En el ejercicio de hoy, San Ignacio nos propone contemplar tres escenas simultáneamente como si miraramos tres televisores a la vez. Primero contemplar a la Trinidad en el mundo, la otra escena es mirar al mundo con toda su realidad, hoy diríamos una mirada global donde vemos todas las realidades como cuando vemos el noticiero estamos un momento en Buenos Aires, después en Córdoba, en la China, en Estados Unidos, en África… vemos distintos rostros, distintas situaciones y también nos hace detenernos en la casita de nuestra señora, el encuentro de María y el ángel. Son tres escenas que San Ignacio nos propone en esta oración, para este día y nos hace pedir “el conocimiento interno del Señor”. Desde hoy, vamos a pedir esta gracia en los ejercicios, cada día va a tener su singularidad según la etapa de la vida del Señor que vamos a ir contemplando en estos días.
Pedimos el “conocimiento interno del Señor que por mí se ha hecho hombre para que más le ame y le siga”. Nos dice la Hna Marta Irigoy que éste conocimiento que se da en la contemplación es conocimiento de Jesús como Señor de nuestra vida. Por eso, conocerlo es un don del Espíritu Santo que se recibe en la intimidad de cada corazón, se pide y se recibe en la oración, de manera especial en esa oración que consiste en contemplar los misterios de la vida de Jesús. Es tener experiencia del Señor, sentir que nos vamos enamorando de su persona y de su proyecto del reino, es tener la experiencia de San Pablo, que dice: “Todo lo que para mí era ganancia, lo he juzgado una perdida a causa de Cristo y más aún, juzgo que todo es perdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús”.
Éste es el conocimiento que pedimos, un conocimiento que es experiencia del Señor, conocimiento de corazón a corazón. No es un conocer desde lo intelectual que me ayude a sacar conclusiones y aclarar conceptos, sino que es un conocimiento que brota del amor y produce más amor, lo que equivale a decir deseo de seguimiento. Estos días estamos contemplando con los ejercicios, al Señor que nos llama a seguirlo y es el conocimiento de una persona que me lleva a querer estar cerca de Él, a escucharlo, sentir su presencia, mirarla, ir a donde sé que está… y ésta persona es Jesús.
Examen de la oracion
Sabemos que Dios habla siempre en la oración, pero no siempre entendemos bien qué es lo que quiere decirnos. Entonces para ver cómo me ha ido en la oración puedo preguntarme ¿Qué me pasó en la oración, qué aconteció en mí? ¿Qué fue lo que causó mayor impresión? ¿Qué sentimientos tuve durante la oración? Alegría, paz, pena, tristeza, oscuridad miedo. Preguntarme ¿qué quiso decir el Señor con todo esto? ¿Me señala un nuevo camino o una meta a alcanzar? ¿Me he sentido más cerca del Señor o no? Al tener mi diálogo con Él, ¿Pude hablar como un amigo habla con un amigo? ¿He sentido un aumento de fe, esperanza y amor? ¿O no? ¿Por qué? ¿Sentí deseo de seguir al Señor y su llamado? ¿He sentido fuerza para superar dificultades de mi vida?
Preguntarme también si no he sentido nada, preguntarme y examinarme si seguí con los pasos previos de la oración, si he pedido la gracia que necesitaba, si preparé mi lugarcito, si me hice la señal de la cruz, si prendí una velita si esto me ayudaba, me senté cómodamente, si me serené antes de comenzar la oración, si busqué el texto anteriormente o lo busqué en ese momento, si me distraje. Todo esto, dice la Hna Marta, es importante porque a veces al no preparar bien la oración sentimos que no pasa nada y sin embargo es porque no he sido fiel a los pasos. Estos pasos también son “en tanto y cuanto ayuden” pero es importante que lo podamos seguir.
Es conveniente escribir este examen, esto que yo voy sintiendo en la oración para seguirle la pista a la gracia, ver por dónde está hablando el Señor en mi vida. Quizás me ayude confrontar esto con una alguna persona espiritual que me acompaña, que me pueda ayudar a descubrir lo que me va pasando en el campo espiritual.
