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Manos extendidas a la Esperanza
domingo, 1 de enero de
La esperanza se deja tocar. Le gusta ser tocada. No es arisca, ni intangible.
Siempre que nos abrimos a un “más de vida”, a un estar más vivos, a una respuesta más viva a la vida que llevamos, tocamos la esperanza.
A la esperanza se la toca con la mano abierta hacia arriba, porque es precisamente un don que se recibe de lo alto.
La mano vuelta hacia arriba y abierta, tiene que confiar que aquello que recibe o va a recibir, encierra una esperanza. Por eso, no hay que apresurarse a sacudir ni cerrar la mano, antes de tiempo, a lo que es o puede ser puesto en ella, aunque parezca duro. Ya que las cosas duras mientras sigan siendo llevadas con la mano abierta hacia lo alto, terminan por abrirse a la esperanza.
Sosteniendo la dureza que fue puesta en nuestras manos, sentimos que la vida se nos pierde, se nos escurre. Y, sin embargo, solo así, es salvada. Porque en aquello duro, lleva anclada la esperanza que la salva.
La mano, en cambio, que se cierra pretendiendo salvar lo poco de vida que siente en ella, al cerrarse, cierra la posibilidad de recibir lo que ella misma no puede darse, y así, lo duro que lleva, se vuelve sin sentido, absurdo, hermético.
La mano abierta hacia arriba es signo de nuestra pobreza y mendicidad más radical. Ante ella, Dios, no puede dejar de volcar su corazón.
La mano vuelta así, es el signo de los pobres de Dios, de los que esperan en él, a los que él dará “una medida sacudida, apretada y rebosante”.
Fuente: javieralbisusj.wordpress.com "Diálogos del hijo pródigo"
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