El Examen de la oración
P.Javier Soteras
Una de las adiciones más importantes de los Ejercicios es la que versa sobre el examen de cada hora de oración; examen que conviene hacer con especial cuidado porque de él depende, en gran medida, el diálogo o la entrevista con quien da los Ejercicios, del cual –a su vez- depende, en buena medida, el fruto de todos los Ejercicios.
El texto de esta Adición quinta es la siguiente:
“Después de acabado el ejercicio de la hora de oración, por espacio de un cuarto de hora, sea sentado, sea paseándome miraré cómo me ha ido en la contemplación o meditación; y si mal, miraré la causa de donde procede, y así mirada, arrepentirme de la misma, para enmendarme en adelante; y si bien, dando gracias a Dios nuestro Señor, y haré otra vez de la misma manera” (EE 77).
Hagamos a continuación un comentario de cada una de estas frases más importantes, pensando en su práctica.
Después de acabado el ejercicio: incluso puede convenir –aunque san Ignacio no lo diga expresamente- dejar pasar unos instantes (entre diez minutos y un cuarto de hora) entre el término de la oración o coloquio y el comienzo del examen de la misma. Por ejemplo, arreglando el cuarto o paseando, etc.
Así se diferencia mejor la oración de su examen. Porque, durante la oración, no hay que pensar sino en la conversación con el Señor –o con sus santos, sobre todo la Virgen-, conversación en la que consiste la oración y para la cual nos preparamos en la consideración de los “puntos” o temas de la oración.
Por espacio de un cuarto de hora: es un tiempo aproximado que puede ser mayor o un poco menor y que se puede emplear, además de “mirar cómo me ha ido en la contemplación o meditación”, en hacer alguna “repetición” de la oración, volviendo a gustar de los momentos de consolación o devoción que tuvimos durante ella. Nos conviene, además, escribir brevemente lo que vamos advirtiendo, para que luego lo escrito nos sirva de guía en nuestra conversación con quien da los Ejercicios.
Sea sentado, sea paseándome: como se ve, son dos posturas cómodas.
Miraré cómo me ha ido; y si mal… y si bien…: por tanto el “cómo me ha ido” consiste fundamentalmente en sólo dos preguntas: o “mal” o “bien”, con todas las gradaciones posibles. Irme mal es, en primer término, no haber conseguido el fruto de la hora de oración. E irme bien, conseguirlo.
Pero ¿cuál es el fruto de la oración? Lo indica san Ignacio en la petición y en el coloquio de cada hora de oración. Por ejemplo, en la primera meditación de la Primera semana, “vergüenza y confusión”; y en la segunda meditación, “dolor y lágrimas”. En cierto modo el fruto va a ir apareciendo en la reflexión que quien nos da los ejercicios indique. “Estar disponible”, poder descubrir su mirada; identificar su paso por la vida y estar agradecido; y así sucesivamente en las distintas contemplaciones, según sea el pasaje del Evangelio que en cada una se toma como tema.
Finalmente, el mismo ejercitante puede concretar más el fruto que él expresa o desea encontrar: alguno, por ejemplo, de los “frutos del Espíritu” (Gál 5, 22: “amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí”), que en un momento determinado experimenta ser necesario para su vida espiritual.
Me va mal en el ejercicio cuando me dejo llevar, envolver o cedo a una tentación –o no sigo una gracia- y me va bien cuando resisto y aun pongo “mucho rostro contra las tentaciones del enemigo” (EE 325) o cuando sigo una gracia hasta el fin.
Esto supone caer en la cuenta de las tentaciones o de las gracias que tenemos durante la oración, e incluso durante el día, en los tiempos libres o durante la lectura espiritual, exámenes de conciencia, etc. Para eso, siempre que tenemos algún sentimiento o moción, debemos preguntarnos –como Josué al hombre que se le apareció cerca de Jericó-: “¿Eres de los nuestros o de nuestros enemigos?” (Jos 5, 13). Además, debemos tener en cuenta nuestra reacción: ¿nos hemos dejado llevar de la tentación, cediendo a ella, o hemos resistiendo?
Y, “si (me ha ido) mal, miraré la causa y arrepentirme”: es lo primero que se ha de hacer cuando nos ha ido mal en la oración.
“Si bien, dando gracias a Dios”: porque es la gracia –pedida durante la oración preparatoria (EE 46)- a la que también hay que atribuirle que nos haya ido bien en la oración y no sólo a nuestro propio esfuerzo. Conviene, sin embargo, observar, además, cómo hemos procedido en esta ocasión, para poder hacer lo mismo en la próxima oración.
