Estamos transitando la cuarta semana de ejercicios espirituales y nuestra mirada está puesta en Jesús resucitado, y nos hace mucho bien, que a demás coincida con el comienzo de la Semana Santa. En definitiva, nuestra relación de cada día es con Cristo vivo, con Cristo Resucitado. Los los cristianos hemos sido llamados a ser testigos gozosos de Jesús Resucitado. La alegría, para nosotros creyentes, es necesidad y obligación, y es el contenido esencial del anuncio. Un evangelizador triste, traiciona el mensaje. El anuncio del evangelio debe ser dado en alegría porque el gozo del anunciador será el elemento que seduce, que interpela y que da credibilidad al mensaje. Es ello lo que provoca en el que escucha la convicción de que este anuncio, por lo que se ve en su rostro y en sus gesto, es efectivo y es realmente buena noticia. Por éstos días, el pueblo de Dios va percibiendo esto en los gestos y el rostro del Papa Francisco. Por eso, en contraposición, una de las tentaciones más fuertes y más sutil, es la tristeza. Lo que no damos, lo que no amamos, ni sacamos, se vuelve tristeza.
A Jesús le costó mucho consolar a los suyos, sacarlos de la tristeza y animarlos al anuncio de la resurrección. Releyendo el evangelio en estos pasajes tan hermosos, es que Jesús tuvo para cada uno una pedagogía particular. El encuentro con la Magdalena, a la que llama con la ternura de su nombre “María” y así lo reconoce…. Antes Juan había corrido hasta la tumba junto a Pedro y el signo era la piedra corrida. Y hoy, casualmente, tomaremos el encuentro con Pedro. También aquel en que Jesús se pone a caminar con los discípulos de Emaús y durante muchos kilómetros les va calentando el corazón, acrecentándoles el fervor.
Nos ayuda en este momento de ejercicios, sentir como nos decía el Papa Francisco, el gozo y la alegría que para nosotros es una exigencia personal. La posesión y perseverancia de algo que es don pero que se cuida, se defiende y no se negocia a cambio de una euforia pasajera. La alegría y el gozo es para ser dado, es el puente tendido de un corazón a otro por el cual cruza la buena noticia y la hace creíble. La alegría, como decía el Papa Francisco, esta unida a la cruz. La cruz bajo la cual queremos militar y hemos elegido en la segunda semana de ejercicios (las dos banderas) es sobretodo espíritu de lucha que quiere acompañar a Jesús para gozar con Él. Además el Papa Francisco nos invitaba a no perder la juventud del corazón, que está dado por esta capacidad de la lucha en la cruz pero que se manifiesta en el amor. Siempre tenemos posibilidades de seguir creciendo.
Podemos ayudarnos con el Salmo 72:
Concede, Señor, tu justicia al rey y tu rectitud al descendiente de reyes, para que gobierne a tu pueblo con justicia y a tus pobres con rectitud. Que las montañas traigan al pueblo la paz, y las colinas, la justicia; que él defienda a los humildes del pueblo, socorra a los hijos de los pobres y aplaste al opresor.
Perdimos la gracia de “Alegrarme y gozarme intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo Nuestro Señor” Ese Señor que viene a confirmarme en la fe, en le camino emprendido, el Señor que viene a consolarme, a darme su compañía y calidez.
“¿Me amas Pedro?”
Tomamos el Jn 21, 1-19 http://www.radiomaria.org.ar/content.aspx?con=4059
Es una aparición, como todas las de Jesús Resucitado, ricas para llenaros de su presencia, pero especialmente nos vamos a detener en el diálogo de Jesús con Pedro, y la pregunta tan simple y a al vez tan hondamente humana, con que Jesús se despidió de Pedro: “¿Me amas?”. Es una pregunta que va al fondo y exige la verdad. Todo hombre ha hecho esta pregunta a la persona con la que quiere compartir la vida sabiendo que de la respuesta depende el curso de su existencia. “¿Me amas?”. Ahí no hay lugar para la táctica ni la estrategia. Jesús no preguntó a su apóstol cuánto había entendido, tampoco cuál era su capacidad de trabajo, sino que le pregunta cuál era la hondura de su amor y sólo cuando estuvo seguro que ese amor era sólido, pudo confiar definitivamente su obra a la debilidad humana. “Apacienta, apacienta mis corderos”. Porque Jesús reconoció que Pedro en verdad lo amaba, confió en él, y por eso le dio la misión de confirmar a sus hermanos. Sobre sus débiles fuerzas de hombre convertidas en rocas, el Maestro edificó a su Iglesia, y simbólicamente a él como cabeza, le entregó las llaves que abren la puerta de la vida. Quizás la prudencia hubiese aconsejado desconfiar, porque Pedro había conocido la traición, el temor pudo paralizar en un momento todos sus sueños, había negado a quien amaba, todo pareció, entonces, terminado. En esas circunstancias quiso ir al fondo de las cosas e hizo la pregunta decisiva, la única que en definitiva interesa: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?”.
