Árbol hermano, que clavado
hazme piadoso hacia la escoria de cuyos limos me mantengo, sin que se duerma la memoria del país azul de donde vengo.
Árbol que anuncias al viandante la suavidad de tu presencia con tu amplia sombra refrescante y con el nimbo de tu esencia:
haz que revele mi presencia, en las praderas de la vida, mi suave y cálida influencia de criatura bendecida.
Árbol diez veces productor: el de la poma sonrosada, el del madero constructor, el de la brisa perfumada, el del follaje amparador;
el de las gomas suavizantes y las resinas milagrosas, pleno de brazos agobiantes y de gargantas melodiosas:
hazme en el dar un opulento ¡para igualarte en lo fecundo, el corazón y el pensamiento se me hagan vastos como el mundo!
Y todas las actividades no lleguen nunca a fatigarme: ¡las magnas prodigalidades salgan de mí sin agotarme!
Árbol donde es tan sosegada la pulsación del existir, y ves mis fuerzas la agitada fiebre del mundo consumir:
hazme sereno, hazme sereno, de la viril serenidad que dio a los mármoles helenos su soplo de divinidad.
Árbol que no eres otra cosa que dulce entraña de mujer, pues cada rama mece airosa en cada leve nido un ser:
dame un follaje vasto y denso, tanto como han de precisar los que en el bosque humano, inmenso, rama no hallaron para hogar.
Árbol que donde quiera aliente tu cuerpo lleno de vigor, levantarás eternamente el mismo gesto amparador:
haz que a través de todo estado ?niñez, vejez, placer, dolor? levante mi alma un invariado y universal gesto de amor!
Gabriela Mistral