Día 11: El joven rico

miércoles, 27 de febrero de
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La vocación, llamado del Señor (EE 95)

P. Javier Soteras

 

El tema de la vocación abarca aspectos esenciales de la condición cristiana: a lo largo de su historia, el pueblo de Dios ha hecho un uso abundante de ella, de modo especial para llegar al fondo del llamamiento al ministerio sacerdotal y a la vida religiosa. Últimamente, después que el Vaticano II llamó la atención sobre la vocación laical (LG cc. 4-5), se ha hablado mucho de la vocación del laico en la Iglesia de Dios.


1. La vocación en el Antiguo Testamento

 

En el Antiguo Testamento, los pasajes que hablan sobre la vocación divina están entre los más significativos, sobre todo a propósito de los profetas.

 

El primer rasgo característico de la vocación profética en Israel lo constituye el hecho de que el profeta está bajo la influencia de un llamamiento personal de Dios. Sobra, por tanto, el asombro cuando vemos el lugar que ocupa en Israel el reconocimiento de Yahveh como el Dios Vivo, el Dios Todo-Otro, el único que posee la clave de la salvación del hombre. Para la realización de su destino, Israel está como atado a la iniciativa completamente libre y gratuita de Dios. Dios elige libremente y aparta de los demás pueblos al pueblo de sus preferencias. Poco a poco, la iniciativa de Dios es percibida, a los ojos de Israel, como una iniciativa que se deja sentir en las personas y en cada una de ellas en particular.

 

El llamamiento de Dios se hace oír en lo más profundo de la conciencia creyente, invitándola a movilizar todas sus energías dentro de la fidelidad a las exigencias de la alianza. Es por esto que el tema de la vocación es central en una perspectiva de fe, pero como el hombre es pecador, como su espontaneidad no le conduce en el sentido de una tal unificación de su vida, el llamamiento de Dios parece siempre algo desconcertante, inesperado, imposible de realizar. (Is 6, 1-13; Jer 1, 4-10).

 

La segunda característica de la vocación profética consiste en que el llamamiento de Dios siempre va ligado a una misión, a un servicio a los hombres. El profeta es personalmente llamado por Yahveh para una tarea concreta en el seno del pueblo elegido. Sean favorables o adversas las circunstancias, deberá dirigirse al pueblo elegido para obligarlo a hacer penitencia de sus pecados y a reemprender la aventura de la fe a la luz de los acontecimientos de su historia. El profeta es un servidor de Dios para el cumplimiento de su plan de salvación y, por la misma razón, es igualmente servidor de los hombres.

 

2. La vocación en el Nuevo Testamento

 

En el Nuevo Testamento, como observan los exegetas, es curioso que los evangelistas no utilicen prácticamente el vocabulario tradicional de la vocación a propósito de Jesús de Nazaret (como san Ignacio, quien, al hablar del “rey temporal”, dice que este es elegido de mano de Dios nuestro Señor, pero del “Rey eternal” no dice nada semejante). Es una manera más de afirmar que el misterio de Cristo escapa a las categorías ya inventadas: Cristo es, por sí mismo, Señor, pues es, por identidad, el Hijo hecho hombre.

 

Por el contrario, los evangelistas han multiplicado los pasajes en que se trata del llamamiento por boca de Jesús: en el Antiguo Testamento era Yahveh quien llamaba. En el Nuevo Testamento es todavía Dios quien llama, pero este llamamiento toma cuerpo en los repetidos llamamientos que Jesús de Nazaret dirige a los hombres.


El llamamiento divino adquiere en la boca de Jesús sus verdaderos contornos. Jesús invita a seguirlo (Jn 1, 35-51; Mt 4, 18-22; 9, 9; Mc 1, 16-20; 3, 13-19; Lc 5, 1-11). Él es el iniciador del Reino. En Él es cómo los hombres acceden a la condición filial y son liberados de su pecado.
En Él los hombres se hacen compañeros de Dios en la realización de su plan de salvación. En torno a Él, como piedra angular, se organiza el pueblo de Dios.
A partir de entonces, más que nunca, el llamamiento divino está estrechamente ligado a una misión; pero toda misión, confiada por Dios, está estrechamente ligada con la misión personal de Jesús, de quien recibe su verdadero sentido.

