Una misión

domingo, 9 de diciembre de
image_pdfimage_print

 



 

Enviados. Con una misión. Hablamos de aquellos doce, pero en realidad, desde ellos, todos lo somos. Enviados al mundo. Llamados a anunciar. Es extraño pensar así en mí mismo. Como un apóstol.
¿No suena demasiado solemne? ¿demasiado religioso? ¿demasiado militante o demasiado institucional?
Yo, en mis circunstancias, en mi trabajo, en mi vida concreta, en el trabajo, en la familia, con los amigos… Yo, hombre o mujer, joven o viejo, más o menos convencido… tengo también una misión, una tarea, un reto.


Como un personaje de libro o de película. Una misión única. Distinta. Especial. Quizás menos novelesca. No se trata de salvar al mundo, atrapar a unos terroristas, destruir un anillo o matar un dragón.
Es más concreto. Pero es mía.


El mundo sería distinto si yo no estuviera en él.

Y tal vez hay alguien que necesita mi palabra, mi caricia, mi Fe y mis dudas. Alguien que espera mi entusiasmo. Alguien a quien tengo que contar una Buena Noticia.


Los apóstoles eran distintos. Ya puestos, ni siquiera estaban de acuerdo en todo. Discutían, veían las cosas de formas diferentes. Y seguro que cada quién tenía un carácter propio. Este sería rudo, este otro delicado. Aquel tenía sentido del humor y aquel otro era más callado. Uno era asustadizo, y el otro bravucón…
 

También yo tengo mis formas, mis talentos, mis capacidades, mis maneras y mis manías.

Dios despierta en mí una forma concreta de contar Su historia, de anunciar Su proyecto, de hacer el Bien. En uno será la ternura. O la alegría. O la paciencia. O la firmeza. La honestidad. La creatividad e imaginación.
Hay tantos caminos diferentes y tantos acentos como persona.

El reto es que mi manera sea también, de algún modo, Su manera.
 
 
Fuente: pastoralsj.org
 

 

 

Oleada Joven