Introducirnos en la encarnación y el nacimiento
Nos dice el P. Ángel Rossi, que San Ignacio tiene en claro que para hallar la voluntad de Dios no hay que ir con temas raros, sabe que contemplando la vida de Cristo, siguiéndole sus pasos, viendo cómo vivía, cómo actuaba, cómo amaba, cómo rezaba, cómo trataba a la gente, a los ricos, a los pobres podemos conocerlo. Contemplándolo, nos encontramos con aquella dimensión del Señor que de alguna manera toca nuestra vida. Ésta es la genialidad de San Ignacio, que nos dice que para saber qué quiere Dios de mí, contemplo al Señor; sus gestos y sus palabras nos hablan al corazón.
El ejercicio de este día, con la Encarnación comienzan las contemplaciones ignacianas, en donde Ignacio nos mete en la escena con la petición del “interno conocimiento de Cristo nuestro Señor”, justamente contemplandolo a Él. No es como si fuera al cine a ver la película, sino que contemplamos la escena y a la vez, yo me meto en ella, la protagonizo. Además, hacemos el ejercicio de reflectir, de volver sobre mí esta escena en mi vida: qué significa, en qué me interpela, en qué me consuela, en qué me hace bien.
“Aquí estoy”
La meditación de hoy comienza con la anunciación y la encarnación en texto de Lucas 1, 26-38. Allí empieza el misterio del este Señor que quiso acercarse tanto a nosotros que se hizo hombre con nosotros. Ignacio en esta contemplación, que es una triple escena, Ignacio la teatraliza: primero nos pone en la trinidad, uno puede imaginar que es una imagen, como si la trinidad se asomase desde el cielo y viendo el desorden que hay entre los hombres, decide en su infinita sabiduría, la encarnación. Nos traslada de aquel escenario de la trinidad al escenario del mundo, aquel mundo y a nuestro mundo. A nosotros nos toca contemplar el mundo que nos toca vivir hoy. Después nos traslada a un espacio casi contradictorio de aquello tan grande, de golpe un espacio chiquito en un pueblito desconocido, María, ésta jovencita que no es famosa.
Misterio inmenso en el que el Señor ha querido responderle al mundo a través de la pequeñez… todo un camino, una pedagogía que ha recorrido toda la Palabra de Dios, pero que acá se encarna de un modo especial en la figura de la virgen.
El P. Ángel propone después de leer la historia de la anunciación, hacer la composición del lugar, viendo con los ojos de la fe y de la imaginación, el mundo entero… un mundo de todo los tiempos y un mundo de la época actual, como dice Ignacio “con tanta y tan diversa gente, tan necesitados de redención”.
Después viendo la casa de María en Nazaret, hacer la petición que se refiere al conocimiento experiencial que llega hasta el corazón, hasta el centro hondo que nos une a este Señor que lo conocemos no solo con la cabeza, sino que es un conocimiento amoroso de Jesús, un conocimiento que reclama o mueve naturalmente al seguimiento. “Este Señor que se ha hecho hombre por mí”, expresión a la que Ignacio de Loyola le da muchísima importancia, nace por mí, va a la cruz por mí, resucita por mí…
Este “por mí” no es excluyente, no es que los demás quedan afuera, sino que nos pone frente a la experiencia de un Señor que toda su vida también la vivió por mí, cada paso de Jesús también fue por mí. Si uno se hiciera cargo de este por mí o lo interiorizara más hondo en el corazón seguramente viviríamos muchas cosas, viviríamos de otro modo, nuestras respuestas serian mucho más generosas. “Por mí”, “por mi amor”, “por amor a mí”, “para librarme de mis pecados”, se encarna.