 

El llamado de Jesús, llamado a todos los hombres y mujeres

 

La pasión de Jesús lo aclara todo. El sentido de su misión y el carácter misterioso de su persona. Es entonces cuando se pone de manifiesto que la iniciativa divina está inscrita en la trama de la historia humana: cuando el Resucitado llama, es el propio Dios quien llama. Precisamente en el momento que se manifiesta plenamente el misterio de Cristo, es cuando aparece con evidencia que el misterio de toda vocación es de naturaleza cristológica.

 

En ese momento, igualmente, queda plenamente constituido el universalismo cristiano. Como dice san Ignacio en la meditación del Rey eternal: “Ver a Cristo nuestro Señor, Rey eterno, y delante de él todo el mundo universo, al cual y a cada uno en particular llama y le dice: mi voluntad es de conquistar (por el amor) todo el mundo y todos los enemigos y, así, entrar en la gloria de mi Padre” (EE95, primer punto).

 

El llamamiento de Dios en Jesucristo se dirige a todos los hombres y toda misión que va unida a un llamamiento divino tiene un signo de universalidad. Jesús interpela a todos los que encuentra, hombres y mujeres: ha venido para los pecadores, es decir, para todos, porque todos, sin excepción, lo somos.  Sin embargo, su ministerio personal no es sino a “las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mt 15, 24). Por eso, no se encuentra con los paganos sino accidentalmente.

 

Pero, por el contrario, el misterio pascual descubre toda la amplitud del llamamiento de Jesús (Mt 28, 18: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes”), ya que la negativa de Israel a entrar en la misión que Jesús, el Mesías, había querido confiarle, pone de manifiesto que el llamamiento de Dios se dirige a todos sin excepción (Rom 9-11).

 

 

3. Vocación, servicio a Dios y a los hombres

 

Desde los orígenes, el vocabulario de la vocación fue aplicado al pueblo de la nueva alianza. El término elegido para designar la asamblea cristiana, la reunión de los cristianos, la Ekklesia, tiene un primer sentido que pone en evidencia la iniciativa de Dios con respecto a los hombres: la Ekklesia es la Convocada, la Elegida, la Llamada. La Iglesia es todo esto porque es el cuerpo de Cristo.


En la teología de la Iglesia se usa con frecuencia el binomio llamamiento-misión en razón de su aptitud para subrayar la realidad esencial del pueblo de Dios de la nueva alianza. Y a causa, además, de que el terreno por excelencia de la reflexión eclesiológica fue hasta ahora la celebración eucarística.

 

Dentro de las comunidades paulinas, los discípulos del Señor están convencidos de que han sido llamados por Dios en Jesucristo. Su conversión a Cristo es la respuesta a este llamamiento. Una llamada desconcertante, por supuesto, pero que alcanza a cada uno tal como es, dentro de la situación en que se encuentra.  Los llamamientos son diversos, como lo son las personas a quienes se hacen. Cada uno es invitado a unificar su vida en el servicio de Dios vivo, pero este servicio equivale al servicio al bien común.  Nadie mejor que san Pablo ha valorado la diversidad de vocaciones al mismo tiempo que su unidad profunda, ya que en todos se trata del mismo Espíritu:

“Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra todo en todos. A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común […]. Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad.” (1 Cor 12, 4-11).

Todos son llamados a prestar su colaboración al cumplimiento del designio de Dios, y todos son miembros de un mismo cuerpo, el cuerpo de Cristo (1 Cor 12, 12-31).

 

El Vaticano II ha vuelto a considerar esta doctrina paulina. No hay un solo miembro del pueblo de Dios –por pequeño y “pobre” que sea- que no tenga que desempeñar su parte activa y responsable, pues todos gozan de una igualdad fundamental, dada por el bautismo y la confirmación: son hijos de Dios, “hijos en el Hijo”.

