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Vivir el instante presente
martes, 23 de abril de
Aceptar que las respuestas de Dios no sean siempre soluciones, por mucho tiempo, sino simplemente una pequeña orientación “sólo para hoy”. Esto sin duda frustrará nuestra necesidad de preverlo todo para avanzar, pero es suficiente para vivir, si ponemos nuestra confianza en Dios.
Respecto de esto, me gusta mucho un pasaje del poema de san Juan de la Cruz, La Noche Oscura:
“En secreto bajo el manto negro
De la noche, sin ser notada
Y sin que yo pudiese percibir
Ningún objeto de la vida,
Sin tener ni otra luz ni otra guía
Que la lámpara ardiente en mi corazón
Su llama resplandeciente me guiaba
Más que una antorcha encendida
Al pleno mediodía…”
El alma camina en la noche, sin gozar de la clara luz del mediodía, sino siguiendo sencillamente esa pequeña llama de la Fe, de la Esperanza y del Amor, que arde en su corazón. Y así se siente mucho más segura que caminara a plena luz. Sigamos las indicaciones de los humildes actos de Fe, de Esperanza y de Amor que el Espíritu Santo nos inspira, para ponerlos por obra en lo cotidiano; con eso bastará, estamos en el camino seguro. No nos equivocamos cuando creemos, esperamos y amamos. Olvidando el pasado, no busquemos prever el futuro. Dios habla en el momento presente y para ese momento presente. No nos sirve de nada querer discernir lo que deberemos hacer dentro de cinco años. Busquemos la actitud justa para el día de hoy y eso es suficiente.
Un aspecto de esta aptitud para vivir el momento presente, es tener una gran flexibilidad y un gran desapego en lo que concierne a nuestros programas y planificaciones. Siempre buscamos dirigir y controlar nuestra vida, y eso es un error. Con frecuencia eso se manifiesta en la rigidez que tenemos en todo lo que tiene que ver con el empleo de nuestro tiempo, nuestros horarios, nuestros proyectos. Evidentemente, es bueno desear tener una vida bien organizada, las agendas en orden y con precisión, pero con la condición de cuidar mucho la libertad y la flexibilidad, para dejar que nos cambien las cosas y para aceptar los imprevistos. Si estamos demasiado condicionados por nuestros planes, corremos el riesgo de pasar de largo muchos llamados de Dios, que exigen una flexibilidad y una disponibilidad permanente. Hace unos años, me llegó mucho el testimonio de una religiosa llena del Espíritu Santo, la Hna. Elvira, que encontré en un retiro para sacerdotes en Medjugorje. Ella fundó una obra magnífica para acoger a jóvenes drogadictos. Nos decía (¡cosa que nosotros, los sacerdotes, tenemos mucha necesidad de escuchar!): “siempre estoy preparada para hacer, dentro de cinco minutos, ¡exactamente lo contrario de lo que había previsto!”.
Fuente: "Llamados a la Vida", Jacques Philippe, San Pablo
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