CONVERSACIONES CON MI DEMONIO

martes, 8 de octubre de
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Extracto del libro: “CONVERSACIONES CON MI DEMONIO”
Autor: Juan del Carmelo
Editorial: Dagosola s.l, Ediciones.

– Así que usted no tiene miedo?

– Cuando se vive en gracia de Dios, nadie tiene nada que temer. Más de una vez le he recordado a muchos, las palabras del Santo cura de Ars, que tuvo muchas luchas con el demonio y decía que: “El demonio es un gran perro encadenado, que acosa, que mete mucho ruido, pero que solamente muerde a quienes se le acercan demasiado”.

Y el peligro donde se encuentra es al entrar en esas prácticas que tienen un aspecto sano e inocente y que hablan de energías, posturas y corrientes extrasensoriales, para encontrarse bien.

Ya en el Antiguo Testamento el Señor repudiaba las prácticas de adivinos.

Así en el Deuteronomio se puede leer: “Cuando hayas entrado en la tierra que Yahveh tu Dios te da, no aprenderás a cometer abominaciones como las de esas naciones. No ha de haber en ti nadie que haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, que practique adivinación, astrología, hechicería o magia, ningún encantador ni consultor de espectros o adivinos, ni evocador de muertos. Porque todo el que hace estas cosas es una abominación para Yahveh tu Dios y por causa de estas abominaciones desaloja Yahveh tu Dios a esas naciones delante de ti”. (Dt 18,9-12).

El Señor repudia todo esto porque sabe que son puertas que se les abre al demonio.

El demonio no puede llegar más lejos frente a nosotros, de lo que le autorice el Señor, que emplea la actuación de los demonios como medio para que adquiramos méritos venciendo sus tentaciones. Pero nunca nadie será tentado por encima de sus fuerzas para rechazar la tentación.


Pues aunque parezca un contra sentido, lo permite para nuestro bien. Hay que pensar que si no existiese demonio, no tendríamos escalera para subir al cielo.

Nosotros estamos aquí para superar una prueba. Se trata de una prueba para demostrar lo que somos capaces de amar a Dios, superando las tentaciones demoníacas que sufrimos y que podemos aceptar en uso del libre albedrío del que disponemos todos los seres humanos.

 

Miguel Aedo