Evangelio del día según San Lucas 5, 27-32

viernes, 24 de febrero de
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En aquel tiempo, Jesús vio a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: "Sígueme." Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció en su honor un gran banquete en su casa, y estaban a la mesa con ellos un gran número de publicanos y otros. Los fariseos y los escribas dijeron a sus discípulos, criticándolo: "¿Cómo es que comes y bebes con publicanos y pecadores?" Jesús les replicó: "No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan."

 

Palabra de Dios.

 

 


 

 P. Guillermo Feldman Asesor de la Pastoral Juvenil de la Diócesis de Quilmes.

 

 Hoy Jesús se encuentra con un recaudador de impuestos que trabaja en beneficio del imperio romano. Podríamos decir…una persona de muy pocos amigos, porque se enriquecía con frecuencia cometiendo actos de injusticia.
Sin embargo, a pesar de ésta realidad, llama la atención de que Jesús al pasar junto a él, la única palabra que pronuncia es : “Seguime”. Automáticamente, dice el evangelio, que dejándolo todo él se levantó y lo siguió.

Me venía con fuerza y me decía a mi mismo, que poder tiene la palabra de Jesús que con solo pronunciarla, es capaz de revertir situaciones a tal punto de que una persona es capaz de cambiar totalmente su vida. Es claro que cuando Jesús habla siempre incluye y nunca excluye, y creo que allí reside la fuerza de su palabra.

No importa la realidad que esté viviendo una persona o la vida que esté llevando, lo que sí importa es que Jesús con su palabra quiere hacer sentir a todos que somos hijos y hermanos de un mismo Padre. Jesús con su palabra pudo demostrar una vez más que todos somos bienvenidos a formar parte de los elegidos de Dios.

Creo que la palabra del evangelio de hoy nos viene a cuestionar una vez más en nuestra forma de actuar y de hablar. Recordemos que nuestras palabras también tienen poder, poder para destruir cuando excluímos, cuando rechazamos, ignoramos, separamos o levantamos juicios malintencionados. Nuestras palabras también tienen poder para construir: cuando incluímos, cuando abrazamos, cuando somo pacientes y comprensibles, cuando somos misericordiosos, y mucho más cuando somos capaces de pedirle a Jesús que su Palabra se haga vida en nosotros.

Que podamos hacer carne la palabra de Jesús y hacer realidad la exhortación que San Pablo nos hace en la carta de los Filipenses: “tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús”. Es decir, amemos sin medida, amemos sin reparo, amemos sin poner muros ni barreras, amemos como el mismo Jesús nos ama. Amén!

 

Oleada Joven