Mirada trascendente

miércoles, 18 de enero de
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Hay que pensar en serio si quiero ser un pequeño artífice de bien o un simple estorbo. 


Cada una de nuestras decisiones introduce algo nuevo en el mundo. 


A veces pensamos que ciertas elecciones son insignificantes, sin valor, sin transcendencia. En realidad, quedarme a estudiar o ir de excursión, ver este o aquel programa televisivo, leer un libro de aventuras o uno de filosofía, tomar más o menos copas de cerveza… son decisiones que “entran” en mi vida, que llegan a ser parte de mí mismo, que me modifican. 

 
No sólo yo quedo “tocado” en cada decisión. También los demás, los más íntimos, los más cercanos, sienten los efectos de mis decisiones. Si obedezco con alegría a mis padres, si doy largas a las peticiones de un amigo, si olvido a aquella persona a la que prometí una llamada por teléfono, si descuido mi atención a la hora de apretar bien un tornillo… otros serán afectados, para bien o para mal, de lo que inicia en el mundo a partir de lo que yo hago o de lo que yo deje de hacer. 

 
Los cercanos… y los lejanos, el mundo entero, quedan afectado por mis actos. No es indiferente si me comprometo en serio por guardar con atención la basura o si arrojo materiales peligrosos en el primer lugar que se me ocurre. Mi barrio, mi ciudad, el planeta tierra, van mejor o peor según mis costumbres, según mi preocupación por el ambiente, según mi deseo de evitar gastos inútiles o comportamientos que aumentan la contaminación en un mundo sumamente frágil. 

 
Mis decisiones afectan, por lo tanto, a millones y millones de personas que necesitan una mano amiga. Personas que sufren por el hambre o la injusticia, por la enfermedad o el desprecio, por la soledad o por abusos en contratos de trabajo inhumanos. 

 
Cada una de mis decisiones introduce algo distinto, nuevo, bueno o malo, justo o injusto, en este mundo de contradicciones y de esperanzas. 

 
Hay que reflexionar profundamente antes de tomar una decisión, de empezar un nuevo acto. Hay que pensar en serio si quiero ser un pequeño artífice de bien o un simple estorbo. Hay que escuchar la voz humilde y sencilla de Dios que me repite, con un tono suave e íntimo, que hasta un vaso de agua dado a un pequeñuelo no quedará sin recompensa. Porque ese gesto de cariño habrá introducido algo bueno, algo bello, en el mundo de los corazones sedientos de amor sincero. 
 
 
 
 
Fuente: Catholic.net, P. Fernando Pascual

 

 

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