Edificar nuestro hogar en Dios

domingo, 17 de febrero de
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En nuestro mundo de hoy, hay millones de personas sin hogar. Algunas, porque se sienten angustiadas interiormente. Otras, porque han sido desplazadas de sus ciudades o países. Podemos constatar lo que significa estar sin hogar yendo a las cárceles, a los hospitales psiquiátricos, a los campos de refugiados, a ciertos apartamentos suburbanos, a clínicas y a refugios donde algunos vagabundos pasan la noche. Esta condición de ser una persona sin hogar se hace también visible en situaciones y formas menos dramáticas… Probablemente no hay palabra alguna que resuma mejor el sufrimiento de nuestro tiempo que el concepto ‘sin hogar’. Revela una de nuestras condiciones más penosas y profundas, la de no tener sentido de pertenencia, un sitio donde sentirnos seguros, cuidados, protegidos y amados.
 
 
 

Cuando Jesús dice: ‘Haced vuestra morada en mí como yo la he hecho en vosotros’, nos ofrece un lugar de intimidad al que podemos dar realmente el nombre de hogar. Éste es el sitio o el espacio en el que debemos sentirnos liberados de todo miedo, en el que podemos abandonar nuestras defensas y vivir libres de preocupaciones, de tensiones, de previsiones, El hogar es el lugar donde podemos reír y llorar, abrazarnos y bailar, dormir mucho y soñar tranquilamente, comer, leer, jugar, mirar con embeleso el fuego, escuchar música, estar con un amigo, y todo ello con plena sensación de libertad y naturalidad. El hogar es un sitio para descansar y curarnos. La palabra hogar reúne un amplio abanico de sentimientos y emociones en una sola imagen, la de una casa donde da gusto estar: la morada del amor.

La conversión significa volver al hogar, y la oración es buscar nuestro hogar donde Dios lo ha construido –en la intimidad de nuestros corazones. La oración es la manera más concreta de edificar nuestro hogar en Dios.
 
Thomas Merthon

 

 

Oleada Joven