Día 18: La alegría de la resurrección

miércoles, 28 de marzo de
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Ayer contemplamos al Señor en el camino de la cruz y su entrega de amor hasta el extremo por cada uno de nosotros. Hoy entraremos en la última etapa de los ejercicios a la que San Ignacio llama la cuarta semana y en ella contemplaremos los misterios de la Resurrección del Señor. Nos dice la Hermana Marta Irigoy que a esta altura quizás tengamos la tentación de empezar a aflojar. Ya hacen tres semanas y unos días que nos venimos encontrando y quizás uno piense que el Señor me dijo todo, ya hice mi reforma de vida, ya el Señor me consoló, me aclaró cosas y puedo decir “bueno, hasta acá es suficiente” y sin embargo tenemos que pensar que todavía tenemos mucho por recibir y lo mejor está por venir.


Esta etapa tiene por objeto coronar todos los frutos de las otras semanas anteriores por medio de una participación íntima en la gracia de la resurrección vivificante de Cristo, porque así como fuimos parte en sus sufrimientos, también participamos en su consolación. Como dice Pablo: “Bendito sea Dios el Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de la Misericordia y Dios de todo consuelo que nos reconforta en todas nuestras tribulaciones para nosotros poder dar a los que sufren el mismo consuelo que recibimos de Dios”.


Para el ejercitante que ha hecho estos días la oración y fue purificando el corazón se ha entregado más al Señor, San Ignacio tiene en vista una gracia especial, un nuevo florecimiento de la vida del hombre interior en Cristo, la gracia de un nuevo resurgir en la vida espiritual que dilata el alma en el gozo del Señor. Podemos decir que es como si se imprimiera un impulso íntimo hacia Cristo, que nos hace gustar todo lo que proviene de El.


Nos regala la consolación espiritual, por lo tanto lo que se pide es gozar de una vida nueva, “que no viva yo sino que Cristo viva en mí”, como dice San Pablo. La alegría de Cristo resucitado no es solamente que Él ya pasó por la cruz sino que es el que “todo se ha cumplido”. Es la alegría de haber sido fiel al Padre y así haber llevado a todos los hombres al corazón de Dios. No es una alegría porque ya pasó el sufrimiento sino es la alegría de la misión cumplida. El sueño de Dios para la humanidad se ha cumplido y todos podemos participar de la vida divina. Es el canto de la pascua del sábado santo. El pecado y la muerte han sido vencidos. La alegría y el gozo del Señor resucitado es lo que expresa el sentido de todo lo que ha sido la vida de Jesús en este mundo.


Quería detenerme en esta petición a la que San Ignacio nos invita, pedir lo que deseo y aquí será: “Pedir gracia para alegrarme y gozarme de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor”. El gozo del Señor resucitado es un don recibido, es gratuito. Hay que pedirlo porque Jesús comunica este gozo y lo hace desinteresadamente. Este gozo es una consolación que lleva a compartir la vida con los demás, se hace apostólica y es de envío. Es una alegría tan honda que cala el núcleo más íntimo de nuestra persona y por lo tanto nos transforma y armoniza desde lo más profundo de nuestro corazón.

 


Contagiarnos de la alegría de la resurrección


Padre Ángel Rossi

 


Hoy los ejercicios toman un giro particular, y entrando a lo que Ignacio llama la cuarta Semana, y entramos en la Resurrección del Señor. San Ignacio nos pone de frente a este Señor que viene con el oficio de consolar. Si estos días lo hemos venido siguiendo, acompañándolo en la pena, acá Ignacio abre todas las ventanas a la alegría y nos invita a disfrutar, a pedir la gracia de la alegría que brota de Cristo resucitado. Todos los relatos de la resurrección nos muestran al Señor que viene con el oficio de consolar, que marca también en nosotros la vocación. Todo cristiano según su carisma, según el lugar donde Dios nos ha puesto, tenemos el oficio de consolar a quienes el Señor puso a nuestro lado.


Ignacio en la cuarta semana nos hace pedir dos gracias: la primera es la gracia de la alegría y gozo que trae la resurrección; es la más importante. Y hay una segunda gracia que la vamos a rezar al final de este ejercicio, que es la gracia de la memoria. Están unidas porque es la memoria agradecida que también nos llena de gozo.


