Al amanecer Jesús volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles. Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?”.
Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: “Aquél de ustedes que no tenga pecado, que arroje la primera piedra”. E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo.
Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado?”. Ella le respondió: “Nadie, Señor”. “Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante”.
Jesús actúa con misericordia ante una mujer adúltera. No condena a esta pobre mujer. Pero tampoco le dice que siga pecando. La trata con respeto, pero le dice bien claro que no lo haga más. Es cariñoso y exigente. Jesús siempre da una nueva oportunidad. Todos hemos metido la pata alguna vez en la vida. Todos hemos pecado. El que dice que no tiene pecado es un mentiroso, dice san Juan en su primera carta. El que dice que nunca pecó, además de ser un mentiroso es un soberbio. Pero si hemos pecado, ya fue, quedó en la misericordia de Dios. Lo pasado pisado. Le hemos pedido perdón a Dios, Dios ya nos perdonó. El no tiene memoria, perdona y olvida. Lo pasado ya no existe. Ahora hay que comenzar una etapa nueva abierta a una esperanza. Todo lo más hermoso está por delante.
Jesús no le dijo a la mujer que no se haga problemas y siga disfrutando, sino que no vuelva a pecar. La perdona y quiere que comience una vida nueva y buena. Jesús cree en la persona. Sabe que en toda persona existe la posibilidad de cambiar. No importa el pecado por grande que sea. El amor de Dios es más grande que nuestro propio pecado. María Magdalena fue una prostituta y luego fue una gran santa por el actuar de Dios en su vida. Fue una mujer pecadora, pero ella pasó de prostituta a santa. Para Dios nada es imposible.
Todos en la vida hemos cometido errores. Pero un error en la vida no significa una vida de errores. Dios te perdona y no te condena. No te condenés a vos mismo. Dios te perdonó, ahora no seas masoquista, no sufras más, perdonate a vos mismo y estarás en paz. Tratate con más dulzura y misericordia. A veces son caminos de búsqueda. ¿Cómo encontrar el camino si nunca me equivoqué? Muchas veces lo que para nosotros es pecado, para Dios es experiencia. Dios del mal siempre sacará el bien. El se las arregla, para eso es Dios. Nos dice san Agustín que el abismo de nuestra miseria ha atraído el abismo insondable de la misericordia de Dios sobre nosotros. A partir de esta experiencia que podamos vivir en la paz y en la alegría para proclamar las maravillas que hizo en nosotros, hasta decir convencidos como san Pablo que donde abundó el pecado ahora sobreabunda la gracia.
Dios a todos nos dio una nueva oportunidad. Es el Dios de las oportunidades. Confía en nosotros. Nos perdonó nuestros pecados. Ahora nos lanza para adelante abiertos a una ilusión de una vida nueva, y nos dice que no pequemos en adelante para no vivir en la angustia. El pecado nos aleja de Dios, y siempre nos conduce a la angustia. Nuestro Dios es un Dios de paz. Quiere que vivamos en paz y en alegría.
Que el encuentro con Jesús sea una fiesta, una Pascua. Jesús nos hace pasar de la muerte a la vida. El nos acaricia el alma y hace florecer de nuevo todo corazón que se abre a él con confianza. Solo él puede hacer florecer un corazón que se estaba marchitando. Solo él nos puede regalar un corazón nuevo, y con corazón nuevo tenemos que abrirnos a nuevos horizontes. A corazón nuevo le corresponde una etapa nueva llena de esperanza. Corazón nuevo, vida nueva.
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