Saben, al entrar al chat de Oleada vi que algunos usuarios tenían una frase generalmente de un santo católico que ellos escogían para pregonar una alabanza al Señor y a la Iglesia y estimularnos a la caridad cristiana, y quise también escoger una para mí y entonces se me vinieron a la mente los maravillosos libros piadosos que leí con una fruición siempre única e irrepetible.
Hace tiempo leí el libro de Juan Bautista Lemoyne Vida de san Juan Bosco, donde menciona los sueños premonitorios del santo de Turín, el siguiente es el que más me impactó y está relatado en primera persona de la misma pluma de Don Bosco:
“Mi mamá Margarita había muerto el 25 de noviembre de 1856, pero en el mes de agosto de 1860 soñé que viniendo cerca del Santuario de la Consolata me encontraba por el camino con ella. El aspecto de mi madre era bellísimo. Y yo admirado le pregunté: – ¿Pero cómo, Su merced aquí? ¿No está muerta? – He muerto pero sigo estando viva – me respondió – ¿Y su merced es feliz? – Totalmente feliz. Felicísima.
– Le pregunté si había ido al paraíso inmediatamente después de su muerte, y me respondió que no. Luego le pregunté si en el paraíso estaban algunos de mis mejores alumnos que habían muerto. Le dije los nombres y me dijo que sí estaban allá. Luego le pregunté: ¿Me podrá explicar qué es lo que se goza en el paraíso? – Aunque te lo dijera, no lo podrías comprender – me respondió.
– ¿Pero no me podría dar aunque fuera una pequeñita muestra de lo que allá se goza, o se ve, o se oye? Y en ese momento vi a mi madre totalmente resplandeciente, adornada con una lujosísima vestidura, con un rostro de maravillosa majestad y belleza, y acompañada de un numeroso coro que cantaba solemnemente. Y ella empezó a cantar un himno de amor a Dios, un canto de una dulzura que nadie logra explicar, un canto tan bello que llenaba de gozo y de dicha el corazón, y que elevaba la mente hacia las alturas celestiales. Parecía que fuera un coro de millones y millones de voces, a cual más de hermosas y armónicas, desde las voces más graves y profundas, hasta las más elevadas y agudas. Y una incontable variedad de modulaciones, tonalidades y vibraciones, unas fuertes, otras suaves, combinadas con el arte más exquisito y con una delicadez tal que formaban un conjunto maravilloso.
Al oír aquellas finísimas melodías quedé tan emocionado que me parecía estar fuera de este mundo y no fui capaz de decir nada ni de preguntar ninguna otra cosa más a mi madre.
Cuando hubo terminado el canto, Mamá Margarita se volvió hacia mí y me dijo: “Te espero en el Cielo, porque nosotros los dos debemos estar siempre cerca del uno del otro. Dichas estas palabras desapareció”.
Santa Teresa de Jesús está también entre mis santos más predilectos, y el siguiente es un escrito extraído de Las moradas donde demuestra su maestría en el uso de la palabra para expresar las vivencias del alma, habilidad que la llevó a ser Doctora de la Iglesia:
“Moradas Quintas Capítulo 2
Prosigue en lo mismo. ¬ Declara la oración de unión por una comparación delicada. ¬ Dice los efectos con que queda el alma. ¬ Es muy de notar.
Pareceros ha que ya está todo dicho lo que hay que ver en esta morada, y falta mucho, porque ¬como dije¬ hay más y menos.
Cuanto a lo que es unión, no creo sabré decir más; mas cuando el alma a quien Dios hace estas mercedes se dispone, hay muchas cosas que decir de lo que el Señor obra en ellas. Algunas diré y de la manera que queda.
Para darlo mejor a entender, me quiero aprovechar de una comparación que es buena para este fin, y también para que veamos cómo, aunque en esta obra que hace el Señor no podemos hacer nada, mas para que Su Majestad nos haga esta merced, podemos hacer mucho disponiéndonos.
