Muy triste y muy trágico es el epitafio que el filósofo francés dejó escrito para que grabaran sobre su tumba: “No sé de dónde vengo; no sé adónde voy”.
Si se ignoran las dos cosas, cómo se va a caminar con seguridad en la vida? Por la misericordia del Señor, nosotros sabemos muy bien sabidas las dos cosas: que venimos de Dios y que vamos a Dios. Eso nos posibilita que el camino que debemos recorrer se perciba como camino seguro. Pero ese camino es largo y variado y a medida que vamos adelantando en él, se suceden distintas y opuestas circunstancias, surgen no pocos peligros.
Al adelantar en ese camino, debemos pisar fuerte.
Pisa fuerte el que sabe lo que quiere, lo que busca, lo que pretende, lo que espera.
Pisa fuerte, el que aunque sea a lo lejos, divisa una luz que lo orienta y acompaña; una luz que si no le ilumina todo el panorama, al menos le da la claridad suficiente para ver dónde debe poner sus pisadas al caminar.
Pisa fuerte, el que sabe que todo paso que da, lo acerca a la meta definitiva; el que no desperdicia las horas, los actos que en ellas realiza; quien de todo saca provecho; quien sabe que nada se pierde.
Pisa fuerte el que encontró un sentido a su vida, una razón de vivir, un porqué, una explicación; y no solo encontró un sentido a su vida, sino también a cada una de las cosas y de los hechos de la vida.
Pisa fuerte y muy fuerte, el que en los momentos de dolor o de angustia no se deja aplastar, ni desorientar, sino que en esos precisos momentos levanta más alto su cabeza, clava su mirada en el Corazón del Padre celestial y, apretando los dientes, las manos tensas y los ojos nublados por las lágrimas, o el corazón lleno de pena, no disminuye su marcha al Padre, ni la desvía; con paso firme y resuelto se va acercando al Padre. Y porque pisa fuerte en la vida, va dejando huellas de testimonio tras de sí, huellas luminosas de apostolado, que sirven de ruta para muchos otros.
Pisa fuerte el que sabe lo que hace y el que sabe por qué lo hace y para qué lo hace; porque hacer, pero sin saber por qué, ni para qué, es un hacer inútil y aún desilusionado.
Pisa fuerte el que en todo pone a Cristo, todo lo orienta a Cristo, todo lo explica desde la persona de Cristo.
Pisa fuerte aquel que, con el rosario en la mano y el amor de María Santísima en su corazón, pasa por el mundo haciendo el bien, sin mirar a quién.
Pisa fuerte el que se olvida de sí mismo, por acordarse más bien de Dios y de los hombres.
Pisa fuerte, muy fuerte en su vida, el que vive en gracia de Dios y se deja guiar por su Espíritu pese a todos los pesares, venciendo tentaciones, superando dificultades, desoyendo halagadores llamados de múltiples sirenas, no dejándose arrastrar por el “todos lo hacen”, por ejemplos torcidos y malsanos; ése, ése pisa fuerte en su vida; ése va marcando huellas; ése se proyecta al futuro escatológico del Reino de Dios.
El que no se contenta con ser Iglesia, sino que trabaja en construir la Iglesia; el que se convierte en apóstol de Jesucristo, porque no se limita a tener al Señor en su corazón y en su vida, sino que se esfuerza porque el Señor Jesús sea amado y servido por todos los hombres.
A vos, que desearías saber si pisas fuerte, ya te acabo de indicar quiénes son los que pisan fuerte. Pero si todavía quieres asegurar si pisas fuerte o no, no tienes más que mirar hacia atrás; porque el que pisa fuerte, deja huellas y las huellas se ven. Si detrás de ti vas dejando presencia de Dios, amor a Cristo, calor del Espíritu Santo. Si dejas tibieza de simpatía y no frío de indiferencia. Si vas sembrando semillas de bondad y comprensión. Si todos los que te miran ven en ti a Cristo y todos los que se te acercan, huelen la presencia de Cristo en ti. Si de tus labios se desprenden de continuo palabras de amor a Cristo y a los hermanos, si es Cristo el tema preferido de tus conversaciones…, quédate tranquilo; tus huellas son visibles y profundas; difícilmente se borrarán, porque vas pisando muy fuerte en tu vida. Amén
Fuente: “Pisando Fuerte en la Vida”, Alfonso Milagro, Editorial Claretiana