LD Domingo XXII (Hna. Silvia OCD)
Mientras el salmista clama: no apartes tu mirada de nosotros, Señor; tu voz se hace oír con el Quítate de mi vista Satanás (Mt 16,23). Palabras que recuerdan el Apártate Satanás de las llamadas “tentaciones” de Jesús (Mt 4,10). Este apártate está colocado en el inicio de su ministerio, de su vida pública, de su manifestación, de su misión. Jesús es “tentado” o probado en lo más intrínseco de su misión de Siervo-servidor de Yavé.
Y ahora nuevamente la tentación o la prueba para no asumir la humillación del Siervo con la muerte en Cruz, como plenitud de su misión.
Pero qué difícil este lenguaje, ¿qué es eso de tomar la cruz?, ¿cómo es que perdiendo la vida por Jesús se la gana? Y, ¿por qué, el que quiere salvar su vida la pierde?
¿Cómo comprender que el entregar la vida equivale a donarla para que otros tengan Vida en Su Nombre?
En verdad es difícil este lenguaje, y no podremos comprenderlo si tu Espíritu no viene a enseñarnos y recordarnos todas las cosas…
Pero si nos instruyes en lo profundo, comprenderemos que es necesario caer en tierra como el grano de trigo para dar mucho fruto, y que el entregar la vida es un desapoderarnos de la soberbia de dirigir nuestros pasos según nuestros cálculos humanos.
Comprenderemos que lo que apremia es entregarse en el amor, y en ese camino uno se olvida de sí por contentar al Amado (Sta. Teresa).
Las palabras fuertes de Jesús a Pedro, ponen de manifiesto que hay algo ante lo que no puede renunciar: la voluntad del Padre. He aquí que he venido a hacer tu voluntad… Para que los que me has dado estén conmigo donde Yo esté.
Y lo más escandaloso de este amor de Jesús por el Padre y por el hombre es que sufriendo aprendió a obedecer, para poder compadecerse de todos, y para que, habiendo pasado por la prueba del sufrimiento, pueda ahora ayudar a los que están pasando por la prueba…
¿Comprenderemos ahora que la respuesta de Jesús a Pedro implicó el hacerse cargo de nuestros momentos de duda, de tentación, de ganas de dejar lo que habíamos emprendido como la misión que Dios nos encomendaba?
¿Comprenderemos ahora que nuestra respuesta de hoy de profunda confianza en Dios, en su providencia que cuida de nosotros en medio de las pruebas de la vida está ya vislumbrada en la respuesta y la entrega de la vida de Jesús, a quien no le quitan la vida, sino que la entrega voluntariamente?
Si pudiésemos entender estas palabras podremos repetir desde lo profundo nada temo, porque tú vas conmigo y por cañadas oscuras me conduces. Nada temo, porque te has metido en lo íntimo de nuestros temores para fortalecer nuestras respuestas en la fidelidad y la ciega esperanza que es como un ancla del alma, un ancla que nos arraiga en la certeza de que nada se escapa de tus manos. Y podremos repetir, aquí estoy Señor, envíame, porque hay en mis huesos como un fuego ardiente, el fuego que has venido a traer sobre la tierra, el fuego de tu amor que transforma nuestras vidas grises en brasas luminosas que centellean tu luz y comparten tu calor…