Ya habréis oído sus maravillas en cómo se cría la seda, que sólo El pudo hacer semejante invención, y cómo de una simiente, que dicen que es a manera de granos de pimienta pequeños (que yo nunca la he visto, sino oído, y así si algo fuere torcido no es mía la culpa), con el calor, en comenzando a haber hoja en los morales, comienza esta simiente a vivir; que hasta que hay este mantenimiento de que se sustentan, se está muerta; y con hojas de moral se crían, hasta que, después de grandes, les ponen unas ramillas y allí con las boquillas van de sí mismos hilando la seda y hacen unos capuchillos muy apretados adonde se encierran; y acaba este gusano que es grande y feo, y sale del mismo capucho una mariposica blanca, muy graciosa.
Mas si esto no se viese, sino que nos lo contaran de otros tiempos, ¿quién lo pudiera creer? ¿Ni con qué razones pudiéramos sacar que una cosa tan sin razón como es un gusano y una abeja, sean tan diligentes en trabajar para nuestro provecho y con tanta industria, y el pobre gusanillo pierda la vida en la demanda? Para un rato de meditación basta esto, hermanas, aunque no os diga más, que en ello podéis considerar las maravillas y sabiduría de nuestro Dios. Pues ¿qué será si supiésemos la propiedad de todas las cosas? De gran provecho es ocuparnos en pensar estas grandezas y regalarnos en ser esposas de Rey tan sabio y poderoso.
Tornemos a lo que decía. Entonces comienza a tener vida este gusano, cuando con el calor del Espíritu Santo se comienza a aprovechar del auxilio general que a todos nos da Dios y cuando comienza a aprovecharse de los remedios que dejó en su Iglesia, así de continuar las confesiones, como con buenas lecciones y sermones, que es el remedio que un alma que está muerta en su descuido y pecados y metida en ocasiones puede tener.
Entonces comienza a vivir y vase sustentando en esto y en buenas meditaciones, hasta que está crecida, que es lo que a mí me hace al caso, que estotro poco importa.
Pues crecido este gusano ¬que es lo que en los principios queda dicho de esto que he escrito¬, comienza a labrar la seda y edificar la casa adonde ha de morir. Esta casa querría dar a entender aquí, que es Cristo.
En una parte me parece he leído u oído que nuestra vida está escondida en Cristo, o en Dios, que todo es uno, o que nuestra vida es Cristo. En que esto sea o no, poco va para mi propósito.
Pues veis aquí, hijas, lo que podemos con el favor de Dios hacer: que Su Majestad mismo sea nuestra morada, como lo es en esta oración de unión, labrándola nosotras.”
Otra santa Teresa, más cercana a nosotros por ser una jovencísima chilena, santa Teresa de Los Andes, logró enamorarme con su bellísima candidez para darnos a conocer a través de su diario sus bienaventuradas vivencias del amor de Cristo:
“Domingo 12 [9.1915]. Tengo mucho que contar, y sobre todo darle muchas gracias a Jesús porque me concedió ver a la M. Ríos y decirle casi todo. Hablamos mucho. Le dije que no me acostumbraba nada y me encontró razón por la edad en que había entrado. Pasamos rápidamente sobre esto, pues ella quería saber lo que yo le había dejado entrever en mi carta.
Primero me principió a hablar sobre la operación. Me hizo ver el fin grande a que me destinaba Dios al devolverme la vida y los numerosos favores que me había dispensado. Le conté mi resolución y me dijo que ya la había adivinado, porque algo Dios se proponía al darme dos veces la vida.