El gozo es el amor de un bien presente, así como la tristeza es el amor de un bien que está ausente. El desafío nuestro es la dicha, la alegría y de hecho estamos llamados a ser felices. Cuando a San Agustín le preguntaban cuál era la clave de la sabiduría, él decía que sabio es el que encuentra la clave para ser feliz. Y cuando le preguntaban qué significaba ser feliz, agustín decía: “Ser feliz es amar y saberse amado”. Ésta es la primera gran vocación, la de las bienaventuranzas…


La felicidad y la alegría, es lo que Ignacio nos presenta como experiencia y como exigencia de la resurrección del Señor. Si bien la alegría invade el Antiguo Testamento estalla en el Nuevo Testamento. La alegría aparece cincuenta y nueve veces en el texto del Nuevo testamento.

 

Les doy dos citas para que ustedes, si quieren, después recen en torno a esta gracia:


Son textos de las despedidas de Jesús que rezamos días anteriores en clave de pasión, pero Jesús en un ámbito de mucho dolor habla de la alegría. Jesús dice: “Les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea colmada” (Jn 15, 11). O también “ustedes están ahora tristes pero volveré a verlos y se alegrará su corazón y su alegría nadie se las podrá quitar. Ese día no me van a preguntar nada. Pidan y recibirán para que su alegría sea colmada” (Jn 16, 22-24). Está hablando en un contexto de dolor porque se viene la cruz y sin embargo el Señor obstinadamente repite el tema de la alegría.


Y el otro texto clásico es de San Pablo y dice: “Estén siempre alegres en el Señor” (Filip 4,4-7). Nos conoce, sabe y se da cuenta que hay resistencia en nosotros y dice: “Se los repito, estén alegres. Que la bondad de ustedes sea conocida por todos los hombres”. Y después da la razón de esa alegría: “el Señor está cerca”.


Fíjense que linda expresión. Uno puede imaginar el sentido del final de los tiempos, pero también uno puede entenderlo en el sentido que el Señor está cerca, junto a nosotros, en lo hondo de nuestro corazón y esto para nosotros es motivo de alegría por eso agrega Pablo:
“No se inquieten por cosa alguna”.


Es curioso que a veces haya una resistencia en nosotros a la alegría. A veces tenemos la sensación de que uno es más fiel sufriendo que gozando, lo que es una gran mentira, algo que quizás los curas y catequistas hemos enseñado mal. Así da la impresión que sufriendo uno es más fiel al Señor que gozando, lo cuál es grave como afirmación, porque el gozo, la alegría, es lo más propio del cristiano. En los tiempos de alegría nuestra fidelidad se manifiesta en disfrutar, así como en los tiempos de dolor nuestra fidelidad se manifiesta en la paciencia. Santa Teresa lo resolvía diciendo aquello: “Cuando perdices, perdices, cuando penitencia, penitencia”. Perdices aludiendo a un plato rico, entonces cuando son tiempos lindos disfrútelo, soy fiel disfrutándolo. Cuando vienen los tiempos de dolor, aguante.


Éste es el desafío, el saber que el gozo es tan importante y más que el dolor. Para un cristiano el gozo, la alegría y la resurrección debería ser el estado habitual. Por otro lado no somos ingenuos, sabemos que hay momentos de mucha tristeza, hay dolores grandes, pérdidas muy dolorosas, pero entonces con mucha sabiduría, los monjes decían que en los tiempos de mucho dolor la alegría toma la forma de la paciencia. Es decir la alegría se queda como esperando y no la arranca del corazón. A la tristeza la podemos ofrecer momentáneamente mientras sufrimos pero no puede ser un estado de vida si es que queremos ser cristianos, aún cuando nos lleve mucho sacrificio el salir de la tristeza. Esto es lo que el Señor resucitado nos trae como primera gran gracia de la resurrección y diría yo que es la gracia más importante que tenemos. Alegría que a veces cuesta definirla, y es más fácil experimentarla y uno lo descubre en las personas que son alegres y es como si te hicieran la vida más fácil.


