En aquel tiempo fue Jesús a Nazaret, donde se había criado; entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desarrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor". Y, enrollando el libro, lo devolvió al que lo ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír". Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: "¿No es éste el hijo de José?" Y les dijo: "Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo"; haz también aquí, en tu tierra, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm". Y añadió: "Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado más que Naamán, el sirio". Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.
Palabra de Dios
Reflexión: Monseñor Carlos Ñañez | Obispo de la Arquidiócesis de Córdoba
Hoy la Iglesia celebra a Santa Rosa de Lima, que es la primera santa de América Latina, y que es como una flor en un jardín. Decimos la primera santa de Latinoamérica y nos preguntamos ¿qué es la santidad? La santidad no es otra cosa que la plenitud en el amor, y el amor no es sólo una emoción, un sentimiento, sino que es, ante todo y sobre todo, una voluntad, una decisión de procurar el bien, de agradar a la persona amada.
Recordemos aquella pregunta que el doctor de la ley le hace a Jesús ¿Cuál es el principal de los mandamientos?, la respuesta de Jesús es neta, sencilla y exigente al mismo tiempo, “El principal mandamiento es amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma; y el que le sigue en importancia es el de amar al prójimo como a uno mismo.” Y ahí está el camino de la santidad, cumplir ese doble mandamiento es tender a la santidad, es caminar hacia la santidad, y eso, en lo cotidiano, en lo ordinario, en cada cosa que tenemos que hacer, en casa, en el colegio, en la facultad, en el trabajo, en nuestro desempeño en la sociedad.
El Papa Juan Pablo II decía, en alguna oportunidad, que evidentemente hay algunas personas destacadísimas en el camino de la santidad, pensemos nomás en lo que fue la Beata Teresa de Calcuta, pero junto a esa persona singularísima, destacadísima, hay otras personas que en el camino de la vida ordinaria viven una tendencia sincera y auténtica hacia la santidad.
La santidad, entonces decimos, es la plenitud en el amor, y una auténtica plenitud satisface, alegra. La santidad no se equipara al aburrimiento, esas son presentaciones distorsionadas de la santidad, la auténtica santidad llena el corazón, lo hace feliz, y nos permite vivir en la alegría.
Por eso, el Evangelio, que la Iglesia nos propone hoy para la fiesta de Santa Rosa, es el de aquel mercader que va buscando la perla preciosa, o el de aquel hombre que en su campo se encuentra con un tesoro; tanto el tesoro como la perla tienen un inmenso valor, y vale la pena dejar todo por tener el tesoro, por tener la perla. Eso es motivo de alegría, el Evangelio dice que el que encuentra el tesoro, va, vende todo lo que tiene y lleno de alegría compra el campo para tener el tesoro.
Esta la actitud del corazón que busca la santidad, vende todo para tener ese tesoro, para tener esa perla preciosa. Qué lindo es pensar la santidad desde esta perspectiva, no como un eterno aburrimiento, sino como una plenitud que llena el corazón, alegra la vida, y nos hace instrumento de alegría para los demás.
Decimos también que Santa Rosa es una flor en un jardín, no fue el suyo un acontecimiento aislado, en aquella Lima donde vivía Santa Rosa había un clima de santidad, un gran obispo Santo Toribio de Mogrovejo, un frailecito dominico, realmente admirable, San Martín de Porres, San Juan Macías, también notable. Esto nos hace pensar en la Córdoba de fines del siglo XIX, comienzos del siglo XX, la Beata Tránsito Cabanillas, nuestra beata cordobesa, pero ella vive también como una flor en un jardín porque es el tiempo del Obispo Esquiú, del Cura Brochero, del Padre José León Torres, de Catalina de María, de Leonor de Santa María Ocampo, monja catalina; todas personas destacables y que, junto a otros, han formado un clima como de santidad también en la Córdoba de fines del siglo XIX, principios del siglo XX. El Padre Bustamante, el Padre David Luque, el Obispo Toro, el Vicario Clara, personas insignes que han iluminado nuestra Córdoba.
Qué lindo que nosotros hoy festejando a Santa Rosa, escuchando este Evangelio del tesoro y de la perla preciosa, pudiéramos pedir conocer mejor qué es la santidad, apreciar su valor, anhelar conseguirla, buscarla, encontrarla, vivirla. Ojalá el Señor, si la buscamos como la perla preciosa, nos la regale como el tesoro en el campo. Es mi augurio, mi deseo, me lo formulo a mí mismo, los acompaño con mi oración y con mi bendición.