Domingo de Ramos: ¡Sigamos ésta Bandera!

domingo, 1 de abril de
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Orar la entrada de Jesús a Jerusalén
(Domingo de Ramos)
Por la Hna. Silvia, Carmelita.
 
 
Hosanna a Hijo de David…
 
A medida que se acercan los días de la Pasión, se muestra la verdadera identidad real de Jesús. Ya al terminar su ministerio, el Señor es aclamado rey por el pueblo. Los acontecimientos paradójicos del misterio pascual (conversación con Pilato, coronación de espinas, presentación ante el pueblo por Pilato, inscripción en la cruz, abundancia de aromas en la sepultura) confirmarán que Jesús es verdaderamente Rey. Pero no habrá que esperar esos hechos crueles para reconocerlo tal. Ya la actitud del pueblo en Jerusalén lo está haciendo sin comprender aún qué tipo de realeza Jesús encarna, cuya grandeza se contemplará en su servicio humilde. 
 
Jesús llega al Monte de los Olivos desde Betfagé y Betania, por donde se esperaba la entrada del Mesías. Todos los detalles que aparecen en la narración de la entrada de Jesús a Jerusalén estaban cargados de referencias misteriosas para los judíos contemporáneos. En cada uno de los detalles está presente el tema de la realeza y sus promesas.  Lo que hacen sus discípulos al echar el manto sobre el burro que Jesús montará, es un gesto de entronización en la tradición de la realeza de David y así, también en la esperanza mesiánica. El alfombrar con mantos y ramas el camino por donde pasa Jesús evoca la victoria de un soberano aclamado.
 
 
¿Qué es “Hosanna”? Originalmente era una expresión de súplica cómo ¡Ayúdanos! Los sacerdotes del AT la usaban para implorar la lluvia, pero se fue convirtiendo en expresión de júbilo. La palabra probablemente había asumido también un sentido mesiánico ya en los tiempos de Jesús. Así, podemos reconocer en la exclamación ¡Hosanna! Una expresión de múltiples sentimientos, tanto de los peregrinos que venían con Jesús como de sus discípulos: una alabanza jubilosa a Dios en el momento de aquella entrada; la esperanza de que hubiera llegado la hora del Mesías, y al mismo tiempo el reino de David y, con ello, el reinado de Dios sobre Israel. 
 
 
¿Por qué en un “burrito”? Se trata de un animal en el que nadie ha montado aún. En este detalle también está presente el tema de la realeza y sus promesas. Jesús reivindica el derecho del rey a requisar medios de transporte, un derecho conocido en toda la antigüedad. Se está haciendo alusión a ciertas palabras del AT en Gn 49, 10 y Zac 9, 9: Decid a la hija de Sión: mira a tu rey que viene a ti humilde, montado en un asno, en un pollino. Es un rey de la paz y un rey de la sencillez, un rey de los pobres. El poder y la realeza de Jesús no se apoya en la violencia, sino que sus pasos son un caminar por la senda de la Palabra de Dios, y su poder reside en la pobreza de Dios, en la paz de Dios, que Él considera el único poder salvador. 
 
 
 
 
Para que puedas ahondar…
 
Podríamos “comparar la entrada del Señor en Jerusalén con otra gran forma de cortejo solemne que conocemos por la historia: el triunfo de los romanos. También en este caso hay un hombre investido de autoridad. Se ha obtenido una victoria. Se ha puesto de manifiesto un poder. El pueblo jubiloso rodea al poderoso, se percibe un aura de divinidad en su figura… Ahora bien, imaginémonos a un alto oficial romano que pasase justamente por ese lugar, un militar familiarizado con aquella demostración de supremo honor y poder, montado en su noble caballo, revestido de brillante armadura y seguido de su tropa, parte de aquel ejército que extendió el poder de Roma hasta los confines del mundo conocido. Y pensemos qué sentiría si viese a ese hombre vestido modestamente, montado en un burrito, con un manto por silla, y la gente que lo rodeaba. Nos apena la idea; sin embargo era así… Así es la realidad cuando Dios viene a los hombres… Se presenta como necedad: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles (1Cor 1, 23), como algo perjudicial, y de manera tan clamorosa que los justos y ortodoxos preparan ya el proceso (…) ¡Qué difícil reconocer al Dios que se manifiesta! ¡Qué difícil sustraerse al escándalo de la mentalidad terrenal y al escándalo de los justos!”. 
 
 
La “entrada triunfal” de Jesús en Jerusalén es un “signo” de la soberanía universal de Cristo, vencedor de la muerte y Señor de la Vida; tiene el propósito de enseñarnos el triunfo futuro de Jesús sobre la muerte y mostrarnos que verdaderamente Él es Rey victorioso, humilde y pacífico. Pero sin darnos cuenta, a través de la imagen de un hecho histórico, se nos está llevando al final de los tiempos cuando la muchedumbre inmensa de los elegidos saldrá al encuentro del Señor.
Estamos implicados en el movimiento universal de la historia de la salvación y no nos damos cuenta de ello: esto no lo comprendieron sus discípulos de momento; pero cuando Jesús fue glorificado, cayeron en la cuenta de que esto estaba escrito sobre Él, y que era lo que habían hecho (Jn 12. 16).
La tendencia natural de buscar seguridades en personas y quererlas convertir en salvadores nuestros es la tentación que acecha a todo hombre de fe. Pero el que medita los sucesos de Jesús, descubre poco a poco que la victoria de Dios se realiza paradójicamente en la muerte: la humildad creadora de paz. 
 
