Alegría en el camino

lunes, 7 de mayo de
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Ya hemos dicho que la alegría nace del hecho de haber alcanzado un bien que se desea, un bien que sacia todo deseo, y, en última instancia, aquel bien que es Dios. En particular, para el creyente, la alegría está  ligada al cumplimiento de su voluntad, o de aquel proyecto que Dios tiene para la vida del ser humano.
 
Pero la alegría es y debe estar también en el camino, en la búsqueda, en el modo en el cual el llamado responde al sueño que Dios tiene para su vida, aunque no sea todavía una alegría plena. Y no puede haber alegría allí donde uno se siente forzado, o hace las cosas por miedo, o simplemente se adecua porque no tiene alternativa. Porque, además, nadie puede permanecer toda la vida violentándose o jactándose de vivir de frustraciones y renuncias, ni tampoco puede pensar que está donde está solo para esforzarse, u o obligarse a  hacer l oque es considerado su deber, por más noble que este sea, o, por añadidura, por más que se lo sienta como voluntad divina.

 
 
 
 
 
Antes o después, el equilibrio se rompe, con daños incluso gravosos a  nivel emotivo y nervioso. “Quien hace el bien por la fuerza, al final lo hace mal” (si no es que termina haciendo el mal).
 
Hace falta comprender, en cambio, que la alegría es parte del gesto virtuoso, es necesaria para la santidad. Y que la virtud no tiene que ver con el acto psicológico o moral que es forzado. El hombre virtuoso, como recuerda de hecho Tomás, es la persona que ha experimentado gusto y placer en la acción virtuosa, y advierte la libertad interior de hacer algo que le demanda siempre más, porque en ese gesto, en definitiva, ha descubierto y descubre siempre más de las propias identidad y verdad.
 
 
 
Fuente: “La alegría, sal de la vida cristiana” Autor: Amadeo Cencini Editorial: Bonum

 

Oleada Joven