Caminaba hacia Vos,
cuando vi que Vos venías hacia mí.
Quería correr hacia Vos,
pero te descubrí saliendo a mi encuentro.
Deseaba esperarte,
cuando supe que Vos ya me esperabas.
Deseaba buscarte,
y te he visto buscándome.
Pensaba: ¡Qué alegría, te encontré!,
Pero me sentí encontrado por Vos.
Quería decirte: ¡Te quiero!
y soy yo quien escuchó tu palabra:
“¡vos sos mi amado!”
Quería elegirte,
pero Vos ya me habías elegido de antemano.
Quería escribirte,
pero ya he recibido tu carta.
Quería vivir en Vos,
cuando me encontré con que Vos ya vivías en mí.
Quería pedirte perdón, pero me dí cuenta
de que Vos ya me habías perdonado.
Quería ofrecerme a Vos,
y te recibí como don a Vos mismo.
Deseaba darte mi amistad,
pero recibí el don de la tuya.
Querría llamarte: Abbá,¡ Padre!
pero he oído que Vos me llamabas:
“¡Hijo mío!”.
Quería revelarte mi vida interior,
cuando te he encontrado
revelándome la profundidad de tu ser.
Buscaba ser acogido por un amor de madre,
y Tú me ofreciste la tuya: María.
Deseaba invitarte a compartir la intimidad de mi vida,
pero me llegó la invitación a entrar en la tuya.
Deseaba alegrarme de haber vuelto a Vos,
pero he visto cómo te alegrabas de mi vuelta.
Te mostraba mi dolor,
y Vos ya estabas secando mis lágrimas,
y alegrando mi corazón.
Te mostraba mis pobrezas,
cuando Vos ya llegabas con el don de tu amor.
Te gritaba: ¡Marana-tha!: ¡Ven, Señor!
y Vos ya estabas llegando a mi encuentro.
Vos siempre tomás la iniciativa!
Pero, Señor, Dios mío:
¿Seré alguna vez yo el primero?
Tal vez solo deseás que te entregue mi total disposición a Vos
Seguramente, ya me estás esperando…
Que así sea!
(Anónimo, oración en la puerta de un monasterio francés)