Nunca podrás, dolor, acorralarme. Podrás alzar mis ojos hacia el llanto, secar mi lengua, amordazar mi canto, sajar mi corazón y desguazarme.
Podrás entre tus rejas encerrarme, destruir los castillos que levanto, ungir todas mis horas con tu espanto. Pero nunca podrás acobardarme.
Puedo amar en el potro de tortura. Puedo reír cosido por tus lanzas. Puedo ver en la oscura noche oscura.
Llego, dolor, a donde tú no alcanzas. Yo decido mi sangre y su espesura. Yo soy el dueño de mis esperanzas.
Martín Descalzo
en “Testamento del Pájaro Solitario”