Quiero, Señor, que se rompan mis miedos
de tanto abrazar, y que se ahoguen mis angustias en tu mirada.
Quiero, que siguiéndote en el camino, encuentre hermanos, que tengan tu sello de amor
en el corazón. Que me ayuden a combatir la soledad…
Quiero Señor, que tus manos estén aferradas a las mías siempre, y que pueda limpiar mi pecado y el de este mundo, con tu sonrisa.
Cuento, los días, las horas, para verte; sabiéndo que desde el altar, y con los brazos abiertos, me decís: ¡Viniste…! ya te extrañaba…
Hay Señor, y me pesa, la maldad y los prejuicios, me pesa mi necedad, me pesan los miedos y me duele, que en ésta oscuridad, no pueda encontrarte.
Pero sé que me esperarás, este Domingo cuando llegue, allí estarás, con los brazos abiertos, sobre el altar, y me dirás: ¡Viniste…! no te vayas más…
Sebastián Fiegueroa