San Ignacio cuando nos invita a realizar los Ejercicios Ignacianos, antes que nada, nos pone frente a lo que el llama "Principio y Fundamento", lugar desde donde la vida se puede apoyar sobre roca firme. Nos dice San Ignacio que "El hombre ha sido creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su alma". Para San Ignacio es fundamental que la persona descubra que lo más importante es saberse amado y creado por Dios. "Es decir, que toda persona ha sido soñada amorosamente por Dios. Ésto le da consistencia a la vida del hombre, sino corremos el riesgo de no saber para qué existimos. Es desde este lugar donde va a salir la alabanza del hombre a Dios" nos dice la Hna Marta Irigoy, misionera diocesana.
Es importante descubrir, como dice San ignacio, que "No el mucho saber harta y satisface el alma, sino el sentir y gustar de las cosas interiornamente". En este sentido, no es la acumulación de conocimientos intelectuales lo que nos sacia, sino el hecho de meditar interiormente; no hace falta tener muchas ideas, sino penetrar a fondo las verdades escenciales. Por eso en estos días de ejercicios si cuando escucho la reflexión o leo uno de los textos propuestos siento que algo me llama la atención, que me gusta, ahí me quedo… "La oración es un diálogo íntimo con Dios, por eso, muchas veces basta una sóla Palabra o un sólo gesto para que ya tenga materia para quedar reflexionando y rumiando. Donde siento gusto, ahí me quedo. Y después sigo adelante con lo demás. No hace falta que siga con todo, sino saber que algo de todo lo que me proponen es para a mí" nos dice la Hna Marta
También recomienda San Ignacio para la persona que se dispone a hacer los ejercicios, acercarse al lugar de oración con alegría y disponibilidad, mostrarse abierto a lo que el Señor quiera decir o mostrar. Por eso en estos días le vamos a pedir la gracia al Señor de que nos ayude a disponernos a que Él nos vaya moldeando a su gusto y según su sabiduría.
Saberse mirado
En este segundo día, como composición de lugar nos vamos a poner bajo la mirada del Señor y descubrir cómo Él me mira… Es bueno saber cómo llegamos a estos días, cómo me encuentro interiormente y también cómo soy mirado por el Señor. En la mirada del Señor podemos sentirnos en un lugar seguro, y ahí revisar el corazón y ofrecerle nuestras alegría y tristezas, los éxitos y fracasos de este tiempo.
Yo les propongo una frase de San Agustín "Mirame para que pueda amarte". Este Dios que sabe todo de nosotros, lo lindo y las partes dificiles también… ante Dios no hay máscaras, Él ya nos conoce, ya nos acepta y ya nos comprende. Por eso animarnos a ser honestos, y a preguntarnos bajo su mirada amante "¿cómo estamos?".
Nos pueden ayudar algunos salmos:
Salmo 139: "Señor tu me sondeas y me conoces"
Salmo 80: "Alumbra tu rostro y nos salvaremos"
Salmo 33: La mirada del Señor que nos libra de la muerte
Dios nos mira con una mirada personal, sólo desde su mirada amorosa podemos amarle. El P. Angel nos comparte un texto del Cardenal Newman:
"Sea quien seas Dios se fija en tí de modo personal, te llama por tu nombre, te ve y te comprende tal como te hizo, sabe lo que hay en tí. Conoce todos los pensamientos y sentimientos que te son propios. Todas tus disposiciónes y gustos, tu fuerza y tu debilidad. Te ve en tus días de alegrías y también en los de tristezas. Se solidariza con tus esperanzas y tentaciones, se interesa por todas tus ansiedades y recuerdos, por todos los altibajos de tu espíritu. Él te rodea con sus cuidados y te lleva en sus brazos, Él ve tu auténtico semblante ya esté sonriente o cubierto de lágrimas, sano o enfermo. El vigila con ternura tus manos y tus piés. El oye tu voz, el latido de tu corazón y hasta tu respiración. Tú no te amas a tí mismo más de lo que Él te ama".
La mirada es signo del conocimiento, sentir que este Señor nos conoce profundamente y esto nos da mucha confianza. Por eso para este día en la oración nos preguntamos: ¿qué mirada del Señor necesito en este tiempo?. El P. Angel nos propone una serie de miradas de Jesús que aparece en los evangelios. No hace falta identificarse con todas, simplemente con aquella que sentimos necesitamos en este tiempo. Conforme a cómo esté la mirada que necesito.
