A corazón abierto

lunes, 27 de agosto de
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Escuchar con el corazón
 
Escuchar con el corazón es dejar que la palabra eche raíz y sea fecunda.
Es bajar por la palabra hasta su napa más profunda y
beber con quien nos habla del agua que lo inunda. 
 
 
Escuchar con el corazón es cimentar sobre roca una certeza bien rotunda. 
Es ajustar en claridad la palabra que retumba. 
Es despertar en caridad a los que nada les perturba. 
 
 
Escuchar con el corazón es dejar que se vulneren las defensas y las dudas. 
Es dar tiempo al que viene porque sabe que lo escuchan. 
Es traducir los sonidos que las palabras pronuncian 
y convertirlos en latidos donde las emociones pulsan. 
 
 
Escuchar con el corazón es sacar a la esperanza de su tumba; 
es guiarla por la senda de una vida que aún da la lucha 
hasta abrirle camino entre la noche y la penumbra. 
 
 
Escuchar con el corazón es ofrecer los lazos que las amistades fundan.
Es abrir el espacio donde dos distintas vidas, distinguiéndose se aúnan. 
Es marcar el tramo en que las huellas, por un tiempo, marchan juntas. 
 
 
Escuchar con el corazón es ser partero de las cosas importantes que se alumbran. 
Es salir a esperar al que ha perdido ya su ruta,
 y escuchar los pasos del que vuelve, después de su penuria. 
 
 
Escuchar con el corazón es auscultar a Dios,
que está feliz de hacernos upa.
 
 
Hablar con el corazón
 
Hablar con el corazón 
es hablar comprometiendo la palabra.
Es entregar por seña un pedacito de alma.
Es probar por receta, lo que nunca daña.
 
Hablar con el corazón
es poner sobre la mesa todas nuestras cartas.
Es permitirle al diálogo que entre en zona franca.
Es encender un fuego que no consume, y ya, no se apaga.
 
Hablar con el corazón
es enseñar la verdad que se aloja en nuestra casa.
Es acercar la bondad que por ella siempre pasa.
Es acoger la humildad que a nuestra puerta llega y la traspasa.
 
Hablar con el corazón
es encender la luz donde las cosas esenciales se divisan y se alcanzan.
Es olvidar relojes donde marcar los tiempos no hace falta.
Es encontrar un sitio donde quisiéramos quedar y hacer tres carpas.
 
Hablar con el corazón
es gustar el silencio cuando la palabra se gasta.
Es encontrar aquella nota que en la música hacía falta.
Es internarse mar adentro y con las velas desplegadas.
 
Hablar con el corazón
es tirar por tierra los castillos de baraja.
Es enviar mensajes a aquellos que naufragan.
Es ofrecer ropajes a aquél que desnudaran.
 
Hablar con el corazón
es unirse a Dios que está en nosotros
gimiendo ¡abba!
 
 
Mirar con el corazón
 
Mirar con el corazón 
es acercar la vida compasiva y humana. 
Es mirar hasta que aquello que miramos, 
nos toque bien al fondo las entrañas.
 
Es abrazar lo que al pasar con la mirada, 
con sus brazos extendidos nos reclama. 
Es ver la oscuridad de más cerrada, 
y dar a luz entonces la caridad que hermana.
 
Mirar con el corazón 
es mirar más allá de la apariencia y la fachada. 
Más allá de lo que dan y lo que hablan. 
Más allá de lo que son y lo que callan. 
 
Es mirar desde un amor primero que es gratuito y se regala. 
Es corregir en el corazón, lo que en la cabeza se desfasa. 
Es desnudar en el amor, lo que el pecado, allí disfraza. 
 
Mirar con el corazón 
es soñar con el niño, lo que el mundo sea hoy y aún pueda ser mañana. 
Es aprender del anciano que el tiempo se nos pasa, 
y agacharse como él, para su huella besarla. 
Es mirar lo que aún no nace, y ya en deseos, se acunaba. 
Es mirar al que ha partido y su recuerdo aún acompaña.
 
Mirar con el corazón 
es abrir de par en par la casa 
para hospedar al que ha venido y hace tiempo se esperaba. 
Es entrar en casa ajena como invitado y muy indigno, 
para sentarse a la mesa porque un sitio nos dejaran. 
 
Mirar con el corazón 
es encontrar a Dios que había venido, 
pero escondido estaba.
 
Llorar con el corazón
 
Llorar con el corazón es amar hasta que duela.
Es sentir su exigencia cuando apura como espuela,
y apuntarse de aprendiz en su dura y fina escuela.
 
