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Algo para contar
Diálogo entre el hombre y Cristo
martes, 15 de abril de
En sus «Diálogos de Pasión», José Luis Martín Descalzo imagina una serie de diálogos que Jesús mantiene con los personajes de la pasión antes de que ésta comience, y cierra la serie con dos diálogos con Satanás y con el Padre.
Hablan Cristo y el hombre
Hombre:
Todos los años llego hasta tus plantas en estas horas de silencio y de luto y te pregunto, Cristo, por tu sangre y por mi sangre de hombre derramada. Hace dos mil años que te fuiste y aún seguimos solos. Sin comprender, sin entender la sangre.
Vivimos como ríos que caminan sin hacerse preguntas, dejándose correr como las horas, sobre la piel del mundo.
Cantamos y reímos. Logramos olvidarnos del horror de estar vivos ¡hasta el mundo parece una gloriosa fábula! Hasta que un día llega, terco, el dolor con todas sus preguntas y nos agarra por las solapas y nos zarandea y nos empuja a preguntarnos los porqués de las cosas y del mundo.
¿Por qué el sufrimiento del hombre? ¿por qué tantas soledades que conducen a la muerte?
¿por qué las desgracias y las guerras? ¿por qué cada día que amanece es una ventana abierta a la sangre que chorrea ardientemente?
Responde, oh Dios, ahora que es noche en mi alma y que mi fe vacila, ahora que ser hombres y mujeres se nos hace cuesta arriba y ahora, que llegamos, como pobres mendigos cargados de preguntas a tus plantas.
Cristo:
No tengo más respuestas que las que les di con mi cuerpo. Estudia bien mi carne. Aprende mi cuerpo. Tal vez allí encuentres el por qué de tantas cosas.
Hombre:
Pues respóndenos Señor….Tú que vives aún más cerca del hombre. Tú, que puedes hablar nuestro lenguaje. Dinos el por qué y para qué de nuestros llantos.
Cristo:
¡Qué voy a deciros en esta noche de cáliz amargo! No tengo más palabras que mi vida
ni traigo más respuestas que mi sangre.
Yo también viví lleno de preguntas y más que darles razones quise sepultarme y ser solidario con tu llanto, quise ser uno más entre ustedes, caer como abono en los surcos de la tierra
morirme sin saber si iba a dar fruto.
Por eso te digo en esta noche: si no lográs entender tus dolores, tus luchas…. sabé que, al menos, no lo vivirás solo como los viví yo.
Hombre:
¿Solo, Señor?…si viviste estrujado, empujado, arrastrado, arrebatado por la muchedumbre. Si en tus horas más íntimas te ciñeron los doce ¡Si hasta en la cruz te pusieron como compañeros a dos ladrones!.
Cristo: Te
digo…nadie ha vivido nunca tan sólo como yo. Las gentes caminaban a mi lado, pero no me entendían. Los Doce me querían pero jamás supieron a quién daban su amor. Recostaban incluso su cabeza en mi pecho pero sólo escuchaban latir su corazón. Aún recuerdo aquella noche de Jueves Santo cuando yo les quise dar mi carne a dentelladas: me miraban asustados y atónitos, como se mira desde la playa un barco que se está hundiendo en plena mar. No es que no me entendieran….es que querían quedarse en la playa antes que hundirse en mi locura.
Es terrible ¿sabes? comprender que has nacido para salvar al hombre y ver que te abandona precisamente porque ve que vas a salvarle cuando además vas a salvarle con tu muerte.
Me miraban y me miraban… ¡sólo Judas se atrevió a creer seriamente en mi muerte para empujarme a ella!. El sí me acompañó……pero traidoramente
Hombre:
Señor, Tú hiciste al hombre, Tú fabricaste el barro que nos da forma. ¿De qué te extrañas ahora que nuestro lodo manche?
Cristo:
Es que yo me esperaba las incomprensiones pero no las traiciones. Vuelvo en esta noche a escuchar los sucios labios de quien me llama amigo para mejor venderme. Oigo el triste tintinear de las monedas, veo cómo vino hasta mí en esta noche y me pregunto ¿cómo pudo reunir tanto engaño?
Hombre:
Mas tú sabías bien que vendría esa hora. Tú le llamaste “hijo de la perdición”
Cristo:
¿Creés acaso que él era distinto? ¿crees que tú no me habrías traicionado?. Aun guardo en mi mejilla le huella de aquel beso. Es el beso del hombre. De todos mis hermanos. En él todos besaron… y todos siguen besándome y traicionándome cuando me dicen que viven conmigo y van por otros caminos opuestos a mí.
Hombre:
¡Pero eso no es cierto! ¡algunos intentamos defenderte!
Cristo:
¡Si! con la espada! que es más horrible que el dinero. Se quedaron dormidos… sólo supieron golpear los unos a los otros….. ofrecerme como tributo, el tributo de una oreja cortada
¡Cuantas veces les expliqué las bienaventuranzas!
que fueran pacíficos… que no manejasen las armas.
Los invite a quererse… y se conviertieron en guerreros,
les hablé de la cruz… y en seguida sale el cuchillo.
Y a veces, la cruz, la llevás en el pecho como dulce joya como triste amuleto. ¿Entendés ahora qué importante fue el que bajara un ángel del cielo a consolarme?
Hombre:
Hoy he vuelto a llorar y a acompañarte. Ya que no supe amarte, que sepa al menos ir a tu lado en el dolor y limpiarte con la Verónica, caminar tras tus pasos con mis flaquezas, subir contigo a la cruz con mis fracasos.
Cristo:
Así es, ahora empiezas a entender. Ningún dolor se pierde, tu llanto y el mío es nuestro llanto, es la sal que conserva el universo. Por eso…déjate de preguntas, tomá tu cruz y vení conmigo y continuaremos juntos la redención como una casa grande y feliz para todos.
Hombre:
Si, voy a cargar con mi dolor a cuestas y subiré contigo por la vida, compartiré mi cruz con mis hermanos, y sus cruces con la mía… Oblígame Señor a ser tu Cirineo.
Cristo:
¿Mi Cirineo? ¡No hombre no!, de tus hermanos. Cirineo de tus hermanos, de aquellos que tú ves que no pueden con sus cruces; soledades y depresiones, paro e indiferencia, violencia y racismo……Yo tengo aún fuerzas para cargar con este madero, pero piensa un poco ¡cuantos maderos que aplastan a personas que tú conoces!…¿qué haces?
Hombre:
Ahora lo entiendo Señor.
Tu muerte da vida a la muerte del hombre.
Duerme ahora y descansa, Cristo mío,
mientras yo uno mis dolores y mi cruz a tu cruz;
mientras yo me voy volviendo, como tú, redentor de muchas situaciones.
Cúbrenos con tu paz como la nieve,
cúbrenos con tu sangre,
con la sábana santa de tu misericordia.
Mañana saldrá el sol y nuestro llanto se deshará
bajo el ardiente fuego de tu resurrección.
José Luis Martín Descalzo
“Diálogos de Pasión”
Milagros Rodón
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