Una chispa en la Eternidad

viernes, 5 de enero de
La camilla golpeó contra la puerta vaivén y el sacudón me hizo reaccionar. Abrí los ojos y leí: UTI, Unidad de Terapia Intensiva. ¡Sonamos, estoy frita! Esto es más grave de lo que pensaba.
 
No sé si alguna vez te conté que tiempo atrás estuve al borde de la muerte. En cierto modo ese hecho modificó mi manera de vivir la Vida, este tiempo que todos tenemos acá abajo. También me hizo tomar consciencia del enorme regalo que Dios nos hizo con el “Don de la Vida”.
 
Los seres humanos por lo general, ocupamos nuestro tiempo atiborrándonos hasta la gula de falsas seguridades, ya sean: materiales, intelectuales, fama, poder o dinero. ¡Ilusos! Como si estas fuesen salvoconductos que nos abran la puerta a la inmortalidad. 
 
Pretendemos perpetuarnos en la memoria de los demás y nos aferramos con todas nuestras ansias a ese deseo, ocupando paradójicamente en ello, el limitado tiempo del que disponemos. Cuando en realidad, sería más sabio, estar ocupándonos en VIVIR.
 
VIVIR con mayúsculas y con todas las letras.
 
Disfrutar cada instante, cada sonrisa de nuestros hijos, cada caricia de nuestra pareja, cada rayo de sol en el rostro, el aroma de una flor en primavera, atrapar un copo de nieve, reír con ganas hasta que duela la panza, llorar con todas las lagrimas cuando la tristeza nos embargue, sentir, gozar: VIVIR.
 
Esa actitud de continua felicidad, o al menos la búsqueda constante de ella, será la que nos abra las puertas del cielo. Ese cielo que todos anhelamos sea cual sea nuestra religión o creencia. Y lo ansiamos porque de ahí venimos y hacia ahí vamos. Estamos hechos de Amor y nuestro objetivo es Amar. Amar la Vida y cada persona que se nos regala para vivirla. Y sólo disponemos de un instante para hacerlo.
 
Somos eso. Solamente, una chispa en la Eternidad.

 

Gabriela Arce