– La mirada conocedora (Jn 1, 43-51): Natanael llega sin ganas al encuentro con Jesús, escéptico, hasta desconfiando de que algo bueno pueda salir de Nazareth. Jesús mirandolo le dijo: "Este es un verdadero israelita, un hombre sin doblés". Natanaél se descubre conocido por Él, desde lo profundo. "Yo te vi antes de que Felipe te llamara cuando estabas debajo de la higuera". Dios conoce amando, nos ama conociendo.
– La mirada de Zaqueo (Lc 19, 1-9): una mirada que reubica. Jesús pasa caminando y se pone por debajo del árbol al que Zaqueo está subido. Por ahí, podemos andar trepados al árbol de la importancia, como mirando a Dios desde arriba, con los roles invertidos.
– La mirada a Bartimeo (Mc 10, 46-52): "¡Animo! Levantate, Él te llama" le dicen los discípulos al ciego que estaba tirado al borde del camino. Una mirada que nos impulse a arrojar el manto, signo de nuestras seguridades, y a ponernos de pie de un salto e ir hacia Él. Dios nos quiere mirar cara a cara, ni desde abajo como Bartimeo con una mirada rastrera, ni de arriba como Zaqueo. Una mirada que nos reubique: que nos abaje si andamos agrandados, y que nos ponga de pie si andaba en el piso.
– Una mirada que nos vocaciona (Mc 10, 17-22): "El Señor lo miró con amor y le dijo: Sólo te falta una cosa, ve vende lo que tiene y dálo a los pobres. Ven y sígueme". El Señor que nos vocaciona, nos llama a servirlo de un modo especial. Y si ya descubrimos la vocación, puede ser que necesitemos una mirada que nos reanime en la misión, que la sostenga y la haga fecunda. Una mirada que consile la misión.
– Una mirada que serene la tormenta (Mt 14, 22-33): sentir que no sólo el Señor nos mira a nosotros sino que también ve y comprende nuestras circunstancias. Él está en la orilla de nuestro corazón y no se desentiende de nuestra barquita sarandeada muchas veces por el mar embravecido, sino que viene a nosotros y nos dice: "Tranquilícense, soy yo. No teman".
– Una mirada perdonadora (Lc 22, 61-62): como aquella a Pedro, que después que cantó el gallo 3 veces, se dió vuelta y miró a Pedro. Una mirada de inmensa ternura y de misericordia, que perdona. También una mirada de reproche pero con cariñoso a sus presunciones, como achacándole con la mirada pero con mucho cariño como si dijera "¿Viste que no eras tan fuerte como creías, viste que sólo no podías, viste que sin mi ayuda el corazón humano es capaz de todo incluso lo impensable?".
– Una mirada desde la cruz (Jn 19, 25-27) "Viendo a su madre y cerca de él al discípulo al que Él amaba…" Jesús entrega su madre a Juan, y a Juan a su madre. Quizás necesites una mirada tierna y cariñosa de María.
A tener en cuenta
Todos los días a las 8hs el P. Angel Rossi y la Hna Marta van a ir dando las indicaciones y la reflexión del ejercicio de cada día. Esta bueno que además del texto que publicamos, también escuches en audio la reflexión del ejercicio. Si no podés a esa hora, se repite a las 20 y las 00 en la sintonía de Radio María. También cada día vamos a ir cargando el audio en este sitio web, haciendo clic en el reproductor debajo del título.
Momento de oración
1- Oración preparatoria: predisponernos para el encuentro con el Señor en el desierto. Intentar acallar las voces interiores.
2- Traer la materia: Se trata de reconstruir la historia de lo que contemplo a partir de los datos. Ayudará leer detenidamente y varias veces el pasaje que quiero contemplar. En este caso nos centramos en las miradas del Señor; descubrir con cuál de ellas necesitamos que el Señor nos mire hoy, y ahí quedarnos.
3- Composición de lugar: tengo que componer la escena, re-crearla, reconstruirla desde los datos que la Escritura me ofrece.
4- Meterme en la escena como si yo estuviera dentro de ella y preguntarme qué me dijo.
5- Coloquio: a partir de lo que he vivido en la contemplación, no me faltarán palabras para pedir, agradecer, alabar o simplemente disfrutar de lo que se me ha dado.
6- Evalucación: tomar nota de lo que viví y sentí.