Llorar con el corazón es reforzar la paz cuando lo injusto se nos cuela. 
Es devolver la memoria cuando algo no se aprenda.
Es ver partir las alas de un alma que ya vuela. 
 
Llorar con el corazón es respetar el límite de aquello que no pueda. 
Es aceptar que hay “sentido” cuando ya nada se vea. 
Es saber que hay pecado; tiene firma, y es la nuestra.
 
Llorar con el corazón es invitar las entrañas a aflorar cuando quieran. 
Es mantenerse fiel mientras sacudan las pruebas. 
Es disponerse bien a lo crece y renueva. 
 
Llorar con el corazón es asumir las edades y las épocas. 
Es poder resumir lo que es dicho en pocas letras. 
Es apostar por lo que vale, aún cuando esto, vaya a pérdida. 
 
Llorar con el corazón es desprenderse de todo lo que un día será tierra.
Es ocuparse de la siembra, sin saber si habrá cosecha. 
Es sufrir con el que sufre y soñar con quien no sueña. 
 
Llorar con el corazón es saber lavar los pies de aquel que nos da ofensas. 
Es ofrecer la mejilla y un porqué al que nos golpea. 
Es llevar por corona la que hinca, pero no nos privilegia. 
 
Llorar con el corazón es renunciar al capricho y aceptar lo que se deba. 
Es saber llegar tan lejos cuanto el amor lo requiera. 
 
Es escuchar a Dios que llora, porque quiere dar cobijo 
y sus hijos no le dejan.
 
 
Tocar con el corazón
 
Tocar con el corazón es no temer la cercanía que contagia.
Es llevar un poder, mayor a toda magia. 
Es resolver no en la teoría, sino en práctica. 
 
Tocar con el corazón es afinar la piel para escuchar cuando alguien pasa. 
Es vencer en la ternura la indiferencia y su coraza. 
Es cargar en las manos lo que en el corazón se guarda, 
y vaciar del corazón lo que a las manos nunca baja.
Tocar con el corazón es poner la propia carne por testaferro a la palabra, 
y hacer del propio cuerpo su caja de resonancia. 
 
Tocar con el corazón es renunciar al fruto antes que caiga. 
Es exponerse a la aspereza de que el otro se retraiga. 
Es aceptar lo que la vida es, y lo que traiga. 
 
Tocar con el corazón es vivir a la puerta del que llama. 
Es saber recibir y dar un “gracias”. 
Es saber decir “estoy” cuando alguien caiga. 
 
Tocar con el corazón es cobijar la vida del que anda como paria. 
Es ofrecer refugio al que quedó sin patria. 
Es ofrecerse uno al que nos pide plata. 
 
Tocar con el corazón es ponerle fermento a las cosas que se amasan. 
Es no temer al compromiso, aunque anude la garganta. 
Es poner los pies en tierra y dejar de estar en babia. 
 
Tocar con el corazón es percibir a Dios que pasa, 
y dejar que con la orla de su manto, 
nos atraiga.
 
 
Sanar con el corazón
 
Sanar con el corazón es abrir las entrañas donde la vida nazca nueva.
Es aliviar a otro las cargas, ayudando a que él resuelva. 
Es desatar los nudos de aquello que se enreda. 
 
Sanar con el corazón es disolver en paciencia los dolores que se espesan. 
Es volver a darle fuerza a la vida que se quiebra. 
Es entender que el pecado, no es sólo enfermedad, sino pobreza. 
 
Sanar con el corazón es socorrer al herido y cargarlo a nuestra cuenta. 
Es levantar al postrado que renuncia ya a la meta, 
y esperar al rezagado que, aunque tarde, siempre llega. 
 
Sanar con el corazón es dejar en un costado, lo que en la ruta fueron piedras.
Es mostrar al fracasado, lo que en sus manos aún le queda. 
Es enseñar al que ha varado, lo que aún pueden sus brazos si ellos reman.
 
Sanar con el corazón dido el gozo de la fiesta. 
Es buscar al que se ha ido con sus ganas que lo atiendan. 
Es hallar al que ha querido fugarse en una siesta. 
 
Sanar con el corazón es abrir una ventana cuando todos cierran puertas. 
Es buscar las raíces y dejar las componendas. 
Es llevar al que feliz se dice, a que en verdad, lo sea. 
 
Sanar con el corazón es acompasar el caminar de Dios, que entre nosotros se pasea, 
y saneando en nuestras vidas, las aguas que envenenan, 
en la fuente de su amor, como nuevos, nos recrea.
 
 
Perdonar con el corazón
 
Perdonar con el corazón es dar gratuitamente lo que gratis se nos dio en misericordia.
Es soltar las amarras de un rencor que está en la borda.
Es sazonar con la sal del perdón y no con la hiel de la discordia.
 
