Evangelio según San Mateo 10,17-22

viernes, 21 de diciembre de
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En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: "No se fien de la gente, porque los entregarán a los tribunales, losazotarán en las sinagogas y los harán comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa; así daran testimonio ante ellos y ante los gentiles. Cuando los arresten, no les preocupe de lo que van a decir o de cómo lo diran: en su momento se les sugerirá lo que tienen que decir; no seran uestedes los que hablen, el Espíritu de su Padre hablará por ustedes. Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra sus padres, y los matarán. Todos los odiarán por mi nombre; el que persevere hasta el final se salvará."

 

 

Palabra de Dios

 

 


 

Pbro. Maximiliano Turri

 

Pasada inmediatamente la celebración del nacimiento del Salvador, de la manifestación de Dios a los hombres, de la contemplación en la escena del pesebre, y todavía conmocionados por lo que llega a hacer el Amor de Dios, recordamos a San Esteban. Cómo aquél que, siendo consciente, dio testimonio de la Fe cristiana y su muerte nos fue trasmitida de manera similar a la muerte de Jesús, mostrándonos su identificación con Él. Así nos relata el libro de los Hechos de los Apóstoles: “Mientras lo apedreaban, Esteban oraba, diciendo: "Señor Jesús, recibe mi espíritu". Después, poniéndose de rodillas, exclamó en alta voz: "Señor, no les tengas en cuenta este pecado". Y al decir esto, expiró” (Hch 7,59-60)

Y en sintonía con el testimonio de Esteban está el Evangelio de hoy. Las Palabras de Jesús recorren toda la historia de sus discípulos; lo vivido en el mismo Maestro se realizará en aquellos quienes lo sigan. En el evangelio de San Juan así lo va a decir el Señor: “Les he dicho esto para que no se escandalicen. Serán echados de las sinagogas, más aún, llegará la hora en que los mismos que les den muerte pensarán que tributan culto a Dios. Y los tratarán así porque no han conocido ni al Padre ni a mí. (Jn 16,1-3)


El conocer, en la Escritura, es algo más que un ejercicio intelectual. Significa una experiencia que cambia la vida. Conocerlo es haberlo probado, es haber “sentido” que Dios está vivo, que está presente en mi existencia. Es una certeza de que no estoy solo y de que la celebración de la navidad es algo más que unas sidras o algunos turrones y regalos intercambiados. Conocer a Jesucristo es llegar hasta el momento extremo de confirmar su existencia ante el peligro de muerte. Las palabras dichas en el Evangelio de hoy lo expresan claramente: “A causa de mí, serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos y de los paganos” (Mt 10,18).

¿Será tan evidente que somos seguidores de Jesucristo, que nos tengan que someter a una situación como dice el evangelio? ¿Se nota que lo hemos conocido? ¿Somos, con nuestra forma de pensar y de obrar, causa de contradicción para los que nos tratan a diario? Preguntas que necesitamos hacernos y descubrir si la Navidad nos transforma realmente. Si somos capaces de dejarnos transfigurar por el misterio que celebramos. El Dios hecho hombre nos llama a que cada uno de nosotros sea presencia de Dios en medio del lugar donde estemos. Que las personas que nos rodeen se sientan invitadas a descubrir a Jesucristo. Sea para seguirlo o para rechazarlo, pero siempre el Evangelio nos llamará a que, a causa de Él, los demás se sientan atraídos. Por eso la necesidad de las preguntas que siempre serán y debemos hacernos.



El tiempo de la presencia de Dios en medio nuestro. Tiempo final, en el que “Dios nos habló por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo el mundo” (Hb 1,2)


 

Oleada Joven