Por Monseñor Raúl Martín, Delegado para la Pastoral Nacional de Juventud de la Conferencia Episcopal Argentina
“No tenemos miedo, no….”. Así cantaban los jóvenes, con éstas y otras letras, jóvenes amigos de Jesús, la juventud del Papa, que brotaba del metro y llenaba las calles y plazas de Madrid en estos días. La juventud de Benedicto XVI, como la definió el Cardenal Rilko, Presidente del Pontificio Consejo para los Laicos.
“Cansados pero contentos”, decimos para expresar que el trabajo fue mucho, pero valió la pena. Esto estaba en el rostro y en el corazón de todos, incluso de los mismos jóvenes que iban volviendo de a poco a casa, todavía vestidos con aquellas remeras y gorros, con sus mochilas multicolores a sus espaldas, como aferrándose a un tiempo que inevitablemente tocaba a fin, pero que seguramente permanecerá para siempre como auténtica experiencia, que no queda en un momento, sino forja corazones, graba a fuego.
Me ilusiono y me esperanzo en ello. Me animo a decir —tengo certeza— después de haber paseado por tantos corazones en estos días, de la mano de la misericordia y del perdón, que desde cada confesión, en las catequesis y el parque del Buen Retiro en la fiesta del perdón, se hicieron para mí, la más válida de las mediciones de la felicidad auténtica, que brota de un encuentro real con el Amigo.
La Iglesia toda, el hombre todo, necesita alegrarse con naturalidad, por la alegría, originada en estos corazones jóvenes, que se animaron a caminar con el Señor, reconociendo a todos como hermanos, sin importar color, raza, idioma, seguro muchas veces sin entender lo que decían, pero casi, como en un juego de niños, sin hablar y sin reglas, jugaban juntos, sacaban fotos, bailaban o cantaban, sabiendo que hay algo —mucho— que los une, una misma fe, un ser hermanos, un Dios Bueno, su Padre, tantas búsquedas, tantas esperanzas.
Escuchamos muchas veces en los últimos tiempos hablar de nuevos areópagos, patio de Gentiles, salir a la calle, encontrarnos. Esta realidad fue la que vivimos en estos días, un mundo hambriento de Dios, a veces sin saberlo y tal vez hasta queriendo ocultarlo, que amanecía sembrado de un particular colorido desde rostros de miles de jóvenes que con valentía desde lejanos lugares del mundo, acudía a la cita de Jesús. Confío en estos jóvenes, le creo a estos jóvenes, sé que Jesús cuenta con ellos, y nosotros, mayores, tenemos el deber de buscar cómo acompañar sus búsquedas y proyectos.
Me ilusiono, o mejor dicho, creo y espero, ver a los jóvenes de mi patria y el mundo entero hambrientos de la Verdad y buscadores de la Verdad, dando sentido a sus vidas, animosos seguidores del Señor, servidores de los hombres, trabajadores y constructores de un mundo nuevo al que todos aspiramos, jóvenes sin miedo al futuro, porque los mayores no les vendemos utopías inalcanzables o caminos fáciles que destruyen sus vidas.
Jóvenes que pongan su fuerza y su pasión al servicio de la vida verdadera, jóvenes pacíficos, jóvenes amigos de los hombres. Sé que podemos esperarlo, porque Jesús quiere contar con ellos. Nosotros también. No les cascoteemos el nido. No les rompamos las ilusiones. Hay madera buena.
Imágenes de la misa de los argentinos, que se llevó adelante durante la JMJ