Jesús, la luz del alma

martes, 23 de abril de
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¿Cómo puedo guardarme de ti, si tú eres la Luz de los Ángeles, la única Luz de mi alma? Iluminas a todo hombre que viene a este mundo. Sin ti, soy completamente oscuro, tan oscuro como el infierno. Me marchito y desaparezco cuando te vas. Revivo sólo en la medida que tú amaneces sobre mí.

 
Solamente puedo rogarte que te quedes. Quédate hasta la mañana y luego vete no sin darme una bendición. Quédate conmigo hasta la muerte en este valle oscuro, hasta que termine la oscuridad. ¡Quédate, Luz de mi alma! La oscuridad, que no es tuya, cae sobre mí. No soy nada. Tengo poco control de mí mismo. No puedo hacer lo que quisiera. Estoy desconsolado y triste. Quiero algo, y no sé qué. Eres tú lo que quiero, aunque poco lo entiendo. Lo digo y lo acepto en la Fe. Parcialmente lo entiendo, pero muy pobremente. Brilla sobre mí… 
  
 
Quédate conmigo, y comenzaré a brillar como brillas tú: para brillar y ser luz para otros. La luz, Jesús, vendrá toda de ti. Nada de ella será mío. Ningún mérito será mío. Serás tú quien brille a través de mí sobre otros. Déjame alabarte así, del modo que tú amas más: brillando en todos los que me rodean. Dadles luz a ellos tanto como a mí, ilumínalos conmigo, a través de mí. Enséñame a mostrar de aquí en adelante tu alabanza, tu verdad, tu voluntad. Hazme predicar de ti sin predicar, no con palabras, sino con mi ejemplo, por la fuerza cautivante y la influencia amable de lo que hago, por mi visible parecido a tus santos, y la evidente plenitud del amor que mi corazón tiene por ti. 

 
Fuente: “Meditaciones y Devociones”, John Henry Newman, Agape Libros

 

 

Oleada Joven