Perdonar con el corazón es dejar de alimentar el recuerdo que devora. 
Es no prestarse al Tentador, que nuestra paz se roba. 
Es someterse a la justicia mayor de una cruz, que levantada se enarbola.
 
Perdonar con el corazón es sosegar una pasión que al despertar se vuelve loca. 
Es elegir una razón amiga, a mil razones, que al alma dejan sola. 
Es ponerse las gafas de lejos, cuando todas las demás, se quedan cortas.
 
Perdonar con el corazón es contener las aguas de una herida que crece y se desborda.
Es dar alivio a una fiebre que sube y no se corta. 
Es dar con el camino cuando el monte nos pierde y aprisiona.
 
Perdonar con el corazón es olvidar dónde quedaron las cuentas más deudoras. 
Es no perder la riqueza del don que se atesora. 
Es recordar las tantas veces en que uno, y en lo mismo, se equivoca. 
 
Perdonar con el corazón es tender puentes donde otros tiran bombas. 
Es poner un gesto nuevo y no la hipócrita crema que revoca. 
Es romper a la violencia el eco, derribando los muros con que choca. 
 
Perdonar con el corazón es alabar a Dios, que a las puertas de su casa se coloca,
y de un solo pródigo que asoma, 
con su inmensa alegría de Padre, 
la alborota.
 
 
Morir con el corazón
 
Morir con el corazón es caer en tierra y ser fecundo.
Es salir de si mismo renunciando a uno. 
Es saber porqué y a dónde, se encamina toda vida en este mundo. 
 
Morir con el corazón es dar belleza al rostro cuando es tiempo del ayuno. 
Es aguardar en la brecha, lo que en llegar no tiene apuro.
Es tomar la santidad, no como prenda o como un lujo. 
 
Morir con el corazón es dejar de golpearse la cabeza contra aquello que se opuso. 
Es no vivir de la nobleza de aquello que se tuvo. 
Es conocer la grandeza de lo pequeño que está oculto. 
 
Morir con el corazón es sentir que el alma se estremece al dejar lo que era suyo. 
Es acabar de reprocharse por lo mucho, que quizás, no pudo, 
y aprender a dar las gracias por lo poco, que en sus propias manos, cupo. 
 
Morir con el corazón es saber estar en paz en un lugar seguro.
Es entender que los inviernos, no son largos sino duros. 
Es aprender en los otoños a soltar lo que, antes por un tiempo, se retuvo. 
 
Morir con el corazón es enfrentar a la muerte cara a cara y sin tapujos. 
Es poder estrechar bien franca la mano del verdugo, 
y entregarle a su suerte lo que más vivo estuvo. 
 
Morir con el corazón es vaciar las alforjas sin guardarse ni un mendrugo.
Es entregar la posta a quien le toca el turno. 
 
Morir con el corazón es devolverle a Dios en perla, 
lo que su amor en grano, puso.
 
Resucitar con el corazón
 
Resucitar con el corazón es descubrir que en la tumba no acaba nuestra suerte.
Es dejar que la esperanza “un más” de vida, nos inyecte. 
Es hallar al que esperamos, y moríamos por verle. 
 
Resucitar con el corazón es sentir las manos llenas de un gozo que no miente. 
Es dejar fluir la vida como un agua de vertiente. 
Es repartir los cinco panes, entre un millar de gente.
 
Resucitar con el corazón es saberse regalado, cuando nadie así lo entiende. 
Es verse perdonado, cuando no se lo merece. 
Es enterarse que una herencia nos han dado, sin saber ni cómo viene. 
 
Resucitar con el corazón es despertar como niño, lo viejo que se duerme. 
Es pintar un arco iris, en cada gota, mientras llueve. 
Es saber que en el amor, queda vencida toda muerte. 
 
Resucitar con el corazón es encontrar en el bosque, ese claro donde el cielo pueda verse.
Es dar con la vida, que en un pequeño seno, empieza ya a moverse. 
Es empaparse de un amor, que por los poros entra, y se nos mete.
 
Resucitar con el corazón es ocuparse del vivir, que entre el nacer y el morir, nos pertenece. 
Es saber que lo eterno por venir, nuestra elección nos compromete. 
Es tener la libertad de los que aman, a los que nada les detiene. 
 
Resucitar con el corazón es cruzar con Cristo la puerta estrecha de su Cruz en Viernes, 
sabiendo que pasado el sábado, su Vida Nueva, 
el Domingo viene.
 
 
Autor: Javier Albisu sj
 

 

 

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