Qué alegría se siente cuando uno va descubriendo dónde tiene la oportunidad de "hacer la obra de Dios". Las actividades pueden ser de lo más variadas: preparar a chicos para la Primera Comunión, organizar campamentos y convivencias de formación, llevar adelante una Adoración Eucarística o una campaña para Pentecostés, Pascua, Navidad, y miles de otras cosas!. Algunos, tal vez, hasta tienen a su cargo la coordinación de un grupo de jóvenes, o son secretarios pastorales en algún colegio o institución. Y en todo eso, uno se va llenando el alma; porque siente que contribuye a traer el Reino a todos. Y así, con esta idea en mente, nos dedicamos con todo nuestro corazón a estas misiones, horas y horas, días y días.
Todo eso está muy bueno, y seguramente, Dios así lo quiere. Pero muchas veces entre tantas cosas perdemos la perspectiva, nos perdemos en hacer supuestamente "las cosas de Dios" y nos olvidamos de Él, que es lo que verdaderamente importa.
A partir del testimonio del obispo Vietnamita Van Thuan, que tras desarrollar una amplia tarea pastoral repentinamente fue apresado por el régimen comunista, nos adentraremos en esta distinción entre Dios y las cosas de Dios.
Sólo Dios
Nos dice Van Thuan, que a veces un programa bien desarrollado debe dejarse sin terminar; algunas actividades iniciadas con mucho entusiasmo quedan obstaculizadas; misiones de alto nivel se degradan hasta ser actividades menores. Quizá estés turbado o desanimado. Pero ¿me ha llamado a seguirlo a Él o a esta iniciativa o a aquella persona? Deja que el Señor actúe: Él resolverá todo y mejor.
(…)
Una noche, en lo profundo de mi corazón, escuché una voz que me decía: "¿Por qué te atormentas así? Tienes que distinguir entre Dios y las obras de Dios. Todo aquello que has hecho y querrías continuar haciendo: visitas pastorales, formación de seminaristas, religiosos, religiosas, laicos, jóvenes, construcción de escuelas, misiones para la evangelización de los no cristianos…, todo esto es una obra excelente, pero son obras de Dios, no son Dios. Si Dios quiere que tú dejes todas estas obras poniéndote en sus manos, hazlo inmediatamente y ten confianza en Él. Él confiará tus obras a otros, que son mucho más capaces que tú. Tú has escogido a Dios, y no sus obras".
Escoger a Dios y no las obras de Dios. Este es el fundamento de la vida cristiana, en todo tiempo. De este modo, comprendo que mi vida es una sucesión de decisiones, en todo momento, entre Dios y las obras de Dios. Una decisión siempre nueva que se convierte en conversión. La tentación del pueblo de Dios siempre consistió en no fiarse totalmente de Dios y tratar de buscar apoyos y seguridad en otro sitio. Esta es la experiencia que sufrieron personajes tan gloriosos como Moisés, David, Salomón… Escoger a Dios y no las obras de Dios: Dios me quiere aquí y no en otra parte.
Cuando digo: «Por Dios y por la Iglesia», me quedo en silencio en la presencia de Dios y me pregunto honestamente:«Señor, ¿trabajo sólo por ti? ¿Eres siempre el motivo esencial de todo lo que hago? Me avergonzaría admitir que tengo otros motivos más fuertes».
Escoger a Dios y no las obras de Dios
Es una bella elección, pero difícil. Juan Pablo II los interpela a ustedes: «Queridísimos jóvenes, como los primeros discípulos, ¡sigan a Jesús! No tengan miedo de acercarse a Él. No tengan miedo de la 'vida nueva' que Él less ofrece: Él mismo, con la ayuda de su gracia y el don de su Espíritu, les da la posibilidad de acogerla y ponerla en práctica» (Mensaje para la XII Jornada Mundial de la Juventud, 1997, n. 3).
Estando preso, el Cardenal Van Thuan rezaba:
"¿Por qué, Señor, me abandonas? No quiero desertar de tu obra. Debo llevar a término mi tarea, terminar la construcción de la Iglesia… ¿Por qué atacan los hombres tu obra? ¿Por qué le quitan su sostén? Ante tu altar, junto a la Eucaristía, He oído tu respuesta, Señor: «¡Soy yo al que sigues, no a mi obra! Si lo quiero me entregarás la tarea confiada. Poco importa quién tome el puesto; es asunto mío. Debes elegirme a Mí».
Que hoy podamos reencontrarnos con este Dios que nos busca a nosotros, que quiere la centralidad de nuestro corazón, que nos quiere a nosotros, y no a las cosas que podemos hacer a su servicio. Y a Dios sólo se lo puede conocer a través del trato frecuente en la oración, ahí es donde se nos revela y nos deja ver su rostro y conocer sus sentimientos.
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