El encuentro con la persona de Jesús, cara a cara, necesariamente transforma la vida. Creo que nadie puede decir que se encontró existencial y personalmente con Jesús y todo siguió igual. Experimentar que me mira personalmente, como hijo de Dios, que me conoce íntimamente y que así me ama… hace que algunas cosas empiecen a ser distintas. Dejo de ser alguien del montón para pasar a ser y sentirme único; hijo amado del Padre.
Y con una nueva mirada sobre nosotros mismos, apartir de ese primer encuentro, también modifica la mirada sobre los demás, sobre las cosas… en muchas casos los gustos y preferencias también cambian. Si amaba la montaña ahora la sigo amando, pero desde otro lado… Si el deporte me fascinaba, ahora también pero con una perspectiva diferente… lo mismo con la música, el arte, los lugares de diversión, el estudio y trabajo.
San Pablo vivió esta experiencia. Él mismo se catalogaba como un fariseo celoso por la ley; era reconocido y apreciado por los judíos, perseguía a los primeros cristianos como nadie; un judío de todas las letras. Sin embargo en el camino a Damasco, lo envolvió una luz y una voz le dijo: “Saulo, Saulo ¿por qué me persigues?”. El encuentro con Jesús, primero lo dejó ciego y luego lo abrió a la luz verdadera. Su anterior celo por perseguir a los cristianos desapareció, convertido ahora en el gran profeta de los gentiles, llevando el evangelio a los pueblos no judíos.
La transformación de Saulo, después llamado Pablo, fue tan grande y su ardor por el evangelio tal, que incluso fue capaz de enfrentar muchos peligros que amenazaban permanentemente con su vida. Y todo a causa de Cristo. Pareciera que Pablo se volvió loco, o ya no tiene apego a la vida, el instinto primario de todo hombre a la supervivencia. Pablo fue tomado por el Amor, y sólo por amor podemos entregar la vida. La vida no se la entrega por una decisión o por un capricho, sólo puede ofrendar la vida aquel que fue tomado por un amor más grande.
San Pablo llega a decir: “Pero todo lo que hasta ahora consideraba una ganancia, lo tengo por pérdida, a causa de Cristo” (Flp 3, 7). Pablo descubre que fue alcanzado por Cristo y desde ahí después afirma que “Olvidándome del camino recorrido, me lanzo hacia adelante y corro en dirección a la meta, para alcanzar el premio del llamado celestial que Dios me ha hecho en Cristo Jesús”. (Flp 3, 13-14).
Y a nosotros nos pasa lo mismo: lo anterior no necesariamente era malo, pero la mejor parte (lo que Dios pensó para nosotros) está adelante y nos espera. Olvidarse del camino recorrido y correr a los brazos del Padre…
De nuestra redacción
Milagros Rodón