada de buen Espíritu, amando y no juzgando. El Papa nos llama a detenernos en la piedad del pueblo sencillo y pobre, en la que la mayoría de nosotros hemos sido educados. Con todas las mezclas y confusiones, pero auténtico en la fe. Por eso Ignacio nos llama a estar ahí, al lado del pesebre, emocionandonos con el llanto del niño que nace y a la vez aydado en lo que haga falta. Para Ignacio las emociones tienen sentido si se convierten en acciones.
Nos dejemos llevar por el buen espíritu y vayamos al encuentro del misterio tremendo del Dios todo poderoso que se hace bebé, frágil y pobre, para compartir nuestra condición y redimirnos.
Padre Fernando Cervera sj
Resumen del ejercicio
+ Ponerme bajo la mirada de Dios.
+ Petición: “Interno conocimiento de Jesucristo que por mí se hace hombre, para más amarlo y seguirlo”.
+ Materia del día: contemplar el pesebre (Jn 2, 1 y ss)
+ Coloquio (diálogo en oración con Dios sobre lo contemplado).
+ Exámen de la oración: ¿qué me pasó? ¿qué sentí? ¿qué vi? ¿me dijeron algo? ¿me sentí consolado o desolado?