 

Cada uno recibe una vocación y se hace acreedor de ella en la medida en que está dispuesto a movilizar todas sus energías al servicio del Reino o, lo que es lo mismo, al servicio del logro de la aventura vocacional humana.

 

4. La vocación y el estado de vida

 

El término “vocación” se refiere a esa voluntad de Dios sobre cada uno de nosotros, que nos elige para un estado de vida: sacerdote o religioso, laico consagrado… o simple laico, con una vida profesional. Dentro de cada estado de vida, el Señor nos elige para un carisma particular y, luego, para esto o aquello, en concreto y en cada momento de nuestra vida. Esto es lo que se llama hacer la voluntad de Dios en todo momento de nuestra vida.

 

 

 

La pesca milagrosa

P. Julio Merediz

La pesca milagrosa

P. Julio Merediz

La pesca milagrosa

P. Julio Merediz

El joven rico

P. Julio Merediz


Antes de entrar en la meditación de hoy, es muy lindo recordar, lo que Juan Pablo II les decía a los jesuitas en 1983: “Vuestra vocación consiste en seguir de cerca a Cristo, redentor del mundo, en ser cooperadores suyos para la redención de todo el mundo. Consiguientemente ustedes deben destacarse en el servicio del Rey divino, como reza la ofrenda que concluye la contemplación del reino de Cristo en los ejercicios espirituales de San Ignacio”.

 

Ésta propuesta dicha a los jesuitas, son dichas también a nosotros. El llamado del rey es un llamado al compañerismo del pueblo, para conocerlo más, para experimentar más su amorosa preocupación por los demás, para que nos sintamos unidos a Él en su servicio. Éste es el Rey eterno, Jesús, el Pastor bueno que viene a nosotros como uno de nosotros, y por eso puede compartir nuestra suerte.

 

Hoy como petición decimos: “Señor dame gracia para que te conozca internamente y conociéndote más, te ame y te sirva”.  Nos puede ayudar el Salmo 145

Alaba, alma mía, al Señor:
alabaré al Señor mientras viva,
tañeré para mi Dios mientras exista.

 

Como cuerpo de la meditación de hoy, tomamos el texto del Joven rico (Mt 19, 16-22).


"¿Qué he de hacer yo de bueno para alcanzar la vida eterna, qué he de hacer por Cristo”. Ésta pregunta que le formula un hombre a Jesús, denota búsqueda y desconcierto. Mateo agrega que ese hombre era un joven. Como todos los jóvenes del mundo, andaba buscando su camino. Es propio de los jóvenes tener muchos caminos por optar y a la vez temor de errar.
¿Qué he de hacer yo de bueno?.

 

El hombre del relato tenía muchos bienes pero le faltaba quizás lo principal, no sabía qué hacer para alcanzar la Vida. Ese joven ha intuido que en Jesús existe una bondad única, que Él puede darle La respuesta al problema de su vida. Él ha percibido que en Jesús hay algo de Dios, que puede abrir la verdadera ruta, puede proponer verdaderos desafíos. Pero Jesús se resiste a darle una receta: "¿por qué me preguntas por lo bueno?". Antes de proponerle soluciones, Jesús quiere ir a lo más hondo del alma. Previo a cualquier consejo o respuesta es necesario saber si el hombre está dispuesto a revisar a fondo sus criterios, a aceptar como bueno lo que el Señor le diga… Se trata de llegar a las raíces. “¿Por qué me preguntas por lo bueno?”.

 

Jesús, tanteando primero su terreno, le ofrece un camino seguro, sin grandes aventuras… “Bueno, cumplí la ley, quedate con lo que estás andando, con lo que está mandado… marchá con paso seguro por tus obligaciones, allí está todo claro, si vivís la ley conocerás las prohibiciones y las órdenes y no tendrás sobresaltos”. Para el que sólo busca ser fiel a las normas, hace falta un código y listo. El joven porque es joven necesita algo más; porque ha intuido en Jesús lo que en verdad es bueno y por eso se atreve a pedirle que le indique otro paso.