A veces uno tiene lo suficiente para ser feliz y estar contento y sin embargo se siente incómodo. Hay una tesis doctoral de un Jesuita norteamericano que lleva un título interesante, “El malestar de sentirse bien”. A veces cuando estamos bien empezamos a sentirnos incómodos, y sospechamos que hay algo que anda mal o que estamos haciendo mal y no nos estamos dando cuenta… O algunos dicen: “andamos bien” y agregan una frase terrorífica: “qué se vendrá”. O a veces peor todavía se la colgamos a Dios y decimos: “andamos bien, qué me estará preparando el Señor”. Como si el Señor estuviera metido en una especie de laboratorio y al vernos bien piensa inmediatamente algo para mandaros. Es una imagen muy triste de Dios y nada tiene que ver con la realidad. Decimos: “¿Qué se vendrá?” Y capaz que se viene más gozo todavía y si yo no me dispongo desaprovecho la oportunidad, o peor aún la aborto antes de que florezca. Yo le robo una frase a Borges que el toma de la mitología griega y dice: “De hambre y de sed muere un hombre al lado de la fuente”. A veces en lo espiritual pasa esto, tenemos lo suficiente para estar contentos -no la plenitud porque la plenitud sólo se va a dar en el cielo- y no termina de creerle y le tiene desconfianza. Y salimos a buscar alguna contradicción por ahi, y por supuesto que rápido encontramos alguna y nos sentimos más seguros cuando estamos sufriendo. Esto es una especie de límite o enfermedad espiritual que sería muy bueno que nos animemos a vencerlo.



“Alégrense”


La gracia que Ignacio pide en este momento nos lleva a las contemplaciones de la resurrección y en ellas, el primer gran mensaje de la resurrección es: “alégrense, ánimo”, o dicho negativamente: “por qué dudan, no tengan miedo”. El gran mensaje del Señor en la resurrección es la alegría. El gran mensaje de Jesús, el imperativo cada vez que se encuentra con los discípulos es sacarlos de la tristeza, es la alegría.


Por otro lado el gozo para nosotros es esencial porque es testimonial, no es un privilegio ya que el gozo para el cristiano es necesidad, es obligación y es parte esencial del anuncio. Decía Pablo VI, “un evangelizador triste traiciona el mensaje” decía en la carta apostólica “El anuncio del evangelio”. El anuncio del evangelio debe ser dado en alegría porque el gozo del anunciador será el elemento que seduce, interpela y le da credibilidad al mensaje y provoca en el que escucha la convicción de que este anuncio, por lo que se ve en su rostro y en sus gestos, vale la pena y es realmente buena noticia. No hace falta ser muy geniales para darnos cuenta que una de las tentaciones más fuertes y sutiles de este mundo y también de muchos cristianos y en muchos casos de nuestra Iglesia es la tristeza. A mí siempre me pareció muy sugestivo el planteo de muchos padres de la Iglesia que no consideraban a la pereza la madre de todos los vicios, como solemos decir, sino a la tristeza.


Cuando leemos los textos de la resurrección notamos cuánto le costó al Señor consolarlos, sacarlos de su tristeza, animarlos al anuncio gozoso de la resurrección. Se dice que Cristo fue tan paciente en su vía crucis como después de su resurrección cuando durante cincuenta días los buscó personalmente a cada uno de ellos para consolarlos. El Cardenal Martini dice que Jesús tuvo una pedagogía particular de acuerdo con la circunstancia y el modo de ser de cada uno.

Por ejemplo, a Magdalena, la afectiva, nombrándola con ternura; a Juan, el intuitivo, por medio de la piedra corrida y la sobreabundancia de la pesca; a Pedro en su lentitud le dejó los lienzos y el sudario doblado, lo hizo participar de la pesca milagrosa y le envió a Juan para que le dijera en la pesca “Pedro, es el Señor” y Jesús le preparó aquél delicado desayuno y después lo llamó aparte para conversar. Tenía que hacer que aquél hombre todavía herido por la triple negación de su traición se curase con un triple sí, “Señor tú lo sabes todo, tú sabes que te amo”, va a decir Pedro. Y a los discípulos encerrados, muertos de miedo se les manifiesta vulnerando sus puertas cerradas y pacificándolos. Con los discípulos de Emaús va a tener que caminarse unos cuántos kilómetros para ir calentándoles el corazón y finalmente lo puedan reconocer al partir el pan. Con Tomás, el escéptico, tiene que redoblar los gestos, y cuando aquél vuelve a la comunidad, lo llama y le concede su capricho: “Toca, mete la mano en mi costado”.