 
Para la Iglesia naciente el “Domingo de Ramos” no era una cosa del pasado. Así como entonces el Señor entró en la Ciudad Santa a lomos del asno, así también la Iglesia lo veía llegar siempre nuevamente bajo la humilde apariencia del pan y el vino.
La Iglesia saluda al Señor en la Sagrada Eucaristía como el que ahora viene, el que ha hecho su entrada en ella. Y lo saluda al mismo tiempo como Aquel que sigue siendo el que ha de venir y nos prepara para su venida. Como peregrinos, vamos hacia Él; como peregrino, Él sale a nuestro encuentro y nos incorpora a su “subida” hacia la cruz y la resurrección, hacia la Jerusalén definitiva que, en la comunión con su Cuerpo, ya se está desarrollando en medio de este mundo. 
 
 
 
 
 
? Desde los místicos…
 
¡Oh gran dignidad, digna de despertarnos para andar con diligencia a contentar este Señor y Rey nuestro! Mas ¡qué mal pagan estas personas la amistad, pues tan pronto se tornan enemigos mortales! Por cierto, que es grande la misericordia de Dios: ¿qué amigo hallaremos tan sufrido? Y aun una vez que suceda esto entre dos amigos, nunca se quita de la memoria ni acaban de tener tan fiel amistad como antes. Pues, ¿qué de veces serán las que faltan en la de nuestro Señor de esta manera y qué de años nos espera de esta suerte? Bendito seas Vos, Señor Dios mío, que con tanta piedad nos llevás que parece olvidás tu grandeza para no castigar, como sería razón, traición tan traidora como ésta.
 
(Cfr. Santa Teresa de Jesús, Conceptos del Amor de Dios, Cap. 2, 19)
 
 
…Aquella fiesta que hicieron a Su Majestad cuando entró en Jerusalén, recibiéndole con tantos cantares y ramos (Mt. 21, 9) y lloraba el Señor (Lc. 19, 41); porque, teniendo ellos su corazón muy lejos de él, le hacían pago con aquellas señales y ornatos exteriores. En lo cual podemos decir que más se hacían fiesta a sí mismos que a Dios. Porque ¡cuántas fiestas, Dios mío, te hacen los hijos de los hombres! Y cuántas veces dirás Vos en ellas: Este pueblo con los labios me honra sólo, mas su corazón está lejos de mí, porque me sirve sin causa (Mt. 15, 8). Porque la causa porque Dios ha de ser servido es sólo por ser él quien es, y no interponiendo otros fines.
 
(Cfr. San Juan de la Cruz. Subida al Monte Carmelo, Libro III, Cap. 38, 2)
 
 
La entrada de Jesús en Jerusalén el Domingo de Ramos: su gloria de un día, como la de nuestro divino Maestro, fue seguida de una pasión dolorosa, y esa pasión no fue sólo para él. Así como los dolores de Jesús atravesaron como una espada el corazón de su divina Madre, así también se desgarran nuestros corazones ante los sufrimientos de aquellos a quienes más tiernamente amamos en la tierra…  
(Cfr. Santa Teresita. Historia de un Alma, Manuscrito A)
 
 
 
Pistas para la meditación personal…
 
 
 
 
– Quizá este texto te invite a vivir de un modo distinto el Domingo de Ramos y toda la Semana Santa: Como peregrinos, vamos hacia Él; como peregrino, Él sale a nuestro encuentro y nos incorpora a su “subida” hacia la cruz y la resurrección, hacia la Jerusalén definitiva que, en la comunión con su Cuerpo, ya se está desarrollando en medio de este mundo (Benedicto XVI). 
 
 
– Santa Teresita ve que nuestros sufrimientos por las personas que amamos están incluidos en la entrada de Jesús a Jerusalén y la Pasión. Teresa de Jesús nos invita a la contemplación de la misericordia de Dios desde esta pregunta: ¿qué Amigo hallaremos tan sufrido? Juan nos ayuda a ver si nuestro corazón está puesto verdaderamente en Dios cuando lo recibimos con tantos cantares y ramos.
¿Alguno de estos textos te aporta algo en particular para que te puedas sentir tocado al vivir esta celebración? 
 
 
 
 
Un poema de Santa Teresa para orarlo…
 
 
Todos los que militáis debajo de esta bandera,
ya no durmáis, no durmáis, pues que no hay paz en la tierra.
 
Si como capitán fuerte quiso nuestro Dios morir,
comencemos a seguirlo  pues que le dimos la muerte.
Oh qué venturosa suerte se le siguió de esta guerra;
ya no durmáis, no durmáis, pues Dios falta de la tierra.
 
Con grande contentamiento se ofrece a morir en cruz,
por darnos a todos luz con su grande sufrimiento.
¡Oh, glorioso vencimiento! ¡Oh, dichosa aquella guerra! 
Ya no durmáis, no durmáis, pues Dios falta de la tierra.
 
No haya ningún cobarde, aventuremos la vida,
pues no hay quien mejor la guarde que el que la da por perdida.
Pues Jesús es nuestra guía, y el premio de aquella guerra
ya no durmáis, no durmáis, porque no hay paz en la tierra.
 
Ofrezcámonos de veras a morir por Cristo todos,
y en las celestiales bodas, estaremos placenteros.
Sigamos estas banderas: pues Cristo va en delantera,
no hay que temer, no durmáis, pues que no hay paz en la tierra.
 
 
 

 

 

 

Oleada Joven