Aquel joven quiere acceder al verdadero seguimiento de Jesús, quiere ser cristiano de verdad, quiere pasar de la mentalidad judeofarisáica que vive de la ley al cristianismo que propone el amor. En esas circunstancias, mirándolo con cariño, la misma mirada con la que nos mira hoy a nosotros, Jesús se atreve a presentarle su camino: Si quieres ser perfecto, si quieres ser santo, si querés seguirme… dejá lo que tiene, dalo a los pobres… Dejá y abandoná tus seguridades, despojate, atrevete a amar riesgosamente y entonces “ven y sígueme”. Es la invitación a una religión que es del seguimiento personal y del amor. Es mucho más exigente, llega más lejos, cumple la ley por que ama mucho.

 

 

 

Seguir a Jesús, compartir su vida

"¿Por qué me preguntas por lo bueno, estás dispuesto a escucharme?". Frente a los grandes problemas que agitan a los jóvenes de hoy, y también a todos nosotros, el sentido de la vida, tantas cosas oscuras… Jesús nos pregunta si estamos dispuestos a creerle. Si estamos dispuestos a revisar nuestros criterios a cerca de lo que es bueno, si estamos dispuestos a firmar nuestro espíritu para tener un mismo corazón con Él, a conocer su corazón para amarlo, servirlo, imitarle… Él no nos propone en primer lugar ni una prohibición ni una ley, sino al contrario, nos invita a una decisión, a una aventura, a un riesgo, a atrevernos a ser como Él y a compartir con Él la vida. De ahí viene el “ven y sígueme”.

 

Ante un problema de hoy tan candente como el uso de los bienes, Jesús no se limita a proponer un mandamiento. El evangelio ha hecho santos, no porque coarta, sino porque agrande el corazón y el ideal. La mezquindad, la estrechez se supera con más amor, como el pecado. Es como el texto de la mujer pecadora del evangelio, se le perdona porque amó mucho. Es un modo distinto de enfrentar los grandes desafíos. No se trata de agrandar la puerta o ensanchar la manga, lo que hay que agrandar es el corazón. Por eso le pedimos al Señor un corazón como el suyo, y no de piedra. Es este tal vez el más grande desafío para la iglesia “Si quieres ser perfecto”, si querés realizar tu vocación, despojate de todo, mirame a mí y seguime.

 

Pedir menos es quedarse para siempre sin entender el evangelio, es volver insípida la sal que no sirve para nada, es esconder cobardemente la luz que hay en nosotros debajo de la cama. Por eso en este día nos unimos a Jesús, el amigo del camino, con las palabras de una copla aragonesa:


“El amigo verdadero debe ser como la sangre que siempre acude a la herida sin esperar que la llame.

 

El amigo verdadero anda siempre disfrazado, siempre parece otro, pero es él, ¿no lo has notado?.

 

El amigo verdadero te regaló lo más grande, estando clavado en cruz te regaló a su madre.

 

El amigo verdadero es como el samaritano que te vio de lejos. Sólo y triste y te tomó a su cuidado.

 

El amigo verdadero pasó tan rapidito a tu lado que si no estas siempre atento, morirás sin encontrarlo.

 

El amigo verdadero te conoce sin hablarlo, te busca sin que lo busques, te ama desinteresado.

 

El amigo verdadero te dió primero la vida sin que tú lo supieras te dio vida sin medida”

 

 

 

Resumen del Ejercicio


1º Ponerse en la presencia del Señor, sentir su mirada llena de ternura.
2º Petición: “Señor dame gracia para que te conozca más internamente, y conociéndote más te ame, y se te sirva, y se diga y te imite”. Salmo 145
3º Cuerpo: Mt 19, 16-22

4º Coloquio

 

Oleada Joven