 

 

El gozo para nosotros se constituye en una exigencia personal. La posesión y perseverancia de algo muy nuestro que es don pero que se cuida, que se defiende, que no se negocia a cambio del gozo eufórico falaz y pasajero que ofrece seductoramente el mundo. Y se constituye en una exigencia apostólica. El gozo es para ser dado, es el puente tendido de un corazón a otro por el que cruza la Buena Nueva y la hace creíble.

 

Pronzato hace hablar a un hombre no cristiano reclamándole a quién dice ser cristiano, lo que le es más propio y que más necesita de él para poder creer, que es la alegría.


El no cristiano dice: “Tengo necesidad de tu alegría hermano, el servicio más grande que espero de vos es la alegría. La alegría de los superficiales, de los oportunistas, de los mediocres, de los ricos, de los condenados a placeres forzados, de los esclavos de la apariencia, de los vanidosos… ya la conozco, ya sé lo que es. Yo tengo necesidad de la alegría de una persona que se ha jugado su vida por el Señor, me interesa, tengo que descubrirla y necesito conocerla, mirarla a la cara, aprenderla. No la escondas por favor, no la enmascares. Cometerías un robo, nos privarías de algo a lo que tenemos derecho. Muéstrame a Dios con tu alegría, no me interesa saber lo que es Dios en sí mismo, cualquier libro me puede dar esas nociones yo tengo ganas de saber lo que es Dios en vos, qué provoca en vos, como te transforma. Me urge descubrir lo que sucede cuando Dios llena completamente una vida. Pido a tu alegría, los signos de la presencia de Dios en tu existencia. No dudo de tu muerte en Cristo, pero me hacen falta las señales de tu vida en Él”.

 

Estas palabras fuertes de Pronzato de alguna manera nos ponen de frente a la exigencia que el mundo nos pide a nosotros como testimonio. Y por eso Ignacio en este momento pide “gracia para alegrarme y gozar intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor”.

 

 

La piedra fue corrida

 

Otro texto que les propongo es en Marcos 16, 18 que podemos unirlo a Juan 20, 11-18, la escena donde las mujeres van al sepulcro. Posiblemente fue una sola escena dividida en dos momentos, uno puede imaginar como le dé más devoción.


“Pasado el sábado, María Magdalena, María la madre de Santiago y Salomé compraron perfume para ungir el cuerpo de Jesús. A la madrugada del primer día de la semana cuando salía el sol fueron al sepulcro y se decían entre ellas: ¿quién nos va a correr la piedra de la entrada del sepulcro? Pero al mirar vieron que la piedra ya había sido corrida, y era una piedra muy grande. Al entrar al sepulcro vieron a un joven sentado a la derecha vestido con una túnica blanca. Ellas quedaron sorprendidas, pero él les dijo: “No teman, ustedes buscan a Jesús de Nazareth el crucificado, ha resucitado, no está aquí. Miren el lugar donde lo habían puesto, vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que él irá antes que ustedes a Galilea, que allí lo verán como el se los había dicho. Ellas salieron corriendo del sepulcro porque estaban temblando y fuera de sí, y no dijeron nada a nadie porque tenían miedo”.


Esta escena tan hermosa expresa todo el amor de ellas por el Señor. Uno podría ver el camino de estas mujeres en la mañana del domingo, puede imaginarlas, queriendo ungir el cuerpo de Jesús y a la vez conscientes de la piedra que podría impedirles hacerlo. Es interesante que mientras van de camino se tientan, se acuerdan de la piedra, se dan cuenta que era inútil seguir yendo porque a esa piedra no la iban a poder correr… y sin embargo es muy lindo porque no se vuelven sino que siguen caminando y Dios las bendice cuando ya estando cerca, descubren que la piedra, que era muy grande, ya estaba corrida.


