En un momento cuando a Leopoldo Marechal un muchacho le pregunta: “¿Qué hace falta para vivir?”, él le responde: “un puerto, un navío y un mástil”.
Nadie educa, si no sabe para qué educa y a quién educa. Nadie puede incluir tampoco si no se sabe para qué y a quién. Cuando Marechal habla de puerto, navío y mástil se refiere a la Epopeya Homérica de La Odisea, el peregrinar de Odiseo o Ulises para volver a Ítaca, su tierra, después de la guerra de Troya; peregrinaba en busca de los rostros a quienes amaba, su esposa Penélope y su hijo Telémaco. En el capítulo de las sirenas, que en esta obra no eran esas bellas criatura que nos contaban de niños, él se hace atar al mástil para poder llegar a su tierra, pone cera en los oídos de la tripulación y así vence el bello canto de las sirenas; el educar tiene mucho que ver con esto.
No hay educación si no hay puerto (alumnos), no se puede educar si no se sabe para qué se educa; no hay educación sin navío, (institución);no hay educación sin mástil, (docentes). Para poder navegar en estos mares hay que comprender el mar. En el Libro de Silvia Bacher “Tatuado por los medios” cita un axioma jesuita, dice que para enseñar latín a Pedro, hay que saber latín, pero también hay que saber de Pedro. El docente peregrina hacia Pedro (el niño, joven) o no puede ser docente. Para saber Pedro tengo que haber soñado con Pedro y tengo que haberme soñado para Pedro.
Habría que preguntarles a los estudiantes de profesorado antes de comenzar la carrera: ¿ Con qué Pedro sueñan ustedes? Hoy no alcanza con un registro de la realidad para poder comprender, cada vez tienen que interactuar más niveles de análisis para intentar comprender lo que pasa a nuestros niños y jóvenes; necesitamos entender su época. Hoy los supuestos que uno tenía cuando nuestros niños venían a las escuelas, y que era esto de los vínculos, ha cambiado, porque todo este avance tecnológico ha generado más hábitos de conectividad que actos de vincularidad, y los hábitos de conectividad no son como los de la vincularidad, que requieren reconocimientos del otro, percepción del que está presente, intuición. Uno entra al aula y no lo registran, porque hay hábitos de presencia que ya no están. El no poder enfocar ajustadamente la realidad nos genera agobio, stress, vivimos en un contexto que nos desborda y ahí vienen las enfermedades, las licencias; esos lentes con los que miramos la realidad necesitan un cambio.
Entender los nuevos hábitos de los chicos, esta idea de instantaneidad, es muy distinta a la educación que trabaja en espera, proyecta esperanza, esperar configurar un rostro, lleva tiempo.
Se han ido desdibujando los rostros y esto provoca vacío en los chicos, no es que no sabe qué hacer con matemática, no sabe qué hacer con su vida. Escuela mirada, escuela palabra, presencia adulta más necesaria que nunca. Nuestros chicos necesitan ser abrazados y mirados en nuestros colegios.
Decía Martín Descalzo: “Mamá no miraba para ver, miraba para abrazar”
Adapt. Del padre Alberto Bustamante director del CONSUDEC