El sabor de lo cotidiano

jueves, 22 de noviembre de
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Cuando una persona escala una cuesta como el Everest (en el Himalaya) y cuenta su proeza con detalles y anécdotas; cuando nos descubre la grandeza de ánimo, de entrenamiento y de constancia que supone subir hasta esas alturas; y si además, vemos fotos, videos que testimonian la osadía realizada, el reto a las fuerzas de la naturaleza, al estado físico, siempre quedamos admirados; impresionados de lo que un ser humano puede alcanzar, de lo sublime del espíritu y capacidad humana cuando se propone algo. En el campo espiritual, también quedamos asombrados, con admiración y con preguntas sobre cómo puede ser esto, en qué consiste, al escuchar, por ejemplo a San Pablo cuando dice “conocer la altura, la anchura y la profundidad del amor de Dios excede todo conocimiento…” (Cf. Ef. 3, 18-19) o “ni el ojo vio, ni el oído oyó lo que está destinado para los que lo aman” (Cf. 1Co 2,9). Hay realidades humanas y espirituales que nos hacen mirar hacia adelante y a ir más allá de la rutina, de la comodidad, de las miras estrechas y cortas, de lo trivial y de lo meramente satisfactorio a nuestros sentidos. Siempre podemos ir más allá, el ser humano tiene una dimensión trascendente que no puede negar ni apagar.


Es preciso “despertar”, mirar, sentir, oír, saborear, percibir… Como quien va por un huerto de árboles frutales y tiene el más maduro y apetitoso a su alcance. Lo mira en árbol, lo toma con su mano, disfruta del aroma fresco y natural que tiene, con cuidado rompe la corteza y empieza a disfrutar de su sabor, del jugo, de la pulpa. Las cosas que nos descubren la hondura de la vida, la intensidad de un momento cotidiano, de un encuentro, de una conversación se nos manifiestan con abundancia a lo largo del día. Pero hemos hecho banal y rutinario el ver, el pensar, el sentir, el hacer, el hablar, el caminar… Y necesitamos educarnos, adiestrarnos para volver a la esencia, al sabor de cada momento y cada instante.
 
 
 
 
Esta meditación nos ayuda a ejercitar la mirada, la percepción, la interpretación, la sensibilidad para ver a Dios habitando en todo, empapándolo todo de su presencia, de su acción, nos introduce para ver cómo “está de corazón en cada cosa”; descubrir a un Dios que se comunica, que nos lo da todo y se da a sí mismo en todo y un Dios que trabaja por mí, por cada uno, por la humanidad, que acontece en todo. Un Dios al que no le es indiferente ninguna de sus criaturas, no le es indiferente nada que implique al ser humano. No hay que ir a un mundo extraño para encontrarnos con Dios, no hay que huir y escapar a ambientes ficticios. Es allí, en las cosas que vivimos cada día, donde Dios se nos hace el encontradizo, en la propia realidad.


Nos pone en el horizonte del amor, la libertad, la esperanza, la actividad, de la gratuidad para experimentarlo todo como don y nos adiestra en la escuela de la contemplación que han vivido los místicos. Y aunque recorramos las mismas calles, tengamos el mismo camino hacia la oficina, las cuentas por pagar al mes sean las de siempre, y aunque la familia, la comunidad, el grupo de trabajo o de pastoral mantengan las características propias… Esta pedagogía para encontrar a Dios en todo, nos abre a la novedad de la vida que se nos da para compartir, nos descubre la oportunidad para dar y recibir amor, nos desvela el potencial interior que nos ayuda a ver más las posibilidades, que los tropiezos del camino; nos lanza a asumir los retos y riesgos de la vida, más que a mantenernos pusilánimes y cobardes; en los conflictos y dificultades nos capacita para ser testigos de esperanza y buscar contra los pronósticos más pesimistas las posibilidades de diálogo y comunión. Contemplar para alcanzar amor nos conecta con el Dios de la Vida, con el amor de Dios que lo penetra todo, lo invade todo, lo transforma todo. 
 
 
Fuente: encontraradiosentodaslascosas.blogspot.com Texto completo: "Contemplación para alcanzar Amor"
 

 

 

Oleada Joven