Dios es el único sostén para la eternidad

miércoles, 8 de febrero de
image_pdfimage_print

 

Dios mío, creo en ti, te conozco y te adoro como infinito en la multiplicidad y profundidad de tus atributos. Te adoro porque contienes abundancia de todo lo que puede deleitar y satisfacer al alma. Sé, por el contrario, y por triste experiencia estoy demasiado seguro. Que todo lo creado, todo lo terrenal, agrada por un tiempo, y luego deja de gustar y es un hastío. Creo que no hay absolutamente nada aquí abajo, que al final no me harte. Creo que, aunque tuviera todos los medios de felicidad que esta vida puede dar, al tiempo me cansaría de vivir, sintiendo todo trivial, sombrío e inútil. Creo que si mi lote fuera vivir la vida prediluviana, y vivir sin ti, sería completamente, inconcebiblemente desgraciado al fin de la misma. Pienso que estaría tentado de destruirme del mismo hastío y disgusto. Pienso que perdería al fin la razón y me volvería loco, si mi vida se prolongara lo suficiente. Me sentiría como un confinado solitario, pues me hallaría encerrado en mí sin compañía, si no pudiera conversar contigo, Dios mío. Solamente tú, mi infinito Señor, eres siempre nuevo, aunque eres desde los días antiguos, el último así como el primero.

 

 

 

 Dios mío, eres siempre nuevo, y el más antiguo, tú sólo eres alimento para la eternidad. He de vivir para siempre, no por un tiempo, y no tengo poder sobre mi ser. No puedo destruirme, aún cuando fuera tan débil como para desearlo.Debe continuar viviendo, con inteligencia y conciencia, para siempre, a pesar mío. Sin tu eternidad habría otro nombre para la miseria eterna. Solamente en ti tengo lo que puede sostenerme por siempre: solamente tú eres el alimento de mi alma, tú solo eres inagotable, y me ofreces siempre algo nuevo para conocer, algo nuevo para amar. Después de millones de años, te conoceré tan poco que me parecerá apenas estar comenzando, y encontraré en ti la misma, o mejor, mayor dulzura que al principio, y me parecerá entonces estar apenas empezando a gozar de ti, y así, por toda la eternidad seré siempre un pequeño niño comenzando a aprender los rudimentos de tu infinita naturaleza Divina. Pues tú mismo eres la sede y el centro de todo bien, y la única sustancia en este universo de sombras, y el cielo en el que los espíritus bienaventurados viven y se regocijan.

 

 

Dios mío, te recibo a ti como mi parte y herencia. Por mera prudencia me convierto del mundo a ti, dejo el mundo por ti. Renuncio a aquello que promete por Aquél que cumple.

¿A quién más iré? Deseo encontrarte y alimentarme de ti aquí. Deseo alimentarme de ti, Jesús, mi Señor, que has resucitado, que has ascendido a lo alto, que todavía permaneces con tu pueblo en la tierra. Levanto mis ojos hacia ti, y busco el Pan Viviente que está en el cielo, y que desciende del cielo. Dame siempre de este Pan. Destruye esta vida, que pronto perecerá, aún cuando no la destruyas, y lléname con esa vida sobrenatural que nunca morirá.

 

 

 

Fuente: "Meditaciones y Devociones", John Henry Newman, Agape Libros

 

 

Oleada Joven