Le hablé de mi pololeo, y me dijo que cómo podía haber pololeado después de tantos llamados de Dios. Que, aunque no era pecado, que me fijara que quien me elegía era el Rey de cielos y tierra. Que quién era yo para que así jugara. ¿No era acaso una vil y miserable criatura? Que por qué entregaba mi amor a un hombre, cuando Dios lo solicitaba. Que si un hombre me amara y yo le hiciera caso, no me atrevería a divertirme y que por qué lo hacía con Dios; que era una cosa muy grave, que era más que un matrimonio. Que me fijara que no era por un día ni por toda la vida, sino por una eternidad. Que el amor humano se extingue, pero el divino abraza todo. Que me acordara que eran muchas las llamadas y pocas las escogidas. Que cada vez que comulgara debía hablar con Jesusito sobre esto y procurar serle cada día más bonita, teniendo más virtudes. Que debiera hacer mi oración con el rostro en el suelo, pues era con el Todopoderoso con quien hablaba, Aquel que se había bajado a mí para elegirme como esposa.”
Un gran poeta del Amor divino es sin duda san Juan de la Cruz, cuyo canto Noche oscura siempre me ha dejado meditabundo y perplejo ante tanta densidad y complejidad del espíritu:
“La noche oscura
Canciones del alma que se goza de haber llegado al alto estado de la perfección, que es la unión con Dios, por el camino de la negación espiritual.
En una noche oscura, con ansias en amores inflamada, (¡oh dichosa ventura!) salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada.
A oscuras y segura, por la secreta escala disfrazada, (¡oh dichosa ventura!) a oscuras y en celada, estando ya mi casa sosegada.
En la noche dichosa, en secreto, que nadie me veía, ni yo miraba cosa, sin otra luz ni guía sino la que en el corazón ardía.
Aquésta me guïaba más cierta que la luz del mediodía, adonde me esperaba quien yo bien me sabía, en parte donde nadie parecía.
¡Oh noche que me guiaste!, ¡oh noche amable más que el alborada!, ¡oh noche que juntaste amado con amada, amada en el amado transformada!
En mi pecho florido, que entero para él solo se guardaba, allí quedó dormido, y yo le regalaba, y el ventalle de cedros aire daba.
El aire de la almena, cuando yo sus cabellos esparcía, con su mano serena en mi cuello hería, y todos mis sentidos suspendía.
Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo, y dejéme, dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado.”
Santa Teresa del Niño Jesús tuvo en grado sumo las pruebas de la fe a las que cantaba san Juan de la Cruz y las dejó plasmadas en su libro Historia de un alma como sigue:
“La mesa de los pecadores
Yo gozaba por entonces de una fe tan viva y tan clara, que el pensamiento del cielo constituía toda mi felicidad. No me cabía en la cabeza que hubiese incrédulos que no tuviesen fe. Me parecía que hablaban por hablar cuando negaban la existencia del cielo, de ese hermoso cielo donde el mismo Dios quería ser su eterna recompensa. Durante los días tan gozosos del tiempo pascual, Jesús me hizo conocer por experiencia que realmente hay almas que no tienen fe, y otras que, por abusar de la gracia, pierden ese precioso tesoro, fuente de las únicas alegrías puras y verdaderas. Permitió que mi alma se viese invadida por las más densas tinieblas, y que el pensamiento del cielo, tan dulce para mí, sólo fuese en adelante motivo de lucha y de tormento… Esta prueba no debía durar sólo unos días, o unas semanas: no se extinguirá hasta la hora marcada por Dios…, y esa hora no ha sonado todavía… Quisiera poder expresar lo que siento, pero, ¡ay!, creo que es imposible. Es preciso haber peregrinado por este negro túnel para comprender su oscuridad. Trataré, sin embargo, de explicarlo con una comparación. Me imagino que he nacido en un país cubierto de espesa niebla, y que nunca he contemplado el rostro risueño de la naturaleza inundada de luz y transfigurada por el sol radiante. Es cierto que desde la niñez estoy oyendo hablar de esas maravillas. Sé que el país en el que vivo no es mi patria y que hay otro al que