Dice San Ignacio “contemplo las personas en el mundo”. Como es una contemplación, es importante no tener miedo de “perder tiempo”. Contemplo imaginando, veo la diversidad de vestimentas, colores, semblanzas, razas, situaciones, etc. El sacerdote jesuita invita a “hacer una especie de zapping con la imaginación”. Después intento escuchar lo que dicen, miro sin perder detalle, entro en el mundo envuelto en miles de problemas, en la vida de los hambrientos, de los que viven sin techos, de los que son víctimas a veces de las catástrofes, de las víctimas de las guerras, de los que no tienen ropa… veo a los que están sin trabajo y no sólo los veo, oigo sus gritos, la vida en las cárceles… Intento vivir unos momentos en la vida de los marginados, de los que viven felices, de los que tratan de vivir felices, de los políticos, de los explotados, de los torturados, etc. Un mundo incapaz de dialogar amorosamente entre sí y con Dios, que se ofenden entre ellos, un mundo a veces, de muchas mentiras, de difamación, de insultos, de amenazas, de irreverencias, de perjurio, de blasfemias, de desprecios. Ignacio quiere que nos detengamos, no para la tortura, no es un ejercicio de masoquismo, es un ejercicio de hacerse cargo de contemplar lo que el Señor hizo con nosotros.
En el paso siguiente contemplamos a las tres personas divinas que miran compasivamente a todo este mundo. Muchos seres ingratos se encaminan a la muerte y a la infelicidad y entonces la Trinidad decide la redención del género humano en un dialogo misterioso (que uno de alguna manera podría escuchar, imaginar), un proyecto libre y gratuito. Piden mi colaboración en la redención, aceptando ese plan, asumiendo prácticamente en mi vida el sí que el hijo da al Padre y que el Espíritu también, para encarnarse… Después entro en el aposento de María y escucho su dialogo con el ángel, veo a María, la observo, contemplo su actitud, lo mismo con el ángel, este mensajero de Dios que transmite fielmente lo que le han encomendado. Admiro la santidad de María, la llena de gracias, no pierdo ninguna de sus palabras, sobretodo me fijo en la respuesta definitiva de la Virgen, “he aquí, hágase”.
La expresión de María, podría sintetizar la gracia que Ignacio pide como disposición en estos ejercicios: “he aquí, aquí estoy, hágase en mí, lo que tú quieras, lo que tú deseas para mi vida”, y como dice San Ignacio siempre reflictiendo para sacar provecho, es decir, dejarme iluminar, dejarme empapar como una esponja, implicarme y hacerme interpelar por la escena.
También nos puede ayudar rezar con la Encarnación la visitación, porque de alguna manera lo que sigue está muy unido a este misterio. En el momento más alto ella busca el trabajo más bajo, más bajo en el sentido de sencillez. Desde que la Virgen cuidó a su prima durante varios meses haciendo el servicio doméstico, hizo del servicio doméstico, el servicio más digno que se puede tener entre manos. Uno puede pensar qué hubiéramos hecho frente a un anuncio así. Si te dicen vas a ser la mamá del Salvador, quizás la tentación hubiera sido cerrar todas las puertas, guardias que nos cuiden, que no nos griten, cuidar al niño que viene por ser algo demasiado grande. Sin embargo, la virgen en el momento más alto, que es el momento de la encarnación, piensa en su prima, que también en la anunciación le han contado que está embarazada. Siente que Isabel va a necesitar ayuda porque es anciana. Hay que cuidarla, ayudarla y acompañarla en el parto, estar con ella los primeros meses hasta que esté nuevamente fuerte para volver a cuidarse.
En definitiva la contemplación de la Encarnación y esta visita a su prima para servirla, nos va llevando a contemplar la petición que hacemos hoy: “He aquí la esclava del Señor” o dicho desde nosotros, “He aquí un servidor tuyo”, poder decirle todos los días al Señor: “Aquí estoy”: Aquí estoy para servirte, para poner mis manos para que cuentes con ellas, para poder ayudar en lo que se pueda, para rezar por los demás, para gozar o para sufrir al lado tuyo. “Aquí estoy”, no pongo condiciones ni pido plataformas previas para ver a cuál me prendo, no le pregunto al Señor cuánto me va a costar esto, el grado de sufrimiento que me puede pedir… “Aquí estoy” cuando viene acariciando y cuando viene arañando. “Aquí estoy” en los tiempos de las verdes praderas y “aquí estoy” en los tiempos de oscuras quebradas… “Aquí estoy” en las buenas y en las malas, en las sonrisas y en las lágrimas. El poder decir con sinceridad “Aquí estoy”, es arduo, por eso hacemos los ejercicios. Como en el caso de San Agustín que después de mucho camino recorrido, descubre que Dios voltió sus resistencias: “realmente me venciste, volteaste mi resistencia, estoy vencido gracias a Dios por tu amor”.
