Evangelio del día según San Juan 12,44-50.

miércoles, 2 de mayo de
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Jesús exclamó: "El que cree en mí, en realidad no cree en mí, sino en aquel que me envió. Y el que me ve, ve al que me envió. Yo soy la luz, y he venido al mundo para que todo el que crea en mí no permanezca en las tinieblas. Al que escucha mis palabras y no las cumple, yo no lo juzgo, porque no vine a juzgar al mundo, sino a salvarlo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he anunciado es la que lo juzgará en el último día. Porque yo no hablé por mí mismo: el Padre que me ha enviado me ordenó lo que debía decir y anunciar; y yo sé que su mandato es Vida eterna. Las palabras que digo, las digo como el Padre me lo ordenó".

 

Palabra de Dios

 

 


 

P. Javier Soteras  Director Radio María Argentina

 

El propio Jesús dirige una llamada clave y definitiva a todos sus discípulos, incluídos nosotros, para que orientemos la vida con una adhesión convencida y vital a su Palabra dejando de lado lo superfluo, dándole importancia a lo que verdaderamente importa, adhiriendo de corazón a su persona y lo que de El viene a nosotros como aquello a lo que verdaderamente debemos prestar importancia: Él como luz viene a disipar las sombras, también las mentiras, las apariencias y a develar lo oculto, lo importante, lo que verdaderamente es un tesoro.  Un tesoro, como dirían los textos evangélicos de los sinópticos, hablando de aquella riqueza escondida como el único campo de nuestro propio corazón por la que vale la pena venderlo todo. 

 

Esta presencia visible del rostro paterno de Dios que se nos ofrece en la persona del Hijo es lo que nos hermana y es lo que viene a traer gracia de reconciliación y a sanar la herida profunda que tenemos, la más honda de todas, la que tiene que ver con el amor por ausencia o por exceso.



Quien tiene fe en Jesús entra en la vida, en la luz que es ésta presencia de amor transformante y sanante. La necesidad de creer en el Hijo y en su misión están motivadas en el hecho de que Él es el que trae la luminosidad a éste lugar donde tenemos grandes preguntas ¿porqué el dolor? ¿cuál es la raíz del sufrimiento? ¿donde está el sin sentido de iniquidad del pecado? dirá Pablo. Es el desamor. 

 

Jesús ha venido a poner luz sobre éste lugar e invita a adherir a éste lugar. Es el lugar del amor como lo esencial de la vida. La luz disipa las sombras que oscurecen ésta dimensión esencial de la vida del hombre llamado a amar y a permanecer en el amor. Quien recibe ésta luz de vida escapa de las sombras de la muerte. Entre luces y sombras se juega nuestra vida.
 

La luz viene de manos de aquella presencia misteriosa y escondida, como aquel tesoro del que nos habla el evangelio por el  cual vale la pena venderlo todo. Jesús, es el amor del Padre entregado a nosotros. Esto es lo que verdaderamente permanece y esto es lo esencial por lo cual debemos optar una vez más. El que acoge ésta luz escapa de las tinieblas de la muerte,  se salva a si mismo de la situación de ceguera en que con frecuencia nos encontramos.

 

Éste amor al que nos invita Jesús es un amor concreto, es un amor hasta dar la vida y por el hermano concreto de carne y hueso. Con lo que es y lo que tiene, no con lo que quisiera que fuera o lo que sueño que pudiera llegar a ser, sino con lo que va siendo y como voy siendo. Amar sin condiciones. Amar es dignificar la vida y es verdaderamente promovernos, movernos hacia adelante con sentido.

Cristo como luz del mundo sigue viniendo a la humanidad. Viene sobre los que permanecen en la luz y en quienes viven en tinieblas. Hoy, como siepre, algunos prefieren la oscuridad y las sombras para actuar porque la luz compromete y pone al descubierto lo que hay en el corazón. Las intenciones es lo que uno tiene en el corazón. Ser hijo de la luz supone caminar en la verdad sin trampas, caminar en el amor sin odios ni rencores.  

 

Tener la mirada puesta sobre la civilización del amor es saber esperar desde las realidades construidas mientras hay otras que atentan portentosamente frente a ellas y saber que al final triunfará el Reino de Dios en medio nuestro y por eso vivir bajo la certeza del triunfo del amor. La civilización del amor es tarea en éste sentido pero es esperanza también.

 

Un amor que nos perfecciona, nos hace estar a la altura de Dios y parecernos cada vez más es un amor de Ágape es el amor típicamente cristiano.

 

 

 

 

Oleada Joven