debo aspirar sin cesar. Esto no es una historia inventada por un habitante del triste país donde me encuentro, sino que es una verdadera realidad, porque el Rey de aquella patria del sol radiante ha venido a vivir 33 años en el país de las tiniebla. Las tinieblas, ¡ay!, no supieron comprender que este Rey divino era la luz del mundo… Pero tu hija, Señor, ha comprendido tu divina luz y te pide perdón para sus hermanos. Acepta comer el pan del dolor todo el tiempo que tú quieras, y no quiere levantarse de esta mesa repleta de amargura, donde comen los pobres pecadores, hasta que llegue el día que tú tienes señalado… ¿Y no podrá también decir en nombre de ellos, en nombre de sus hermanos: Ten compasión de nosotros, Señor, porque somos pecadores…? ¡Haz, Señor, que volvamos justificados…! Que todos los que no viven iluminados por la antorcha luminosa de la fe la vean, por fin, brillar… ¡Oh, Jesús!, si es necesario que un alma que te ama purifique la mesa que ellos han manchado, yo acepto comer sola en ella el pan de la tribulación hasta que tengas a bien introducirme en tu reino luminoso… La única gracia que te pido es la de no ofenderte jamás… Madre querida, esto que le estoy escribiendo no tiene la menor ilación. Mi pequeña historia, que se parecía a un cuento de hadas, se ha cambiado de pronto en oración. Yo no sé qué interés pueda usted encontrar en leer todos estos pensamientos confusos y mal expresados. De todas maneras, Madre, no escribo para hacer una obra literaria, sino por obediencia. Si la aburro, verá al menos que su hija ha dado pruebas de su buena voluntad. Voy, pues, a continuar con mi comparación, sin desanimarme, desde el punto en que la dejé. Decía que desde niña crecí con la convicción de que un día me iría lejos de aquel país triste y tenebroso. No sólo creía por lo que oía decir a personas más sabias que yo, sino porque en el fondo de mi corazón yo misma sentía profundas aspiraciones hacia una región más bella. Lo mismo que a Cristóbal Colón su genio le hizo intuir que existía un nuevo mundo, cuando nadie había soñado aún con él, así yo sentía que un día otra tierra me habría de servir de morada permanente. Pero de pronto, las nieblas que me rodean se hacen más densas, penetran en mi alma y la envuelven de tal suerte, que me es imposible descubrir en ella la imagen tan dulce de mi patria. ¡Todo ha desaparecido…! Cuando quiero que mi corazón, cansado por las tinieblas que lo rodean, descanse con el recuerdo del país luminoso por el que suspira, se redoblan mis tormentos. Me parece que las tinieblas, adoptando la voz de los pecadores, me dicen burlándose de mí: “Sueñas con la luz, con una patria aromada con los más suaves perfumes; sueñas con la posesión eterna del Creador de todas esas maravillas; crees que un día saldrás de las nieblas que te rodean. ¡Adelante, adelante! Alégrate de la muerte, que te dará, no lo que tú esperas, sino una noche más profunda todavía, la noche de la nada”. Madre querida, la imagen que he querido darle de las tinieblas que oscurecen mi alma es tan imperfecta como un boceto comparado con el modelo. Sin embargo, no quiero escribir más, por temor a blasfemar… Hasta tengo miedo de haber dicho demasiado… Que Jesús me perdone si le he disgustado. Pero él sabe muy bien que, aunque yo no goce de la alegría de la fe, al menos trato de realizar sus obras. Creo que he hecho más actos de fe de un año a esta parte que durante toda mi vida. Cada vez que se presenta el combate, cuando los enemigos vienen a provocarme, me porto valientemente: sabiendo que batirse en duelo es una cobardía, vuelvo la espalda a mis adversarios sin dignarme siquiera mirarlos a la cara, corro hacia mi Jesús y le digo que estoy dispuesta a derramar hasta la última gota de mi sangre por confesar que existe un cielo; le digo que me alegro de no gozar de ese hermoso cielo aquí en la tierra para que él lo abra a los pobres incrédulos por toda la eternidad. Así, a pesar de esta prueba que me roba todo goce, aún puedo exclamar: “Tus acciones, Señor, son mi alegría” (Sal XCI). Porque ¿existe alegría mayor que la de sufrir por tu amor…? Cuanto más íntimo es el sufrimiento, tanto menos aparece a los ojos de las criaturas y más te alegra a ti, Dios mío. Pero si, por un imposible, ni tú mismo llegases a conocer mi sufrimiento, yo aún me sentiría feliz de padecerlo si con él pudiese impedir o reparar un solo pecado contra la fe…”
