Dios nuestro, concédenos tiempo.
Impídenos que queramos ir más de prisa
de lo que permite el intenso oleaje de nuestro corazón.
Haz que tengamos paciencia con nosotros mismos,
pues el tiempo actúa a la sombra de nuestras irritaciones;
el tiempo prosigue y cicatriza,
por más que nos moleste su lentitud y nos inquieten sus vaivenes.
Danos tiempo para tomar y para aprender,
pues en modo alguno estamos hechos para vencer sin convencer,
para tomar sin habitar, ni para recorrer sin permanecer.
Danos la familiaridad que sigue a la curiosidad, y que permite el contacto.
Danos la ternura que acompaña al deseo y que permite el amor.
Danos la constancia que sigue al descubrimiento y que permite la felicidad.
Danos la lentitud que sigue a la brusquedad y que permite la convicción.
Danos tiempo para la aproximación y el afecto.
Danos también tiempo para desprendernos y curarnos,
pues de ninguna manera estamos hechos para la obstinación
en el atractivo del despropósito,
de la destrucción y del mal sin más, sufrido o cometido.
Concédenos que demos con el camino de nuestras vidas
en medio de los matorrales de nuestras pasiones.
Haz que aceptemos que el tiempo de la convalecencia
pase tan despacio como el de la fiebre.
Señor, enséñanos a esperar en el tiempo para nuestras propias vidas
y para todo el mundo, pues tú también usaste el tiempo sin acusarlo.
Tú también caminas lentamente y reconstruyes de generación en generación.
Tienes constancia y anuncias lo que solo se realizará
más allá de nuestras maquinaciones.
Vos no sos el encantamiento del instante, ni la inmutabilidad de la eternidad.
Vos sos la semilla enterrada en la tierra del mundo,
para una cosecha que todavía no ha llegado.
Dios nuestro, danos confianza en el tiempo,
en esos días en los que parece que patinamos y retrocedemos.
No te pedimos impaciencia ni pasividad,
te pedimos que la paciencia del tiempo pacifique nuestros corazones.
En nombre de Jesús, que creció en silencio durante treinta años,
que habló con poder durante tres años,
que lo perdió todo en tres días de abandono y que lo recuperó todo para todos,
ofreciéndonos el tiempo como esperanza. Amén.
Raoul Follerau.