El regreso del Hijo Pródigo. Henri Nouwen 1° Parte

sábado, 14 de julio de
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 El regreso del Hijo Pródigo

El hijo menor deja la casa del padre 

Un hombre tenía dos hijos. El menor dijo a su padre: 'Padre, dame la parte de herencia que me corresponde'. Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: '¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre! Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros'. Entonces partió y volvió a la casa de su padre.

….dejar el hogar es mucho más que un simple acontecimiento ligado a un lugar y a un momento. Es la negación de la realidad espiritual de que pertenezco a Dios con todo mi ser, de que Dios me tiene a salvo en un abrazo eterno, de que estoy grabado en las palmas de las manos de Dios y de que estoy escondido en sus sombras. Dejar el hogar significa ignorar la verdad de que Dios me ha moldeado en secreto, me ha formado en las profundidades de la tierra y me ha tejido en el seno de mi madre (Salmo 139,13-15). Dejar el hogar significa vivir como si no tuviera casa y tuviera que ir de un lado a otro tratando de encontrar una.

El hogar es el centro de mi ser, allí donde puedo oír la voz que dice: “Tú eres mi hijo amado, en quien me complazco” -la misma voz que dio vida al primer Adán y habló a Jesús, el segundo Adán;… ” Como el Amado, puedo enfrentarme a cualquier cosa, consolar, amonestar, y animar sin miedo a ser rechazado y sin necesidad de afirmación. Como el Amado, puedo sufrir persecución sin sentir deseos de venganza, y recibir alabanzas sin tener que utilizarlas como prueba de mi bondad…

…La fe es la que me hace confiar en que el hogar siempre ha estado allí y en que siempre estará allí. Las manos firmes del padre descansan en los hombros del pródigo en una bendición eterna: “Tú eres mi hijo amado, en quien me complazco.”

He abandonado el hogar una y otra vez. ¡He huido de las manos benditas y he corrido hacia lugares lejanos en busca de amor! Esta es la gran tragedia de mi vida y de la vida de tantos y tantos que encuentro en mi camino. De alguna forma, me he vuelto sordo a la voz que me llama “mi hijo amado”, he abandonado el único lugar donde puedo oír esa voz, y me he marchado esperando desesperadamente encontrar en algún otro lugar lo que ya no era capaz de encontrar en casa.

Al principio todo esto suena increíble. ¿Por qué iba a dejar el lugar donde puedo escuchar todo lo que necesito oír? Cuanto más pienso en esto, más consciente me hago de que la verdadera voz del amor es una voz muy suave y amable que me habla desde los lugares más recónditos de mi ser. No es una voz bulliciosa, que se impone y exige atención. Es la voz del padre casi ciego que ha llorado mucho y ha librado muchas batallas. Es una voz que sólo puede ser escuchada por aquéllos que se dejan tocar…

Pero hay muchas otras voces, voces fuertes, voces llenas de promesas muy seductoras. Estas voces dicen: “Sal y demuestra que vales.” Estas voces no me son desconocidas. Siempre están ahí, y siempre llegan a lo más íntimo de mí mismo, allá donde me cuestiono mi bondad y donde dudo de mi valía. Me sugieren que tengo que, a través de una serie de esfuerzos y de un trabajo muy duro, ganarme el derecho a que se me ame. Quieren que me demuestre a mí mismo y a los demás que merezco que se me quiera, y me empujan a que haga todo lo posible para que se me acepte. Niegan que el amor sea un regalo completamente gratuito. Dejo el hogar cada vez que pierdo la fe en la voz que me llama “mi hijo amado” y hago caso de las voces que me ofrecen una inmensa variedad de formas para ganar el amor que tanto deseo.

He escuchado estas voces casi desde que tengo oídos y siempre me han acompañado. Me han llegado a través de mis padres, mis amigos, mis maestros, y mis colegas, pero sobre todo, me han llegado y todavía me llegan, a través de los medios de comunicación que me rodean. ¡Y mejor todavía si eres mejor que tu amigo! ¿Qué tal tus notas? ¡Estoy seguro de que lo que hagas lo harás por ti mismo! ¿Qué contactos tienes? ¿Estás seguro de que quieres ser amigo de esa gente?

Cuando permanezco en contacto con la voz que me trata como a un hijo amado, estas preguntas y consejos me parecen inofensivos. Padres, amigos y profesores, incluso los que me hablan a través de los medios de comunicación, son muy sinceros…Pero cuando olvido la voz del amor incondicional, entonces estas sugerencias inocentes pueden comenzar a dominar mi vida muy fácilmente y empujarme hacia el “país lejano.” No me resulta nada difícil reconocer cuándo ocurre esto. Cólera, resentimiento, celos, deseos de venganza, lujuria, codicia, antagonismos y rivalidades son las señales que me indican que me he ido de casa. Y me ocurre con bastante facilidad. Cuando me paro a pensar sobre lo que pasa por mi mente, llego a la conclusión de que son muy pocos los momentos durante el día en los que me siento realmente libre de estas emociones, pasiones y sentimientos oscuros.

Cayendo constantemente en la misma trampa, antes de ser plenamente consciente de ello, me encuentro a mí mismo preguntándome por qué alguien me ha hecho daño, por qué me ha rechazado, o por qué no me ha prestado atención. Sin darme cuenta, me veo obsesionado por el éxito, por mi soledad, y por la forma como el mundo abusa de mí. A pesar de mis constantes esfuerzos, a menudo me encuentro soñando despierto, soñando que soy rico, poderoso y muy famoso. Todos estos juegos mentales me revelan la fragilidad de mi fe en que soy “el hijo amado”, aquél en quien descansa el favor de Dios. Tengo tanto miedo a no gustar, a que me censuren, a que me dejen de lado, a que no me tengan en cuenta, a que me persigan, a que me maten, que constantemente estoy inventando estrategias nuevas para defenderme y asegurarme el amor que creo que necesito y merezco. Y al hacerlo, me alejo más y más de la casa de mi padre y elijo vivir en un “país lejano.”

(Fragmaneto del libro El regreso del Hijo Pródigo de Henri Nouwen)

 

Daniela G