Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a dar la noticia a los discípulos.
De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: «Alégrense».
Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él.
Y Jesús les dijo: «No teman; vayan a anunciar a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán».
Las mujeres fueron a la tumba de Jesús y se encontraron con el sepulcro vacío, y corren luego anunciarlo. Van con alegría. Porque saben que Jesús resucitó.
Son esas mujeres fieles seguidoras de Jesús. Siempre estuvieron a su lado. Lo siguen en todo momento. Lo habían acompañado y ayudado durante su ministerio. Estuvieron presentes al pie de la cruz. Ellas fueron valientes, los apóstoles en cambio fueron cobardes. Ellas permanecieron acompañando a Jesús al pie de la cruz. Mujeres fuertes y valientes. Los apóstoles habían huido por miedo. Son ellas las que acuden ahora antes al sepulcro. Siempre están acompañando al Maestro, en las buenas y en las malas. Por eso se merecen la primera aparición del Resucitado. Cristo resucitado se les aparece primero a ellas. Son las privilegiadas. Se merecen este regalo. Porque nunca se borraron. Las mujeres en general son más espirituales y más fuertes que los hombres. De ellas debemos aprender.
Al ver el sepulcro vacío por un lado. Y por otro al oír las palabras del ángel que les asegura que no está ahí, que ha resucitado, se marchan presurosas. Con dos sentimientos: llenas a la vez de miedo y de alegría. Y en seguida se les aparece el mismo Jesús. Ellas venían en busca de un muerto y ahora le encuentran vivo.
Sacamos tres pensamientos que nos ayudan para nuestras vidas: alégrense, no tengan miedo, y vayan a anunciar.
Primero: Alegrense. Es lo que nos pide hoy. Vivir la alegría. Alegría porque Jesús resucitó. Alegría porque Jesús está a nuestro lado. Alegría porque Jesús no nos abandona. Ellas son testigos alegres del Resucitado. Y se nos pide a nosotros. Dice el papa que nadie nos robe la alegría. Tenemos que cuidarla. Es esa alegría que no da el mundo. Es la alegría que nace de Jesús, de tener a Jesús, de que Jesús es nuestro amigo. Que sea una alegría sana y contagiosa. Trasmitamos al mundo la alegría del Resucitado. Seamos misioneros de alegría.
Segundo: No tengan miedo. No tenemos que tener miedo. El miedo nos hace mal, el miedo nos paraliza, el miedo nos traba, el miedo nos hace daño. En este tiempo de pascua echemos fuera todos nuestros miedos. También nosotros nos sentimos animados por esta palabra. Nos invita a no perder nunca la esperanza. Demos testimonio del Resucitado en nuestro mundo sin miedo y sin vergüenza.
Tercero: Vayan a anunciar. Estas mujeres fueron las primeras en dar testimonio de la resurrección de Jesús y se convierten en mensajeras de la gran noticia para con los mismos apóstoles. Por eso se las llama: apóstoles de los apóstoles.
Anunciemos esta buena noticia. Cristo verdaderamente resucitó. Primero fueron aquellas mujeres. Y como ellas, cuántas otras, a lo largo de la historia han dado testimonio valiente de Cristo Resucitado. Hoy nos toca a nosotros. Ser anunciadores de esta alegre noticia. En todos los lugares: en la comunidad, en la familia, en la radio, en la televisión, en la escuela, en los hospitales, en el vecindario, en el trabajo, en todos los campos de la vida social. Seamos anunciadores de la Buena Noticia, anunciadores del evangelio, anunciadores que Cristo nuestra alegría y nuestra esperanza ha resucitado.
Seamos testigos de la vida y de la esperanza. Seamos misioneros valientes de Cristo resucitado.
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