Evangelio según San Lucas 8,16-18

sábado, 21 de septiembre de
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No se enciende una lámpara para cubrirla con un recipiente o para ponerla debajo de la cama, sino que se la coloca sobre un candelero, para que los que entren vean la luz.

Porque no hay nada oculto que no se descubra algún día, ni nada secreto que no deba ser conocido y divulgado. Presten atención y oigan bien, porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que cree tener”.


Palabra de Dios


 

 


P. Maximiliano Turri Asesor de la Pastoral Juvenil de la Diócesis de Chascomús

 

 

El evangelio de hoy nos permite descubrir la profundidad y la dimensión que se tiene desde el mismo momento que se recibe la novedad del Evangelio y se experimenta el Amor de Dios. Esa renovación que se recibe al dejarse encontrar por Jesús, esa experiencia única no puede quedar solamente en haberla recibido. La lógica del amor no es la de encerrarse, sino todo lo contrario, la de salir y compartirse.


Así debe ser con quién ha recibido el encuentro con Jesús. Así lo enseña el documento de Aparecida: “Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo” (n° 29).


Si es realmente el mejor regalo que recibimos, si es realmente lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, no podemos menos que mostrarlo a los demás. Sabiendo que la luz que compartimos no proviene de nosotros, no somos nosotros los que anunciamos. Mostramos la luz de la cual no somos su fuente.


Como se dice en el Evangelio de San Juan sobre Juan el Bautista: “Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era luz, sino el testigo de la luz” (Jn 1,7-8) Testigo de la luz. Porque vio creyó, y porque creyó anunció. El que ha recibido está en condiciones de dar. Esto es el comienzo para ejercer la humildad.


Porque nadie tiene porque lo ha alcanzado solo, todos somos continuadores de algo que nos fue dado, que no nos pertenece. Es por eso que creérsela no es propio de quién cree. Al contrario, es reconocerse cada vez más humilde ante lo que comunica.


Juan era testigo de la luz, porque “La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre” (Jn 1,9) Es la Palabra la que da vida y la que ilumina. Es la Palabra encarnada en Jesús la que nos muestra su poder. Es la Palabra de Dios la que se manifiesta a través de las obras de los creyentes. Es lo que somos capaces de hacer por medio de su Palabra la que da testimonio y la que propone que otros crean.


San Mateo lo dice más claramente: “Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo” (Mt 5, 16). Por medio de los cristianos el mundo creerá. Por medio de nuestras obras los demás se cuestionarán su proceder y el modo en el que viven.


“No se enciende una lámpara para cubrirla” dice el evangelio de hoy. No recibimos el Amor de Dios para guardarlo. Jesús quiere llegar a todos, pero quiso hacerlo a través de cada uno de nosotros. Este es nuestro regalo y nuestro mayor gozo, darlo a compartir con los demás. Por eso somos discípulos y misioneros. Como decía san Francisco de Asís: “predica el Evangelio, y cuando sea necesario, habla”


¡Que tengas un hermoso día! En el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amen


 

 

 

 

Oleada Joven