Escuché esta noticia, Señor: "si sé quién sos. Si no dudo de tu amor hacia mí.
Si me das pruebas suficientes de tu paciencia y misericordia.
Si sé lo que ensancha el corazón y conozco la fuente de la alegría"…
Me pregunto:
¿Por qué me encierro en mí mismo?
¿Por qué me hiere tanto lo que siento como insensibilidad de los otros?
¿Por qué me justifico en el cansancio, para legitimar el falso alivio de la evasión o del desahogo?
Si pasan los años, si hay conocimiento del valor y el sentido de las acciones humanas, si aconsejo a otros en el buen camino…
¿Por qué me entretengo, miro hacia atrás, y hasta siento el atractivo de caminos paralelos?
No resisto el dolor del alma, la convivencia con mi pobreza y debilidad, la dependencia crónica de lo que no aprovecha.
Las palabras del apóstol Pablo siguen resonando: "te basta mi gracia, para que así se vea mi fuerza en tu debilidad".
¿Por qué tienen que ser así las cosas? ¿Por qué hay que llegar al límite de las fuerzas para gritar: ¡Auxilio! antes de morir en violencia o por desesperanza?
¿Por qué no es mejor ser fuerte, valiente, invulnerable?
Señor:
Sé que no es salida el conformismo.
Sé que no consuela la autojustificación.
Sé que no alivia la suerte de otros.
Sé que no aprovecha la desesperanza.
Sé que es tentación la huida y el aturdimiento.
Sé que no resuelve el dolor callándolo.
Sé que el fantasma crece cuando se vive con las sombras.
Sé que cada uno tenemos un camino y una llamada personal.
Sé que es un don la sensibilidad.
Sé que es un don la percepción de la realidad iluminada por la fe.
Y comprendo que si aun siendo débil es tan fácil morir en el orgullo, ¡qué sería creyéndose uno perfecto!
Señor, ten piedad de mí.
Señor, si quieres puedes limpiarme.
Señor, tengo fe pero dudo.
Señor, si Tú quieres, puedes reavivar en mí el gozo de tu llamada.
Señor, ¿dónde estás?
"Te basta mi gracia”.
Amén.
Ángel Moreno de Buenafuente