A veces pensamos que somos indispensables, que nada será igual sin nosotras; un breve fragmento de Bucay nos hace reflexionar sobre la importancia de aprender a cerrar etapas y comenzar a vivir la vida con la posibilidad de valorar el recorrido a la luz de lo que sigue, desde un lugar diferente .
“Quizás debía irse. Partir. Dejar lo que tenía en manos de los otros. repartir lo cosechado y dejarlo de legado para, aunque sea en ausencia, ser en los demás un buen recuerdo. En otro país, en otro pueblo, en otro lugar, con otra gente, podría empezar de nuevo. Una vida diferente, una vida de servicio a los demás, una vida solitaria. Debía tomarse el tiempo de reflexionar sobre su presente y sobre su futuro. Martín puso muchas cosas en su mochila y partió en dirección al monte. Le habían contado del silencio de la cima y de cómo la vista del valle fértil ayudaba a poner en orden los pensamientos de quien hasta allí llegaba. En el punto más alto del monte giró para mirar su ciudad quizás por última vez. Atardecía y el poblado se veía hermoso desde allí.
-Por un peso te alquilo el catalejo. Era la voz de un viejo que apareció desde la nada con un pequeño telescopio plegable entre sus manos y que ahora le ofrecía con una mano mientras con la otra tendida hacia arriba reclamaba su moneda. Martín encontró en su bolsillo la moneda buscada y se la dio al viejo que desplegó su catalejo y se lo alcanzó.
Después de un rato de mirar consiguió ubicar su barrio, la plaza y hasta la escuela frente a ella. Algo llamó su atención. Un punto dorado brillaba intensamente en el patio del antiguo edificio. Martín separó sus ojos del lente, parpadeó algunas veces y volvió a mirar. El punto dorado seguía allí. – Qué raro –exclamó Martín sin darse cuenta que hablaba en voz alta -¿ Qué es raro? -preguntó el viejo – El punto brillante -dijo Martín- ahí en el patio de la escuela -siguió, alcanzándole al viejo el telescopio para que viera lo que él veía. – Son huellas -dijo el anciano. -¿ Qué huellas? -preguntó Martín – Te acordás de aquél día…debías tener siete años, tu amigo de la infancia, Javier, lloraba desconsolado en ese patio de la escuela, Su madre le había dado unas monedas para comprar un lápiz para el primer día de clases. Él había perdido el dinero y lloraba a mares -contestó el viejo. Y después de una pausa siguió -: ¿Te acordás de lo que hiciste? tenías un lápiz nuevito que estrenarías ese día. Te arrimaste al portón de entrada y cortaste en lápiz en dos partes iguales, sacaste punta a la mitad cortada y le diste el nuevo lápiz a Javier. – No me acordaba -dijo Martín-. Pero eso ¿qué tiene que ver con el punto brillante? – Javier nunca olvidó ese gesto y ese recuerdo se volvió importante en su vida. – ¿Y? – Hay acciones en la vida de uno que dejan huellas en la vida de otros -explicó el viejo-, las acciones que contribuyen al desarrollo de los demás quedan marcadas como huellas doradas… Volvió a mirar por el telescopio y vio otro punto brillante en la vereda a la salida del colegio. – ese es el día que saliste a defender a Pancho, ¿te acordás? Volviste a casa con ojo morado y un bolsillo del guardapolvos arrancado Martín miraba la ciudad. –
Ese que está ahí en el centro -siguió el viejo-es el trabajo que le conseguiste a Don Pedro cuando lo despidieron de la fábrica … y el otro, el de la derecha, es la huella de aquella vez que juntaste el dinero que hacía falta para la operación del hijo de Ramírez…las huellas esas que salen a la izquierda son de cuando volviste del viaje porque la madre de tu amigo Juan había muerto y quisiste estar con él. Apartó la vista del telescopio y sin necesidad de él empezó a ver cómo miles de puntos dorados aparecían desparramados por toda la ciudad. Al terminar de ocultarse el sol, todo el pueblo parecía iluminado por sus huellas doradas. Martín sintió que podía regresar sereno a su casa. Su vida comenzaba, de nuevo, desde un lugar distinto”.
Fragmento de “El camino de las lágrimas” de Jorge Bucay