Hay piedras nuestras que sí las podemos correr, siempre con la ayuda del Señor. Por ejemplo en la tumba de Lázaro Jesús les dice a la gente allí: “Corran la piedra”. Hay piedras que uno puede solito, con la ayuda del Señor, correrlas, y hay otras piedras que si Él no las corre es imposible. Hay cosas que uno las pone muy en manos de Dios porque uno solo no puede, uno toca el límite y el texto nos presente uno de estos casos. Luego lo imprevisto, la preocupación de la piedra se desvanece al ver que había sido corrida. El Cardenal Bergoglio comenta en una homilía del 2006 de la Vigilia Pascual, “la dificultad se vuelve puerta de entrada, la duda aflora en horizonte prometedor, la sorpresa engendra esperanza, lo que era muro e impedimento se transforma en nuevo acceso a otra certeza y a otra esperanza que las pone nuevamente en camino. “Vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que Él irá antes que ustedes a Galilea y allí lo verán como Él se los había dicho”.


Y ahí comienza un nuevo camino, en continuidad con el anterior pero nuevo: “Vayan, allí lo verán”. Estas mujeres que distaban bastante de estar tranquilas, salieron corriendo temblando y fuera de sí, “tenían miedo”, dice el evangelista. Sienten en sí el estupor que produce todo encuentro con el Señor quién de esta manera se va acercando a ellas para manifestárseles plenamente.


Este camino que hacen estas mujeres, que hace María Magdalena, María la madre de Santiago y Salomé, puede confrontarse con nuestro camino en los ejercicios. Uno puede imaginarse el camino que hemos hecho hasta aquí en los ejercicios y entonces podemos preguntarnos: ¿qué tal mi camino? ¿Va en dirección de la promesa del encuentro con Jesús resucitado? ¿Se detiene y vuelve atrás ante la dificultad de las tantas piedras de la vida? ¿O como los de Emaús disparan hacia el lado contrario para no tener dificultades? ¿O como los otros discípulos, prefiero la parálisis, el encerrarme, y la defensa ante cualquier horizonte de esperanza. Mi camino, el personal, ¿apuesta a la esperanza?, ¿busca el encuentro? ¿Se dejó tocar por la noticia y sale corriendo de todo lo que es sepulcro y muerto? ¿sale corriendo temblando y fuera de sí con miedo porque sintió el escalofrío del anuncio y el estupor de la presencia?


Javier Albisu siempre comenta en sus meditaciones: “El sepulcro encierra una esperanza guardada, una esperanza contenida, que ninguna piedra por grande que sea podrá tapar”. No se puede frenar la vida, no se puede tapar la vida, y allí todo huele a plenitud del vivir, todo allí huele también a niño, a una especie de nuevo Belén, en esa tumba con la piedra corrida. La muerte cede el lugar a la vida. La vida va desatando aquellos nudos de muerte que la tenían atada y aquellas vendas arrojadas en el suelo son como una bandera rendida, la bandera de la muerte. La piedra ha sido corrida y da mido entrar. Estas mujeres, al ver la piedra corrida se alegran, igual cuando llegan Pedro y Juan, pero les da miedo imaginar lo que se pueden encontrar. Da miedo pensar como será un vivir nuevo.


El Señor viene con la fuerza y el consuelo propio del resucitado para ayudarme a pasar a la vida, a mi vida diaria de resucitado y normalmente la primera reacción es el miedo, es lo que más le cuesta a Jesús sacarles a ellos y sacarnos a nosotros. Al Señor le es más fácil aliviarnos en el dolor que fortalecernos en la alegría. Dice allí: “Estaban llenos de temor”. En la otra escena dice: “No se atrevían a levantar la vista del suelo”. Tenemos miedo que en el gozo se avecine algo malo tal como hemos dicho al comienzo, por lo tanto nos hará bien quedarnos junto a la piedra removida.


Puede ser un modo de rezar, contemplar esa escena y quedarnos junto a la piedra corrida hasta que esa certeza de lo que Dios ya hizo por mí sea algo incuestionable. Ayudará pasar por la memoria del corazón las piedras que el Señor ya corrió, esquemas que el Señor removió, obstáculos o impedimentos que quitó en nuestra vida, proyectos que renovó, la luz que nos dejó quizás en momentos de mucha oscuridad, la confianza que nos puso de pié en momentos de tristeza o de prueba. Muchas veces nos ocurre como a aquellas mujeres que seguimos buscando entre los muertos al que está vivo, lo buscamos en las cosas oscuras, lo buscamos en las parálisis. Dios pasó por todas aquellas situaciones que nosotros creíamos clausuradas y de las cuáles parecía que no saldríamos más.


