Evangelio según San Lucas 2,22-40

jueves, 24 de enero de
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"Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor. Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor.
Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: "Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel". Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: "Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción,
y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos". Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él."

 

Palabra de Dios

 

 



Reflexión: Monseñor Santiago Olivera Obispo de la Diócesis de Cruz del Eje

 

 

 

Hoy miércoles 2 de febrero celebramos la Presentación del Señor, que conocemos como “de las Candelas” y recordamos a nuestra Señora de la Candelaria.

 

Conmueve este relato que la Iglesia nos presenta para reflexionar, porque descubrimos una vez mas la absoluta fidelidad de la Sagrada Familia a Dios. Dice la escritura que llegó el día de la purificación, y de acuerdo con la Ley de Moisés, llevaron a Jerusalem al niño a presentarlo al Templo, y Él no hizo alarde de su categoría de Dios, se anonado y pasó como uno de tantos. La Virgen María cuando recibe el anuncio del Ángel de que seria la Madre de Dios, haciendo un paralelismo, tampoco hizo alarde de su condición de Madre de Dios, sino que pronto se puso en camino al encuentro de su prima Isabel para servirle, pues ésta estaba esperando a Juan, el Bautista. San José escuchó en sueños la voz del Ángel y tomó a la Virgen calladamente, este hombre justo, del silencio, de la voluntad de Dios. Cada uno de ellos ha sido un ejemplo de docilidad y fidelidad al plan de Dios. Esta Sagrada Familia fue lo que Jesús fue mamando mientras crecía e iba aprendiendo a relacionarse con su Padre Dios en su realidad humana.

 

 

Descubrimos también en este encuentro a Simeón, un hombre piadoso que se dejaba conducir por el Espíritu Santo. Cuánto debemos desear nosotros también dejarnos conducir por el Espíritu Santo. Por su docilidad, Simeón, por ese estar lleno del Espíritu, pudo ver en la fragilidad de este niño, en una familia común como tantas otras que se acercaban a presentar a su niño, la salvación la luz y la gloria. Porque caminaba en la luz pudo ser dócil al espíritu santo y pudo descubrir la presencia de Jesús. En este día donde la luz cobra un papel importante debemos dejarnos iluminar por el Señor, tenemos que mostrarle toda nuestra vida a Jesús para que Él la ilumine. Estas velas que tenemos encendida en nuestra comunidad y en nuestra casa, siempre nos habla de esta luz que ilumina nuestra vida. Que podamos presentarle nuestra vida para dejarnos iluminar, pues toda realidad toda situación esta iluminada por Jesús. Por último no podemos dejar de mencionar a nuestra Madre, la Virgen María, la llena de gracia, a quién Simeón le anuncia algo terrible, la espada del dolor le atravesará el corazón.

 

Ser cristiano no es una vacuna contra todo riesgo, ser cristiano como María es confiar, es amar, es estar de pie, decir amén y dejarse conducir por el Espíritu, fundamentalmente confiar en el Dios que no miente y es fiel. Todo lo demás es relativo, sólo Dios es absoluto. Pidamos como la Sagrada Familia que sepamos ser fieles a Dios en todo, y como Simeón sepamos descubrir al Señor que viene a nuestra vida y trae la salvación y la gloria. Dios bendiga a todos.

 

 

 

 

Oleada Joven