Jesús esperó la respuesta de Pedro, como Dios aguardó expectante el sí de María del cual dependía el plan de salvación. El futuro de la fe, dependía ahora de ese amor y Pedro no falló “Señor, Tú sabes que te amo”. Jesús, a través de la vida y de un modo particular en estos ejercicios, nos ha buscado a nosotros. Con el tiempo hemos desencantado ese primer encuentro, muchas veces por querer adaptarnos a los tiempos, por el imperativo de dar razón de nuestra fe, muchas veces hemos ido cargando la vida cristiana de teologías… fácilmente nuestra fe se ha convertido en doctrina, en afirmación de valores morales, en pensamiento social, en acción y todo eso es realmente fundamental y necesario, pero no puede sustituir una relación gratuita de amor, ternura y fidelidad entre el hombre y Jesús. Ahí se encuentra el alma del ser cristiano, y para eso son los Ejercicios, para este encuentro personalísimo entre el hombre y Jesús. Como cristianos, no se cuántos serán los que puedan decir que aman al Señor con toda su alma, con todas sus fuerzas y con todo el corazón, pero en nuestro deseo está el avanzar hacia esa totalidad. Por eso hoy es fundamental que hoy el Señor nos pregunte ¿me amás?.
Han pasado los años y pocos pasajes tiene para nosotros más actualidad. La iglesia nos invita ahora a una nueva evangelización, a una misión permanente, a un reencuentro con Cristo que renueve a fondo nuestro ardor. En éstas circunstancias el Señor repite su pregunta final que está en el origen de la iglesia y de todo proyecto evangelizador… “¿vos, me amás?”. Él espera la respuesta. No podemos engañarnos ni engañarlo, Él desea que como Pedro y con Pedro podamos contestarle “Señor, Tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo”.
El P. Pedro Arrupe, quien fuera durante casi 20 años Superior General de los Jesuitas, antes fue durante muchos años misionero en Japón y testigo de la bomba en Iroshima. Entre sus anécdotas narraba una:
“Me encontraba yo en Shamaguchi a cargo de un grupo de jóvees. Había entre ellos una muchacha de unos 20 años, que sin llamar la atención, venía a la capilla y permanecía, a veces, horas enteras de rodillas frente al Santuario. Parecía estar ensimismada, no se movía. Un día procuré yo, que nos encontráramos cuando ella salía de la capilla. Empezamos a hablar como de costumbre y cayó la conversación sobre sus constantes y largas visitas al Santísimo. En un momento me dio pie para ello le pregunté: “¿y qué haces tanto tiempo frente al sagrario?”. Sin vacilar, como quien ya tenía pensada de antemano la respuesta me dijo “Nada”. “¿cómo nada?, insistí. “¿Te parece posible estar tanto tiempo sin hacer nada?. Esta precisión de mi pregunta que borraba toda posible ambigüedad pareció desconcertarle un poco. Esta vez tardó más en responderme. Al fin me dijo ¿que qué hago delante del sagrario? Pues, estar”. Y volvió a callarse.
Y seguimos nuestra conversación ordinaria. Parecía que no había dicho nada especial, pero en realidad no había callado nada y lo había dicho todo en una palabra riquísima de contenido. En una sóla palabra había condensado todo lo que significaba su presencia frente al Señor: Estar. Estar como estaba María, la hermana de Lázaro a los pies del señor, o la Virgen a los pies de la cruz. Ellas también estaban. Horas de amistad, horas de intimidades, en las que nada se pierde y parece que nada se da, pero lo que se da es todo. En realidad son pocos los que entienden el valor de ese estar a los pies del Maestro de la eucaristía, ese aparente perder el tiempo con Jesús, ese escuchar una y otra vez que el Señor nos pregunta “¿Tú, me amas?”. Y nuestra respuesta al amigo y confidente es una sola: “Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero”.
Resumen ejercicio
1º Ponerse en presencia del Señor. Salmo 71
2º Pedimos la gracia de alegrarnos y gozarnos intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo Nuestro Señor.
3º Texto: Jn 21, 1-19
4º Coloquio. Reafirmado nuestro deseo de amar al Señor con toda la fuerza, todo el corazón, toda el alma y toda la vida.
P. Julio Merediz