Por lo tanto, pedir dejar consolarme por el resucitado a las puertas de mi sepulcro, junto a la piedra que Él ya removió. Aquello tan lindo si quieren en 1Corintios 15, 54 -55 “La muerte ha sido vencida, ¿dónde está muerte tu victoria, dónde está tu aguijón?”
Y si quieren centrarse en la mirada de Magdalena que también fue entre aquellas mujeres, pero San Juan la toma aparte. Puede ser que Magdalena o regresó con las mujeres y después se volvió solita o quizás se quedó en la duda y entonces tiene el encuentro con aquel jardinero a quién no reconoce que es el Señor. Dice por allí algún autor que a veces las lágrimas no nos dejan ver y el dolor nos enceguece, y es un poco este caso, Magdalena lo tenía al Señor al lado y no lo podía reconocer, y muchas veces a nosotros nos pasa lo mismo. A ella no la frena ni la piedra ni su historia, que la historia de Magdalena era una piedra pesadísima ciertamente, corre, pero a la vez cree y no cree, no se anima a la luz, la vislumbra pero prefiere todavía hablar de muerte. Cuando vuelve a los discípulos dice: “Se han llevado el cadáver”. Ella sigue dolorosa y el Señor viene glorioso. Es como si nosotros le dijéramos: “Yo doloroso, y vos venís glorioso; yo rumiando tristeza y vos venís diciéndome “alégrense”; yo coleccionando tinieblas y vos diciéndome “llénense de luz”; yo tirado y vos diciéndome “tengan ánimo”; yo lápida y vos piedra corrida”.


Es hermosa la secuencia de resurrección que vamos a rezar también el día de Pascua “Dinos María Magdalena ¿qué viste en el camino para tener esta alegría tan grande?” Nosotros podríamos seguir “¿Qué viste en el camino de este tiempo?, ¿cuál ha sido esa piedra corrida que hace que tu actitud sea tan distinta?”.

 

 

 


Giovando, habla de esta piedra del sepulcro abierto como signo de la vida futura:


“Quién nos correrá la piedra? se preguntan las mujeres que acuden al sepulcro, ¿quién nos correrá la piedra de la falta de fe?, ¿quién nos correrá la piedra del egoísmo?, ¿quién nos correrá la piedra que aprisiona la esperanza?, ¿quién nos correrá la piedra que impide tantas muestras de ternura?, ¿quién nos correrá la piedra de la falta de diálogo en nuestras familias?, ¿quién nos correrá la piedra del apuro para dar lugar al sosiego?, ¿quién nos correrá la piedra de la injusticia que deja a tanta gente al borde del camino?, ¿quién nos correrá la piedra de la impunidad que nos hace sentir exiliados en nuestra propia tierra?, ¿quién nos correrá la piedra de la inseguridad que nos lleva a vivir enfrentados y temerosos entre hermanos?”


Y entonces dejar que el Señor nos diga: “No teman, ¿ustedes buscan a Jesús de Nazareth, el crucificado? Ha resucitado, no está aquí, miren el lugar donde lo habían puesto”. Que este sea el paso en este caminito de resurrección donde Ignacio nos pide que dejemos los pensamientos tristes y que traigamos a la memoria todas las cosas lindas. Ignacio sugiere que en esos días de ejercicios comamos bien, abramos las ventanas, contemplemos la flores. Busca que los gestos externos acompañen la contemplación de este Señor lleno de alegría y que nos anda buscando. Si nos buscó en la pasión con tanta paciencia, nos busca ahora para sacarnos de los desencantos y de las tristezas… Nos busca porque nos quiere y porque nos necesita. Somos nosotros sus anunciadores y no son tiempos para andar con anunciadores enfermos de tristeza que por la misma tristeza hacen que el mensaje no sea creíble. A animarse y a dejarse mirar hondamente por el Señor y dejarnos decir, con ese rostro transfigurado, hermoso, de Cristo resucitado,
“Ánimo, alégrense, no tengan miedo”.


Con estas contemplaciones comenzamos esta última etapa de los ejercicios, hermosa, de la contemplación de Cristo resucitado.

 

Oleada Joven