Cuantas veces nos hemos encontrado diciendo o escuchando a otros decir la expresión “ésta persona es mi ídolo”; pero ¿qué son los ídolos? ¿para qué sirven? ¿los necesitamos?
Sabemos que los jóvenes necesitamos encontrar modelos que encarnen nuestras ilusiones y grandes ideales. Son personas que admiramos de manera especial y que reconocemos como modelo por lo que hacen, por como viven y se relacionan con su entorno.
Es importante tener en claro de qué manera vincularnos con la figura del ídolo. La adhesión incondicional, sin admitir ningún error o defecto en esa persona puede ser muy dañino para nuestra vida. Es muy común que esto suceda en el ámbito de lo mediático en donde la fama se confunde con un valor en sí mismo y nada tiene que ver con el esfuerzo y la dedicación.
No es necesario buscar nuestros ídolos en las “estrellas” ya que un docente, un amigo, un sacerdote o algún familiar pueden perfectamente convertirse en un excelente modelo para nuestras vidas.
La iglesia también nos propone modelos a seguir en los santos, no para que busquemos ser iguales a ellos sino para imitarlos en sus virtudes sabiendo que la santidad se configura de acuerdo a cada uno.
El referente debe ser alguien que por sus actitudes nos ayude a querer ser mejores personas; sacando lo mejor de nosotros no buscando ser igual a él o a ella sino quedándonos con lo mejor que tiene y que es: un ser humano con luces y sombras.
Si buscamos repetir aquello que admiramos corremos el riesgo de convertirnos en una mala copia pero si nos vamos al extremo de no reconocer ningún modelo podemos llegar a caer en una actitud extremadamente soberbia. Lo ideal es imitar sin repetir e incorporando lo que nos es propio.
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