En su diario, la apóstol de la Divina Misericordia santa Faustina Kowalska habla también de muchas pruebas y tormentos espirituales que padeció guiada por el Maestro de las Almas, la que incluyo a continuación es la que más me impactó al leerla:
“Jesús, solo Tú sabes como el alma gime en estos tormentos, sumergida en la oscuridad, y con todo eso tiene hambre y sed de Dios, como los labios quemados [tienen sed] del agua. Muere y aridece; muere de una muerte sin morir, es decir no puede morir. Sus esfuerzos son nada; esta bajo una mano poderosa. Ahora su alma pasa bajo el poder del Justo. Cesan todas las tentaciones externas, calla todo lo que la rodea, como un moribundo, pierde la percepción de lo que tiene alrededor, toda su alma esta recogida bajo el poder del justo y tres veces santo Dios. Rechazada por la eternidad. Este es el momento supremo y solamente Dios puede someter un alma a tal prueba, porque sólo Él sabe que el alma es capaz de soportarla. Cuando el alma ha sido compenetrada totalmente por este fuego infernal, cae en la desesperación. Mi alma experimentó este momento cuando estaba sola en la celda. Cuando el alma comenzó a hundirse en la desesperación, sentí que estaba llegando mi agonía, entonces cogí un pequeño crucifijo y lo estreché fuertemente en la mano; sentí que mi cuerpo iba a separarse del alma y aunque deseaba ir a las Superioras, no tenía ya las fuerzas físicas, pronuncie las últimas palabras, confió en Tu misericordia, y me pareció que había impulsado a Dios a una ira aun mayor, y me hundí en la desesperación, y solamente de vez en cuando de mi alma irrumpía un gemido doloroso, un gemido sin consuelo. El alma en la agonía. Y me parecía que ya me quedaría en ese estado, porque no habría salido de él con mis propias fuerzas. Cada recuerdo de Dios es un mar indescriptible de tormentos, y sin embargo hay algo en el alma que anhela fervientemente a Dios, pero a ella le parece que es solamente para que sufra más. El recuerdo del amor con el que Dios la rodeaba antes, es para ella un tormento nuevo. Su mirada la traspasa por completo y todo ha sido quemado por ella en su alma.
Después de un largo momento, al entrar en la celda una de las hermanas me encontró casi muerta. Se asustó y fue a la Maestra que en virtud de la santa obediencia me ordenó levantarme del suelo y en seguida sentí las fuerzas físicas, y me levanté del suelo temblando toda. La Maestra se dio cuenta inmediatamente del estado de mi alma, me habló de la inconcebible misericordia de Dios y dijo: No se preocupe por nada, hermana, se lo ordeno en virtud de la santa obediencia. Y continuó: Ahora veo que Dios la llama a una gran santidad, el Señor la desea tener cerca de sí, permitiendo estas cosas, tan pronto. Sea fiel a Dios, hermana, porque esto es una señal de que la quiere tener en lo alto del cielo. Pero yo no entendí nada de estas palabras. Al entrar en la capilla, sentí como si todo se hubiera alejado de mi alma; como si yo hubiera salido recientemente de la mano de Dios, sentí que mi alma era intangible, que yo era una niña pequeña. De repente vi interiormente al Señor quien me dijo: No tengas miedo, hija Mía, Yo estoy contigo. En aquel mismo momento desaparecieron todas las tinieblas y los tormentos, los sentidos [fueron] inundados de una alegría inconcebible, las facultades del alma coladas de luz.”
Si tengo entonces que escoger una frase, ella no sería otra que la del evangelista san Juan: “Jesús hizo también muchas otras cosas. Si se las relatara detalladamente, pienso que no bastaría todo el mundo para contener los libros que se escribirían” (Jn. 21, 25).