Es importante notar que no siempre la desolación (EE 317) implica que me va mal en la oración, porque a veces nos puede ir bien con la desolación; pero el Señor quiere “probarnos para cuánto somos y en cuánto nos alargamos sin tanto estipendio de consolaciones y gracias”; o bien “para que internamente sintamos que no es de nosotros traer o tener devoción crecida” (son dos de las tres causas principales de la desolación, según EE 322).
En otros términos, la “sequedad” –que es una de las formas de la “desolación” –no siempre indica que nos va mal en la oración: aunque estemos “secos” nos puede ir bien, si lo soportamos con la paciencia (EE 321), sacando los frutos que de esa sequedad espera Dios nuestro Señor (EE 322, segunda y tercera causa de la desolación).
Un complemento importante de cada examen de oración es el examen de conciencia, dos veces al día: una al mediodía- por ejemplo, después de almorzar- y otra a la noche, después de cenar.
Principio y Fundamento
P. Julio Merediz
Los ejercicios espirituales son para poder encontrarse con Dios. En la medida que se ejercita, aparecen trabas, ligadas a los afectos aquellos aspectos que nos distraen, y aquellas afecciones que nos sacan del ámbito de la oración. La oración es un tiempo libre, de amor, de entrega… es un “perder el tiempo” para estar y para configurarnos con el Señor.
Para expresar el deseo de estar con Él, nos puede ayudar el Salmo 138 (texto completo) :
“Señor, tú me sondeas y me conoces; me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares.
No ha llegado la palabra a mi lengua, y ya, Señor, te la sabes toda. Me estrechas detrás y delante, me cubres con tu palma. Tanto saber me sobrepasa, es sublime, y no lo abarco.
¿Adónde iré lejos de tu aliento, adónde escaparé de tu mirada? Si escalo el cielo, allí estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro… si vuelo hasta el margen de la aurora, si emigro hasta el confín del mar, allí me alcanzará tu izquierda, me agarrará tu derecha.
Si digo: «Que al menos la tiniebla me encubra, que la luz se haga noche en torno a mí», ni la tiniebla es oscura para ti, la noche es clara como el día.”
La petición del ejercicio de hoy, relacionada al Principio y Fundamento, es “Señor te pido que pueda descubrir algo de tu conducción salvadora en mi vida”… pedimos que el Señor muestre cómo Él ha estado durante toda la vida.
Dice San Ignacio, “el hombre, es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios, nuestro Señor, y mediante ésto salvar su ánima, y las otras cosas que han sido criadas son para el hombre y para que lo ayuden en la persecución del fin por el cual ha sido creado”. Ésto indica que la creación es algo actual, por lo que está al alcance de nuestras manos el contemplarla. El objetivo de éstos días es poner una actitud interior de reconocimiento de Dios en mi vida, entendiéndola como una historia de salvación en donde Dios actúa. Para dar gracias, es necesario primero reconocerlo. Por eso hoy vamos a intentar poder reconocer cuánto bien recibido de Dios, y desde ahí dar gracias.
En una primera parte, vamos a reconocer etapas de salvación en mi vida: evocar acontecimientos importantes, situaciones, encuentros, experiencias, personas que me ayudaron, circunstancias y comunidades que han favorecido mi vida, encuentros que me indicaron el camino, acontecimientos que fueron salvadores, experiencias que fueron gratificantes. Buscar poner la atención particularmente en los últimos años de la vida.
Otro modo podría ser buscar en la memoria experiencias de amor y aquellas personas que me han amado: personas que me han aceptado, que me han aceptado, me condujeron por el camino, corazones que estuvieron atentos, manos capaces de mirarme con ternura. En cada situación que vaya descubriendo poder dar gracias.
Un tercer aspecto a tener en cuenta son las “casualidades”, la providencia de Dios que está por debajo de las supuestas “casualidades”. Agradecer en concreto por cada una de esas situaciones donde la providencia del Señor ha estado sobre nosotros.
Reconocer el amor con que Dios ha ido obrando en mi vida, necesariamente va a ir haciendo que surja del corazón el alabarlo, poder reverenciarlo y ofrecernos a servirlo. Dios no necesita de nuestra alabanza, sin embargo a nosotros nos fortalece interiormente.
Resumen del ejercicio
1º Ponernos bajo la mirada de Dios. Sentir su mirada. 2º Hacer la petición: pedimos que el Señor muestre cómo Él ha estado durante toda la vida.
3º Tomar la primera parte del Principio y Fundamento: el hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios y mediante ésto salvar mi alma. Hacer un recorrido por las diferentes etapas de la vida y descubrir con cuánto amor Dios me ha ido conduciendo.
4º Coloquio: una charla con Jesús sobre lo que va brotando en lo más profundo del corazón. Quedarse donde encuentro gusto, porque eso va a saciar los deseos de mi corazón. 5º Tomar nota de la oración y de algunas cosas que van pasando durante el día y que se van repitiendo a lo largo de los días.