Cuando quieres aplausos que nunca llegan.
Cuando descubres que no va a ser Él quien apruebe tus exámenes, o quien te encuentre trabajo, o quien solucione tus conflictos.
Cuando tras la lluvia viene más lluvia.
Cuando descubres el dolor del inocente y querrías volver a ser ciego.
Cuando te asusta entender que la misión es también tu misión.
Cuando comprendes que las heridas infligidas pueden sanar, pero no borrarse.
Cuando sientes que tu verdad es incomprendida y, pese a todo, tienes que seguir avanzando.
Y sólo ahí, una vez que has tocado un poquito de suelo,
entonces te das cuenta de que es en ese lugar,
en ese espacio de la fragilidad, del dolor y de la duda;
en ese rincón en el que te sientes desprotegido y vulnerable,
donde habita tu Dios de la cruz, del camino, de la pobreza.
Y sólo ahí descubres que Dios siempre está sobre aviso,
que a veces te quita el dolor y te pone la cena,
aunque en ocasiones tengas que dar la vida.
Sólo ahí descubres que al caer estás siendo abrazado,
y que en todo lo que ves, se asoma la imagen de una creación buena;
y que por debajo de todos los ruidos hay una canción de amor de Dios
por el mundo; y que en muchos roces hay una caricia
que despierta la esperanza.