La mirada

lunes, 13 de octubre de
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LA MIRADA

 

El poder de la mirada está en que en los ojos viaja el alma. Y cuando el alma está habitada por Dios la mirada del hombre puede dar Dios a los demás.

 

* * *

 

Salido (Jesús) al camino, corrió un hombre hacia Él y arrodillándose le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?» «Ya sabes los mandamientos (le dijo Jesús): no matarás…» Él le dijo: «Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud». Jesús puso en él los ojos amorosamente y le dijo: «Una sola cosa te falta: vende cuanto tienes…, luego ven y sígueme». (Mc 10,17-21)

 

Viéndole (a Pedro) una sierva sentada a la lumbre y fijándose en él, le dijo: «Éste estaba también con Él». Él lo negó diciendo: «No le conozco, mujer». Estaba aún hablando cuando cantó el gallo. Vuelto el Señor miró a Pedro, y Pedro se acordó

de la palabra del Señor… Y, saliendo fuera, lloró amargamente.

(Lc 22,56-57.60-62)

 

Así que estuvo cerca, al ver la ciudad (Jesús) lloró sobre ella diciendo: «Si al menos en este día conocieras lo que hace a la paz tuya».

(Lc 19,41-42)

 

Andrés condujo (a su hermano Simón) a Jesús, que fijando en él la vista, dijo: «Tú eres Simón, hijo de Juan; tú serás llamado Cefas». (Jn 1,24)

 

La lámpara del cuerpo es el ojo. Si, pues, tu ojo estuviere sano, todo tu cuerpo estará luminoso. Pero si tu ojo estuviere enfermo, todo tu cuerpo estará en tinieblas. (Mt 6,22)

 

* * *

 

Ahora, Señor, voy a cerrar mis párpados:

          hoy ya han cumplido su oficio.

Mi mirada ya regresa a mi alma

          tras de haberse paseado durante todo el día

          por el jardín de los hombres.

 

Gracias, Señor, por mis ojos, ventanales abiertos

          sobre el mundo;

          gracias por la mirada que lleva mi alma a hombros

          como los buenos rayos de tu sol conducen el calor y la luz.

Yo te pido, en la noche, que mañana, cuando abra mis ojos

          al claro amanecer, sigan dispuestos a servir a mi alma  

          y a mi Dios.

 

Haz que mis ojos sean claros, Señor.

Y que mi mirada, siempre recta,

          siembre afán de pureza.

Haz que no sea nunca una mirada decepcionada

          desilusionada,

          desesperada,

sino que sepa admirar,

          extasiarse,

          contemplar.

 

Da a mis ojos el saber cerrarse para hallarte mejor,

          pero que jamás se aparten del mundo por tenerle miedo.

Concede a mi mirada el ser lo bastante profunda

          como para conocer tu presencia en el mundo

          y haz que jamás mis ojos se cierren ante el llanto del hombre.

 

Que mi mirada, Señor, sea clara y firme,

          pero que sepa enternecerse

          y que mis ojos sean capaces de llorar.

 

Que mi mirada no ensucie a quien toque,

          que no intimide, sino que sosiegue,

          que no entristezca, sino que transmita alegría,

          que no seduzca para apresar a nadie,

          sino que invite y arrastre al mejoramiento.

 

Haz que moleste al pecador al reconocer en ella tu resplandor,

          pero que sólo reproche para encorajinar.

Haz que mi mirada conmueva a las almas por ser un encuentro,

          un encuentro con Dios.

Que sea una llamada,

          un toque de clarín

          que movilice a todos los parados en las puertas,

          y no porque yo paso, Señor,

          sino porque pasas Tú.

 

Para que mi mirada sea todo esto, Señor,

          una vez más en esta noche

          yo te doy mi alma

          y mi cuerpo

          y mis ojos.

Para que cuando mire a mis hermanos los hombres

          sea Tú quien los mira

          y, desde dentro de mí, Tú les saludes.

 

Michel Quoist, en “Oraciones para rezar por la calle”

 

Juan Francisco Suarez