María modelo de disponibilidad
En el misterio de la encarnación, de la anunciación y la visitación, encontramos en la Virgen un modelo hermoso, de alguien que se dejó vulnerar desde el comienzo sin resistencia, alguien a quien ya el Ángel encontró con las manos abiertas, que no se guardó para sí ningún recoveco del corazón, sino que es “la llena de gracia”, porque ofreció realmente su corazón por gracia de Dios. En ella encontramos este modelo tan lindo, y en esta visitación, después de la anunciación encontramos tres cosas que nos puede también ayudar para la meditación.
– La actitud de ir, es decir, estar en camino. Dice el evangelio: “La Virgen se pone en camino”. Éste es el desafío, movernos, ponernos en camino, en la oración, en la unidad de la familia, en el perdón que hay que buscar o en el que hay que pedir, en fin ponernos en camino.
– En segundo lugar, la Virgen se pone en actitud de encuentro. Ella va a compartir con su prima un secreto, el secreto más grande que ha habido sobre la tierra. Quizás uno de los gestos tremendamente femeninos, como mujer necesita alguien con quien compartir un secreto demasiado grande, que la vecina no la va a entender, necesita alguien que pueda entender esto, a quien pueda contarle nada menos que la anunciación y la encarnación. Las dos guardan un secreto muy grande y antes de contarlo, ya saben que trae una y otra sin necesidad de andar indagando, con esa intuición tan hermosa, esta gracia tan femenina que en el caso de la Virgen se vive tan plenamente. Este encuentro bellísimo de esta mujer viejita Isabel y esta niña jovencita que se encuentran en esto que el cardenal Martini llama complicidad de entrañas.
– Y la tercer actitud, la de alabanza. Aquí es cuando la Virgen canta su Magníficat, canta lo que Dios hizo en ella.
En fin que esta meditación, esta contemplación a cada uno de nosotros nos vaya disponiendo para esta gracia. Por sobre todo repetir insistentemente este “interno conocimiento de Cristo nuestro Señor que por mí se encarna”. Y unido a esto de la visitación esto tan lindo, aquello que dice en Santiago 1, 22: “Pongan en obra la palabra y no se contenten sólo con oírla engañándose a ustedes mismo”. La Virgen puso en obra la Palabra, no se contentó sólo con oírla. Oírla y no ponerla en obra es un engaño, que a veces nos pasa a nosotros. Esa referencia parecida en la parábola de la semilla en la piedra, en donde escuchamos con alegría, creemos, nos exaltamos pero ya sea en la prueba o en el tiempo, no pasamos a la concreción, se da un divorcio entre la palabra y la acción, entre el escuchar y el poner por obra, entre el prometer y el cumplir. Este divorcio a veces entre el oído que es el símbolo del escuchar, el corazón, que es el símbolo del ámbito de la decisión y las manos como símbolo de la concreción o los pies como símbolo de ponernos en camino. El desafío es evitar este divorcio, realmente estar unidos el oído, el corazón y las manos.
El caso de la Virgen, María escucha que va a ser la Mamá del Salvador, pero también escucha, “tu parienta Isabel te necesita”. Y hay una tercera palabra que escucha, que es “nada hay imposible para Dios”. Entonces la Virgen escucha, Isabel, tu parienta, y decide, “aquí estoy” a la misión de ser la Mamá del Salvador y decide también frente a la necesidad de su prima y actúa, se fue con prontitud. Una cosa que se ha decidido en el corazón hay que llevarla a cabo. Decía por ahí un autor, que una cosa que se ha decidido y no se lleva a cabo, se pudre en el corazón.
En fin, que María ponga en orden en nuestra vida a través de esta contemplación tan hermosa, que reconcilie en nosotros la mente, el corazón y nuestra acción. Que el Señor bendiga en esta contemplación tan linda, que podamos realmente ir preparando el corazón y vayamos pidiéndole al Señor que con humildad, que es la gracia más honda de la encarnación, podamos decirle finalmente “Aquí estamos, he aquí tu servidor”