Aprender a orar es aprender a descubrir la alegría. Es levantarse por la mañana a la hora en punto, acercarse a la ventana y mirar el cielo. Es dar gracias a Dios por esa luz que reza un nuevo día. Aprender a orar es santiguarte despacio el alma mientras preparas el desayuno. Es besar la sonrisa de tus hijos, sabiendo que para ellos eres el día y la luz y el alma. Es ir diciendo piropos al Señor a la vez que les ofreces a los tuyos un poco de mermelada. Aprender a orar es saber que los ángeles se sientan con nosotros a la mesa. Es lavar después los platos y vasos con esmero, porque en ese momento eres la persona más importante de la tierra. Es arreglarte el cuerpo diciendo avemarías. Aprender a orar es llevar los niños al colegio mientras les hablas de Jesús cuando era como ellos. Es hacer muy bien tu trabajo, por amor.
Es saludar a Dios cuando veas una iglesia, o una flor o el color de la hierba. Es no quejarte nunca del cansancio, del dolor o del tiempo. Aprender a orar es escuchar a las personas que están contigo durante la jornada. Es saber encontrar un momento para visitar a Dios en tu corazón o en el sagrario, o en el sagrario de tu corazón. Es llegar a casa que no puedes dar un paso más, sin que se note. Es ayudar a hacer los deberes de tus hijos. Aprender a orar es contemplar la belleza en ascuas del atardecer mientras tiendes la colada. Es enamorarte cada día un poco más de tu mujer, con todos sus defectos. Aprender a orar es buscar la felicidad de los demás…
Fuente: guillermourbizu.com