Cuidar los pies de la Esperanza

jueves, 9 de agosto de
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Hace pocos días, Verónica, la podóloga, (que voluntariamente viene a atender los pies de la gente de la calle) me decía:

 

“¿Sabe…?, muchos no pueden quitarse los zapatos durante toda la semana, y tienen que dormir con los zapatos puestos, por miedo a que se los quiten. Por eso, cuando vienen a que yo los atienda, les da vergüenza sacárselos. En ese momento, me doy cuenta, que más que atender sus pies, me descubro atendiendo su angustia.

 
Hoy son muchos los que andan con sus pies cansados. Cansados de buscar, de pedir, de esperar, de hacer cola, de caminar con un calzado que es estrecho, o grande, o está roto, porque no es suyo, sino lo único que había, cuando lo fueron a pedir. El pie, por así decir, es lo que sostiene y encamina la esperanza de un hombre.
 
Lo que espera, le lleva a ponerse en camino, no sin un rumbo, ni hacia cualquier lugar, sino en una dirección bien precisa: un fin, una meta, un objetivo. Y en vista de esto, las paradas también cobran sentido. Ellas son necesarias para no quedar a mitad del camino y poder seguir adelante.
 
 
Pero, ¿qué pasa cuando la esperanza se desdibuja. Cuando los mecanismos de la sociedad se empecinan en poner trabas y vallados. Cuando la desesperanza enferma a los desesperados, y los convierte en nuevos “aprovechados”, salteadores de caminos?
Cuando esto ocurre, los pies de quien intenta avanzar con dignidad en la vida, se cargan. Se cargan de la presión del ambiente, y no encuentran con quién cambiar u oxigenar sus malos humores. No pueden avanzar, ni progresar, ni tampoco descansar. Le han destruido sus sueños y encima, empiezan a perder el sueño por tener que defender lo poco que les queda.
 
Es entonces, cuando urge “atender los pies” de ese que encontramos en medio del camino, con su paso cansado, dudando de si vale la pena seguir.
 
 
Cuidar “los pies de su esperanza”, significa en primer lugar, recordar “cuánto tiempo lleva” sin encontrar un respiro. Detenido, sin ver que sus pasos le hayan hecho avanzar, y viendo, en muchos casos, que por el contrario están más lejos de donde comenzaron un día.
 
Cuidarle sus pies, significa, darle un espacio de confianza donde pueda ventilar sus sueños. Esos mismos, que dejó truncados ante vallas y asaltantes.
 
Cuidar los pies de su esperanza, es ayudar a que su esperanza no se detenga, no se frene, no se paralice. Es preciso, ayudarle a recobrar ese deseo de llegar al otro lado, por el que tantas veces se animó a cruzar la quebrada por el vado.
 
Cuidar sus pies, es atender a lo que está a la base de su dignidad, y quizás, por lo mismo, más humillado ante tantas situaciones injustas. Urge reparar esos pies cansados para que puedan volver, a “poner en pie”, por tanto, su esperanza.
 
Cuidar los pies de la esperanza, no significa asegurar cuáles serán las características del paisaje que quede por recorrer. Pero no por eso, vamos a dejar de animarlo, y animarnos con él, a dar ese paso de esperanza, en el cual, aunque la situación no acerca lo esperado, no deja uno de acercarse a ello. Que no llegue, no significa que no exista. Y no es lo mismo quedar a medio camino con un paso que no intentó siquiera, que quedar, camino de una esperanza.
 
Cuidar estos pies, significa cuidar que no enfermen. Que no quieran arrebatar con la mano, lo que por los pies, aún están llegando.
 
Pero quien quiera cuidar los pies de la esperanza, debe “levantarse de la mesa”, como el Señor, que en esto se hizo nuestro maestro” y nos mandó a aprender ésta, su lección: “lávense los pies unos a otros” (Jn. 13, 14). Es preciso, levantarse pues, de la mesa. De la propia; de lo que ya se tiene; de lo que ya se hace, porque ante la cruz que toca enfrentar en el camino, hay que cuidar los pies de la esperanza con el gesto en caridad, de un sufrir que se comparte.
 
 
Mientras haya caridad, habrá esperanza. Mientras haya caridad, habrá corazones que con sus manos, se levanten a hacer un gesto de esperanza, que a lo largo del camino, jamás se podrá olvidar.
 
 
Javier Albisu 

 

Oleada Joven